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Luego de
una campaña intensa y cargada de emociones, viene el golpe de realidad.
De una
actitud madura y democrática dependerá el éxito del proceso.
Por Carolína Vásquez Araya
El 25 de octubre pasado, más de 7 millones y medio de
chilenos acudieron a las urnas para decidir entre la continuidad del sistema
político-constitucional actual o un cambio en las reglas del juego. El cambio
ganó con casi un 80 por ciento de aprobación, legitimando las exigencias de una
sociedad en pie de lucha, cansada de los abusos del neoliberalismo crudo y duro
implantado en Chile desde el golpe de Estado perpetrado por el general Pinochet
y respaldado con dinero y logística por Estados Unidos. Esta victoria del
movimiento de protesta, gatillado por los estudiantes secundarios en octubre
del año pasado, ha abierto una ruta de esperanza, pero también de fuertes
desafíos.
Uno de los primeros obstáculos a vencer es esa sensación de
victoria rotunda que podría transformarse en una peligrosa actitud de
triunfalismo en algunos sectores de la ciudadanía. La voluntad de redactar una
nueva Constitución y, para ello, conformar una asambles ciudadana relativamente
independiente de las estructuras políticas actuales, las cuales han perdido una
buena cuota de credibilidad durante los años recientes, exigirá una enorme
cuota de madurez y reflexión en la ciudadanía.
Las dificultades naturales de consolidar una plataforma
inclusiva, representativa y claramente democrática, así como pueden ser un
ejemplo de civismo para el mundo, también se pueden convertir en una trampa de
recelos, rivalidades y ruptura de consensos. Lo más importante, en el inicio de
la nueva etapa de cambios, será conservar la sensatez y abrir los caminos a un
debate de altura entre los protagonistas de esta oportunidad histórica. Así
como los políticos tradicionales han de ceder espacios a representantes de la
ciudadanía organizada, también la sociedad habrá de aceptar la importancia de
contar con la experiencia de políticos conocedores de los entresijos de la
administración del Estado y, de paso, observar el correcto desarrollo del
proceso.
Chile comienza un camino plagado de desafíos; aun cuando el plebiscito demostró a las claras que el pueblo está cansado de las falsedades y abusos de un sistema impuesto para favorecer a un pequeño puñado de familias enriquecidas a fuerza de privilegios y corrupción, llegar a los acuerdos necesarios para preservar los espacios ganados no será fácil en un engranaje diseñado con trampas y compartimentos estancos. Son muchas décadas de frustraciones como para restañar, de la noche a la mañana, esas heridas profundas a una democracia funcional y consolidada.
En el proceso será indispensable incluir las voces de la
generación que puso sus ojos, su energía y su valor en la vanguardia callejera;
esa juventud, sin retroceder ni un paso, hizo de la plaza de la Dignidad un
símbolo mundial de protesta legítima. Esa generación de jóvenes –adolescentes,
muchos de ellos- expusieron, sin espacio para interpretaciones arbitrarias, una
exigencia por un cambio profundo que les garantice un futuro de desarrollo y
bienestar. Lucharon por la educación, lucharon por la salud, por el respeto a
los pueblos originarios y por el derecho al agua. Lucharon por la vida y
merecen un espacio en la toma de decisiones.
Chile ya vivió su jornada, ya triunfó la decisión por el
cambio de la Constitución y se ha iniciado la cuenta regresiva del proceso. Lo
que se logre en esa trayectoria dependerá de la madurez democrática de sus
protagonistas y del respeto por la legitimidad de la diversidad de posturas que
van a participar en esa plataforma de consensos. De su fortaleza cívica
dependerá el resultado de este nuevo comienzo.
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