Estimado
Armando, editor de Nuestra América, aquí le envío mi texto de la semana. No es
artículo de opinión, es un relato, imagino que a usted y los lectores como a
todo ser humano le pasa que necesita un minuto de silencio para salir del
bullicio... De eso trata. Un
Abrazo,Ilka.
Por
Ilka Oliva Corado
Hay
días en los que quiero escribir y no puedo y por más que lo intento no fluye,
las palabras se esconden. Las ideas se hacen nudos ciegos en mi cabeza y no las
puedo desenredar. Enciendo incienso, humo mi habitación, me preparo un té,
realizo algunos ejercicios para estirar los músculos, respiro profunda y
lentamente. Lo vuelvo a intentar. Y pasan los minutos y las tres
líneas en la hoja en blanco no avanzan, entonces sé que no es día para
escribir. El vaso está vacío, no debo escribir cuando el bullicio no me permite
expresarme. Necesito el silencio.
Por
esa razón mis textos los publico un día cualquiera a cualquier hora, porque es
escribiéndolos y publicándolos, si guardo un texto lo más probable es que no lo
publique. Tampoco puedo releerlos, si los vuelvo a leer después de escritos ya
no me gusta lo que escribí y pierdo el interés por completo, que ni tocarlo
quiero. Yo misma no puedo decidir sobre qué escribir, nunca sé lo que escribiré
hasta que fluye en esa hoja en blanco, mi escritura es del alma no del
cerebro. Tampoco puedo escribir por encargo, me bloqueo
completamente y porque también no me gusta que la gente me diga sobre qué
escribir. Defiendo completamente el derecho de mi escritura a ser ella misma.
Ese
tiempo de silencio puede durar un día, tres días, semanas, (aunque hace unos
años duraba meses) en los que me alejo de la computadora. Y cuando la vuelvo a
encender puede ser un relato o un artículo de opinión lo que escriba. Porque la
poesía, la poesía solo viene a mí cuando ella quiere. Días en la madrugada, me
despierta a deshoras solo para que la escriba, días al atardecer, en la noche,
por eso siempre tengo una libretita y un lapicero conmigo, porque llega de un
pasón y se va. Como un chaparrón, como el ventarrón, como una pasada de nube,
como niebla de alborada, como el rocío de las flores de las diez que al medio
días comienzan a doblar sus pétalos. Pero para que ella llegue yo
debo estar en completo silencio, no me visita si el vaso está lleno o a medio
llenar, debe estar completamente vacío. Y llega pasa saciarme, para calmar mi
sed, para cobijarme, para llenar de flores los tiestos vacíos.
No
puedo escribir mecánicamente, decir tal día a tal hora escribiré un texto sobre
tal cosa. No puedo. Mis letras son como yo. No importa si es relato, poesía o
artículo de opinión, todas tienen mi personalidad, mi carácter. Son toscas como
yo. Rudas y ariscas. Honestas eso sí. Quien quiera conocerme solo
tiene que leer mis letras, ni en persona podría ser tan real como lo soy
escribiendo.
Hay
días en los que no puedo escribir, las palabras no danzan, no hay armonía. Y
poco a poco voy aprendiendo a ser paciente, a esperar, a respirar pausado para
darles su espacio y no ahogarlas, para que no se aburran de mí. Y guardo
distancia y las dejo solas, libres para que vuelvan a mí cuando sientan que
necesitan de mi compañía. Antes cuando ellas se iban yo agonizaba, no podía
respirar, me sentía encarcelada, abandonada, relegada y sufría mucho por la
inexpresión porque ya sé lo que es estar ahí. Pero escribiendo he ido
aprendiendo a esperar, a vivir cuando ellas no están, aunque las extrañe. A
entender que el vaso vacío y el silencio son necesarios para vivir porque ponen
pausa, bajan el ritmo y forman un equilibrio entre el bullicio y la
serenidad.
Blog
de la autora: https://cronicasdeunainquilina.com
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