EL “SÁLVESE QUIEN PUEDA”, LA
CONSIGNA DE LOS CORRUPTOS.
Nuestros
gobiernos hablan de inmunidad de rebaño y nos envían al matadero.
Por Carolína Vásquez Araya
Entre los términos científicos para explicar los diferentes aspectos de la pandemia que nos tiene encerrados y temerosos, se ha comenzado a difundir el concepto de inmunidad de rebaño (o inmunidad de grupo) como una posible solución para detener la expansión del contagio con el virus SARS-CoV-2, nombre técnico del coronavirus responsable de la pandemia. Es la estrategia de emergencia ante la imposibilidad de realizar una campaña masiva de vacunación, dado que esa vacuna aún está lejos en el horizonte, o por lo menos inalcanzable para miles de millones de seres humanos en el planeta.
La inmunidad de rebaño, de acuerdo
con un artículo publicado por los doctores Esperanza Gómez-Lucía y José Antonio
Ruiz-Santa-Quitería, ambos investigadores del departamento de Sanidad Animal de
la Universidad Complutense de Madrid, “se da cuando un número suficiente de
individuos están protegidos frente a una determinada infección y actúan como
cortafuegos impidiendo que el agente alcance a los que no están protegidos.”.
Es decir, para que la estrategia funcione sin la aplicación de una vacuna –lo
cual sería ideal- deben haberse contagiado de la enfermedad suficientes
personas. Para más claridad, la mayoría de la población. Esto tendría el efecto
de desarrollar una barrera inmunológica capaz de proteger a los más
vulnerables; sin embargo para que esto suceda también debe haber transcurrido
un largo tiempo, sobre todo en países que han aplicado y mantenido severas
medidas de restricción.
Otra de las condiciones indispensables
para garantizar el éxito de esta aparente solución de carácter colectivo, es
poseer una infraestructura sanitaria sólida y eficiente capaz de atender los
numerosos casos que se van a producir a partir de la apertura de las
restricciones impuestas desde el inicio de la pandemia. Es decir, cuando todo
el mundo comience a recuperar la dinámica normal de escuelas abiertas,
restaurantes, bares, cines, centros de trabajo y demás, los contagios se
multiplicarán de manera exponencial bajo la consigna de la inmunidad de rebaño,
llegando con especial dureza a los segmentos de población susceptibles a sufrir
la enfermedad con todos sus devastadores efectos: niñez desnutrida (alrededor
del 50 por ciento de la población infantil en algunos países centroamericanos),
adultos mayores con enfermedades crónicas, personas carentes de seguridad
social y de medios para costear la atención hospitalaria.
En países cuya infraestructura y
servicio sanitario han sufrido los embates de sistemas políticos y económicos
opuestos a satisfacer las necesidades de la población con el objetivo de
privilegiar a sectores empresariales de enorme poder, se carece de los recursos
mínimos para aplicar una estrategia de tan elevado riesgo para las mayorías. De
acuerdo con el documento mencionado, en el caso del Covid19, la inmunidad de
rebaño se alcanza cuando el 70 por ciento de la población está protegida y,
como indican sus autores, “la inmunidad de grupo, para ser eficaz,
necesita que haya un único hospedador (en este caso las personas), que la
infección se transmita de persona a persona (sin intermediación de vectores) y
que la transmisión o vacunación induzca una inmunidad sólida. En el caso de
SARS-CoV-2 no hay suficientes datos como para entender aún la epidemiología de
la infección, y además el grado de inmunidad adquirido tras la infección está
por determinar.”
En países como los nuestros, con
gobernantes opuestos a apoyarse en la ciencia, no se puede hablar de “inmunidad
de rebaño” sino de algo mucho más real y específico: el “sálvese quien pueda”
de los incapaces.
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