Tomemos
un tiempo para mirar alrededor y veremos cómo, poco a poco, surge la verdad.
Por
Carolína Vásquez Araya
Hoy
no es fácil escribir. Entre la confusión provocada por cruces de información y
desinformación que nos llevan de un extremo a otro, de la esperanza a la
paranoia, de pronto nos damos cuenta de un cambio en el mapa y en las
prioridades; porque aquello considerado seguro, inamovible y trascendente es,
de pronto, una imagen desvaneciéndose frente a nuestros ojos. Pero eso no es lo
más duro, sino el efecto adormecedor de una situación inusual como esta de
permanecer recluidos por la fuerza de los mandatos oficiales y de
circunstancias propias de una película de horror. Entonces viene el truco
mental de acomodarse lo mejor posible a aquello que no podemos cambiar.
Sin
embargo, desde nuestro pequeño reducto terminamos por olvidar cuán afortunados
somos por poseer, por lo menos, el privilegio de quedarnos en casa y tener
suficiente alimento para soportar esta tensa espera. Porque en nuestros países,
tan abundantes en riquezas, las grandes mayorías viven en una pobreza profunda
y descarnada que los convierte en las primeras víctimas de cualquier calamidad.
Atados a la rueda de molino de sus necesidades insatisfechas, millones de
trabajadores terminan por ser esclavos de un sistema cuyo propósito es
explotarlos al máximo y escatimarles toda posibilidad de escapar a su destino.
Quizá lo único rescatable del virus que hoy nos ataca sea su función como el
elemento revelador que, como en un laboratorio fotográfico, nos coloca frente a
la imagen en alta definición de nuestras miserias sociales y humanas.
Es
ahora cuando por fin nos pega en la cara la evidencia del engaño y la
manipulación. Es en esta extraña circunstancia cuando la estulticia de nuestros
gobernantes y sus anillos de influencia alcanza plena visibilidad y podemos
observar en vivo y en directo cómo aprovechan el momento para reforzar sus
reductos de poder, capitalizar el miedo de la ciudadanía con fines electorales,
desviar fondos públicos para proteger a los más ricos y elaborar un discurso
engañoso para convencer a la población sobre la bondad de sus actos. En sus
declaraciones y conferencias de prensa, la gran masa de seres abandonados a su
suerte no existe; no se menciona a los inmigrantes deportados, como tampoco a
la niñez desnutrida y vulnerable a cualquier problema sanitario. Se hace alarde
de medidas de contención, pero no se describe la situación real de los
servicios de salud, históricamente abandonados por un sistema inescrupuloso.
La
amoralidad de nuestros gobernantes no es un hecho fortuito sino un plan
cuidadosamente trazado por quienes en realidad dirigen los hilos y poseen todos
los recursos de nuestros países y nunca, quizá, había quedado tan a la vista la
dicotomía entre las palabras y los hechos. La pandemia que nos ataca, la cual
nos deja a merced de decisiones tomadas en un contexto opaco y sospechosamente
inclinado hacia el establecimiento de nuevas restricciones a las libertades
ciudadanas, debe ponernos en alerta y obligarnos a analizar con mayor
detenimiento las raíces de nuestras carencias y las consecuencias de nuestro
conformismo. Debe, además, despertar sentidos y conciencia para ver sin filtros
discriminatorios las verdaderas causas de la miseria en la cual se hunden
grandes segmentos de la sociedad y, con ellos, también nuestros sueños de
prosperidad y desarrollo. Hoy hemos sido igualados en la incertidumbre,
hermanados en el temor por un mañana desconocido e igualmente vulnerables ante
una emergencia sanitaria de la cual lo desconocemos casi todo. Estamos frente a
un auténtico cruce de caminos y de nosotros depende elegir el correcto.
COMO
EN UN REVELADO FOTOGRÁFICO, APARECEN NUESTRAS GRANDES DEBILIDADES.
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