Por
Ollantay Itzamná
“Mi casa se
ha quedado bajo el agua… Con mi familia nos refugiamos en una comunidad vecina
que nos dieron un lugarcito, pero allí donde nos instalamos apareció un
nacimiento de agua. Entonces, nuevamente estamos buscando dónde encontrar
casa…” Es el relato de mi amigo Mario Yat, maya q’echí, padre de dos hijas, en
Campur, Carchá, Alta Verapaz, a 300 Km de la ciudad capital de Guatemala.
Los
huracanes Eta e Iota, hicieron estragos en la ya difícil vida cotidiana de
indígenas y campesinos de Centroamérica.
El pueblo
Campur, donde vivían alrededor de 3500 personas q’echís, ahora, es una laguna
cuya agua, lejos de bajar de nivel, continúa subiendo. Incluso cuando los
huracanes ya se marcharon hace algunos días atrás.
Sus
habitantes, refugiados en las montañas aledañas, se transportan hacia la única
punta carretera, navegando por encima de sus casas, iglesias, escuelas, en
lanchas que antes desconocían. Hace unos días atrás, Carlos Quip, se ahogó en
su intento de cruzar Campur, los bomberos buzos encontraron su cuerpo en el
segundo piso de una casa bajo agua…
No sólo que
las familias indígenas lo perdieron todo, sino que no existe mayor apoyo por
parte del gobierno central para drenar la laguna con maquinaria.
Sobreabundancia
de lluvias en Centroamérica, sequía en Suramérica
Mientras
las abundantes precipitaciones pluviales últimas ahogan a centenares de
personas en Centroamérica, en América del Sur, otros tantos, se mueren de sed y
de hambre porque no hay lluvias. Ocurre al mismo tiempo, en el mismo
Continente.
En los
fértiles valles donde florecieron las imponentes civilizaciones aymaras y
quechuas, ahora, centenares de personas, sobre todo niños/as, peregrinan en los
polvorientos cerros “clamando el retorno de las gotas de lluvia a sus deidades
en sus propios idiomas”.
Según
publicaciones de la NASA, Suramérica vive, en 2020 la segunda sequía más
infernal del presente milenio. Ello explica los recientes dantescos incendios
forestales en La Amazonía.
Las tierras
de las civilizaciones mayas y las tierras de las civilizaciones andinas son
diferentes, no sólo en hidrometeorología, sino en su fertilidad. Pero, ahora,
la conducta errática de Madre Lluvia, hermana a ambos territorios en la
desgracia compartida. Aquí morimos ahogados, y allá mueren de sed. ¿Por qué
ocurre esto? ¿Irredento designio divino? NO.
La Madre
Tierra perdió el control de su autoregulación de temperatura. Mientras en el
mar Atlántico y El Caribe se incrementa el calor evaporando el agua y activando
huracanes, generando cuantiosas lluvias que llegan hacia Centroamérica, en el
Océano Pacífico las bajas temperaturas evitan la evaporación del agua, y
ocasionan ausencia de lluvias. Por ejemplo, el fenómeno de La Niña acaba de
comenzar en Suramérica, y generará lluvias en la parte norte de La Amazonía y
sequía en la parte más al sur.
Hace un año
atrás, como en estos meses, acompañé las penurias de las familias maya q’echís
que padecían una sequía infernal en Alta Verapaz, Guatemala. En ese entonces,
ante la muerte de ríos y lagunas, sin lluvias, familias mayas peregrinaban,
candelas y copal en mano, hacia sus recintos sagrados para pedir el retorno del
agua a sus deidades. ¡Jamás creían que un año después, en los mismos meses, la
lluvia les arrebataría todo lo que tenían!
Cuando era
niño, corrí por caminos y senderos empinados del Surandino clamando en quechua
el retorno de la lluvia que tardaba en llegar… Es una historia de nunca acabar,
pero que sí acaba muchas veces con nosotros… ¿Cómo explicar esto? ¿Qué hacer
para prevenir?
Tanto en
América del Sur, como Centroamérica, a los impactos materiales y simbólicos que
legó la pandemia del COVID19, se incrementan las consecuencias inimaginables de
la conducta del agua en las condiciones y medios de vida de las familias
indígenas y campesinas sin Estado, ni seguros.
Los
gobiernos y estados de los países impactados por estos reiterados fenómenos
letales no tienen la capacidad, ni la voluntad política, para responder, mucho
menos para prevenir o mitigar dichos impactos.
Gobiernos
como el de Guatemala, Honduras, Perú, Brasil…, ahogados en escándalos de
corrupción… asignan los presupuestos públicos para proteger al sector privado
empresarial… A los productores agrícolas, indígenas o no, sólo les queda seguir
clamando clemencia al lejano Cielo que tarda en escuchar.
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