Por Ilka Oliva
Corado
https://cronicasdeunainquilina.com
Lleva
apareciendo en mi televisor varias semanas, pero me hago la desentendida y
busco películas por otro lugar, es un documental sobre la violencia que
vivieron las comunidades indígenas en Guatemala en el tiempo de dictadura. Qué
fácil poder cambiar de canal o fingir que una imagen no está en la pantalla de
un televisor. Más de 200 mil desaparecidos, dice en letras grandes, pero yo no
lo quiero ver, no ahora que estoy relajándome viendo documentales sobre
cultura, gastronomía y cualquier otra cosa menos sobre lo que duele. Qué fácil,
insisto, poder cambiar de canal y fingir que esa imagen no existe, por lo menos
momentáneamente.
Decir, hoy no
quiero ver tal cosa, poder elegir. Pero esas miles de familias que vivieron la
violencia por parte del Estado en Guatemala no tuvieron opción de nada, fueron
masacradas, torturadas, desaparecidas. ¿Cuántos fueron en realidad?
Oficialmente acaso 200 mil, pero cuántos fueron. ¿A
cuántas niñas, adolescentes y mujeres violaron?, ¿cuántas quedaron embarazadas
de esa violación?, ¿qué fue de ellas?, ¿qué fue de todas esas familias que
salieron al exilio, huyendo? Dejaron en el camino todo, muchas dejaron hijos,
cónyuges, padres, hermanos desaparecidos, asesinados. Muchas nunca lograron el
retorno y estas personas murieron en el exilio, no solamente lejos de su
tierra, pero lejos de la justicia, una justicia que aún no llega.
200 mil, en
letras grandes y yo cambio de canal. ¿Cómo le hicieron para sobrevivir todos
estos años? Me refiero al dolor, al estigma, a la pérdida, con el delirio, con
las ganas de gritar en una sociedad racista, clasista y haragana que se
niega a pronunciar siquiera la palabra genocidio mucho
menos a reconocerlo. A reconocer que en Guatemala hubo crímenes de lesa
humanidad. Y el tiempo sigue pasando y la memoria histórica se empolva cada día
más, abandonada, solitaria, despojada en el olvido colectivo. Porque nos
empeñamos en hablar del presente sin atrevernos a pronunciar los nombres de los
desaparecidos, sin hablar de justicia, sin leer de historia, sin devolver lo
robado. Sí, sin hacer como sociedad que los que se robaron devuelvan lo que les
quitaron a tantas comunidades que hasta el día de hoy siguen peregrinando
porque las arrancaron de sus tierras. Tierras que hoy tienen las grandes
franquicias de la estafa en contubernio con un Estado opresor, con la misma
tiranía de siempre.
Cómo fue la
vida de aquellos jóvenes que hoy son abuelos, el hilo emocional que traspasaron
a las generaciones de hijos y nietos. Es fácil olvidar lo que nos cuestiona y
encara como sociedad, tan fácil como cambiar de canal en un televisor.
Pretender es lo más común, fingir que nada pasó, que otros fueron los culpables
y que lo mejor será borrón y cuenta nueva. ¿Y los niños que desapareció el
Estado en los tiempos de dictadura? ¿Cómo han vivido todos estos años, qué fue
de ellos, de sus familias de sangre? La ausencia, el vacío, la búsqueda, la
frustración, el dolor, la insistencia o la resignación. 200 mil, por decir un
número pero, ¿y las fosas clandestinas? ¿Los que andan hoy en los 40 años
viviendo en algún lugar del mundo con un apellido distinto, en otras familias,
tendrán pesadillas o les habla el inconsciente acerca de un pasado en otro
lugar, con otras personas? ¿Y los padres que perdieron a sus hijos?, ¿cómo
vivieron todos estos años? ¿Los que sobrevivieron a las torturas? 200 mil, y
cambio de canal.
Y la justicia
ausente y la impunidad perversa. Retrocedemos en cada elección presidencial,
siempre le apostamos al más ruin porque nos representa a cabalidad, al más machista,
al más racista, al más clasista, al más pedante, al más estafador y lo
aplaudimos porque es un espejo donde nos reflejamos. Porque no nos importa lo
que les pasó a los otros, lo que viven los otros: los ultrajados, empobrecidos,
excluidos que obligamos a emigrar. 200 mil hace 40 años pero vemos que hoy en
día, grupos armados que son enviados por las oligarquías se roban
las tierras de poblaciones completas, entran a comunidades y les queman sus
casas, sus siembras y los sacan de sus tierras como en los tiempos de aquella
otra dictadura y no miramos pero ni soslayo para allá. Mejor cambiamos de
canal, de página, de red social. Porque es mejor fingir, no ver, no saber, que
hacer algo al respecto.
Por eso
hundimos cada día más a Guatemala, porque permitimos con nuestra pasividad y
desmemoria que los ruines hagan y deshagan con los más vulnerados. Podremos
cambiar de canal, no ver documentales, no leer los libros que cuentan los
testimonios o verlos, leerlos y ya cambiar de hoja, ignorar a los sobrevivientes
aunque vivan en la casa siguiente, o limpien nuestras
casas, encerrarnos en nuestra pequeña y mísera burbuja de comodidad
pero eso no elimina la realidad ni el pasado; estamos caminando sobre huesos de
masacrados en las innumerables fosas clandestinas que hay a lo largo y ancho
del país. Y esos huesos hablan, son la memoria histórica que aunque nos
neguemos a ocultar está ahí como un enorme elefante blanco.
Y muy a pesar
nuestro, de nuestra desidia, de cuando en cuando se producen encuentros entre
familiares que la dictadura separó, muchos cuando apenas eran unos niños. Cada
abrazo entre hermanos, entre padres e hijos, entre abuelos y nietos que tenían
40 años de no verse, de darse por muertos, es un triunfo de la vida ante la
opresión, ante la injusticia, ante la desmemoria colectiva. Cada encuentro
es un botón de la esperanza que nos dice que no importa
qué tan poderosa sea la impunidad, siempre la honra de la vida florecerá.
Así nos lo
mostró el reciente reencuentro entre las hermanas Teresa Pérez
Ramos y Teresa Pérez Rodríguez que después de 38 años separadas se
volvieron a ver. La señora Teresa Pérez Rodríguez desapareció durante la
dictadura cuando apenas tenía 9 años. El reencuentro se produjo en el
departamento del Quiché, en el municipio de Chajul el 5 de agosto de 2020. El
departamento de Quiché fue uno con los que más se ensañó el Estado en tiempos
de dictadura, la mayor parte de su población es indígena. Este reencuentro
debería tener a Guatemala entera brincando de felicidad.
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