Por Amy Goodman
Donald
Trump podría ser el último perdedor en ganar las elecciones a través del
Colegio Electoral. Dos de las últimas tres presidencias de Estados Unidos,
incluida la de Trump, han recaído en el candidato que perdió en el voto popular
a nivel nacional. En el año 2000, la Corte Suprema suspendió el recuento
de votos del estado de Florida para anunciar que George W. Bush. había
sido el ganador. Posteriormente, se determinó que, en realidad, el entonces
vicepresidente Al Gore había ganado las elecciones con una ventaja de medio
millón de votos. En el año 2016, Hillary Clinton obtuvo casi 3 millones
de votos más que Donald Trump, pero aun así Trump fue el ganador. Estas
victorias, en las que es el perdedor quien gana, fueron posibles gracias al
Colegio Electoral, una de las disposiciones antidemocráticas clave de la
Constitución de Estados Unidos.
Los
55 hombres blancos que redactaron la Constitución en 1787, muchos de
los cuales eran dueños de esclavos, imaginaban una democracia, pero no
confiaban en que el pueblo tuviera la capacidad de elegir al presidente
adecuado. Así que crearon el Colegio Electoral. Ahora, más de 230 años
después, ha surgido en el país un movimiento que reclama que el presidente sea
elegido mediante el voto popular directo.
En
diciembre del año 2000, mientras la Corte Suprema de Estados Unidos
dirimía sobre el recuento de votos del estado de Florida en el caso “Bush
contra Gore”, el legendario historiador Howard Zinn, ya fallecido, se
presentaba en Democracy Now! para arrojar luz sobre esta incomprendida entidad,
el Colegio Electoral. El historiador nos describió detalles poco conocidos de
la Convención Constitucional de 1787, celebrada en la ciudad de
Filadelfia:
“Cuando
llegó la hora de abordar la cuestión de cómo elegir un presidente, se desató un
acalorado debate sobre cómo debía ser electo y cuántos años debía ejercer sus
funciones un presidente, si debía haber un vicepresidente, y así sucesivamente.
Se hicieron varias propuestas para que el presidente fuera electo por votación
popular directa. Pero las propuestas se descartaron de inmediato, lo que no es
una sorpresa, ya que los padres fundadores de Estado Unidos no estaban
dispuestos a que el pueblo realmente eligiera a quienes iban a dirigir el
gobierno”.
En cambio,
idearon un plan por el cual los poderes legislativos estatales designarían
“electores” que se reunirían estado por estado para elegir al presidente y
actuarían como un filtro entre los votantes y la elección del presidente. En
ese momento, el electorado estaba conformado por un grupo muy selecto de
terratenientes, en su mayoría blancos, mientras que unos pocos estados también
permitían que votaran los hombres negros que eran libres.
Alexander
Hamilton, uno de los padres fundadores, que alcanzó la fama gracias a ser el
personaje principal del exitoso musical de Broadway Hamilton, de Lin-Manuel
Miranda, defendió la decisión de crear el Colegio Electoral y escribió en el
sexagésimo octavo ensayo de los llamados “Papeles Federalistas” que los
electores, que deliberarían de manera “juiciosa”, desecharían a los
contendientes presidenciales no aptos para el cargo. Hamilton escribió:
“El talento
para las bajas intrigas y las pequeñas astucias de la popularidad solo pueden
bastar para elevar a un hombre a los primeros honores en un estado; pero se
requerirá otro talento y un género de mérito distinto para confirmarlo (…) para
el distinguido empleo de presidente de Estados Unidos”.
Si el
Colegio Electoral tenía como objetivo proteger a la nación de un presidente con
talento en el arte de “la baja intriga” y de “las pequeñas astucias de la
popularidad”, el 2016 marcó un fracaso evidente.
Cada estado
cuenta con un número de electores igual al número de senadores y representantes
que tiene en el Congreso. Desde 1961, como resultado de la vigésima
tercera enmienda a la Constitución, el Distrito de Columbia también cuenta con
tres electores.
La mayoría
de los estados le concede sus electores al candidato presidencial que consigue
más votos en el estado. En todos los estados menos en dos es “a todo o nada”:
el ganador se lleva todo. Es por este sistema que las campañas presidenciales
se enfocan casi por completo en un pequeño grupo de los llamados “estados
indecisos”, en los que tanto el candidato republicano como el demócrata tienen
posibilidades de ganar. Por eso, las campañas suelen pasar por alto a los otros
casi cuarenta estados, ya que la asignación de los votos electorales en esos
lugares es previsible. Por ejemplo, los estados de California, Oregón y
Washington son considerados “estados demócratas”, mientras que Misisipi y
Alabama suelen considerarse como “estados republicanos”.
Los votantes
modernos, que en su mayoría opinan que el presidente debe ser electo por el
voto popular directo, se están uniendo, estado por estado, para abatir la
aberración histórica que es el Colegio Electoral. El Pacto Interestatal por el
Voto Popular Nacional es una de las iniciativas para lograrlo. Esta iniciativa
no propone deshacerse del Colegio Electoral. Para eliminarlo por completo haría
falta embarcarse en el difícil y largo proceso de promover una enmienda
constitucional.
En cambio,
cada estado que adopta el pacto debe aprobar una ley que establece que sus
electores votarán por el candidato más votado a nivel nacional, más allá de
quién sea el candidato que obtenga la mayoría de los votos en ese estado en
particular.
El pacto no
se formalizará hasta que no sea suscrito por la cantidad de estados suficientes
para que el total de los votos electorales sea igual o superior a los 270
votos, el número necesario para garantizar la presidencia al candidato más
votado a nivel nacional. Hasta la fecha, 15 estados y el Distrito de
Columbia han aprobado la ley, lo que suma un total de 196 votos
electorales. Cuando estados que sumen entre ellos un total de 74 votos
electorales o más se unan al pacto, llegará a su fin el disfuncional sistema
del Colegio Electoral.
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