Por Vicenç Navarro
Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas.
Universitat Pompeu Fabra, y director del Hopkins-UPF Public Policy Center
Hace
unos días hubo una reunión telemática de varios expertos, miembros de
la International Association of Health Policy, procedentes de varios
países y continentes para analizar la respuesta de los países en
diferentes continentes a la pandemia actual de coronavirus. Eran profesionales
procedentes de varias disciplinas, desde epidemiólogos y otros expertos en
salud pública a economistas, politólogos y profesionales de otras ciencias
sociales. La reunión, organizada por la revista International Journal
of Health Services, tenía como propósito compartir información y
conocimientos con un objetivo común: ayudar a las organizaciones internacionales
y nacionales a resolver la enorme crisis social creada por la pandemia. De la
reunión se extrajeron varias conclusiones que detallo a continuación.
En
primer lugar, se repasaron varios estudios realizados durante los últimos años
(el último en 2018) que habían predicho que tal pandemia ocurriría,
habiéndose alertado que el mundo no estaba preparado para ello a no ser que se
tomaran medidas urgentes para paliar sus efectos negativos. Tales alertas no
solo no se atendieron e ignoraron, sino que muchos Estados a los dos lados del
Atlántico Norte aplicaron políticas públicas que han deteriorado la
infraestructura de servicios (a base de recortes de gasto público y
privatizaciones), así como otras políticas públicas desreguladoras de mercados
laborales que han disminuido la protección social de amplios sectores de la
población, afectando primordialmente a las clases populares de tales países. La
evidencia científica, ampliamente publicada en revistas académicas, ha puesto
de manifiesto el enorme impacto negativo que tales políticas han tenido en
la disponibilidad y calidad de los servicios sanitarios y sociales (con
notables reducciones del número de camas hospitalarias y del número de médicos
-por ejemplo, en Italia y España desde 2008-). Otros estudios han mostrado
también el impacto de las reformas laborales neoliberales, que han
deteriorado la calidad de vida de amplios sectores de las clases populares en
estos y en muchos otros países (siendo el caso más conocido la reducción
de la esperanza de vida entre amplios sectores de la clase trabajadora de EEUU,
resultado del incremento de las enfermedades conocidas como "diseases of
despair", enfermedades de la desesperación, tales como suicidios,
alcoholismo, drogadicción y violencia interpersonal). Estas políticas
(consistentes, como ya he indiciado, en recortes del gasto público social y
reformas del mercado de trabajo que incrementaron la precariedad) fueron
ampliamente aplicadas en muchos países y estimuladas por organismos
internacionales (el FMI, el Banco Mundial, el Banco Central Europeo, entre
otros), dejando sin protección a amplios sectores de la población y debilitando
el sistema de protección social, pieza clave en la respuesta a la pandemia en
tales países. Los enormes déficits de camas, de médicos y enfermeras, de
mascarillas, de ventiladores y un largo etcétera se han hecho patentes en cada
uno de estos países, donde la austeridad tuvo mayor impacto (de nuevo, como en
Italia y en España, y ahora EEUU). Y déficits similares aparecen en los
servicios sociales de atención a las personas mayores y a las personas
dependientes, especialmente agudos en estos momentos de la pandemia.
Se
sabían, y se continúan sabiendo, las causas de la pandemia y cómo responder a
ella. Y se sabía y se sabe que hay en el mundo los recursos para controlarla y
vencerla
La
segunda observación que hicieron los expertos es que la causa de la pandemia
era predecible, así como el modo de responder a ella. Y lo que también se
sabía y se sabe es que hay recursos para contenerla y resolverla. Había un
amplio acuerdo en que el mayor problema que existiría no sería la falta de
recursos, sino las enormes desigualdades en la disponibilidad de estos
recursos. No sería, pues, un problema económico, sino político. No había (y no
ha habido) voluntad política para anular las condiciones que han causado la
pandemia. Como ocurre con otro gran problema social existente también a nivel
mundial –el cambio climático–, las causas son conocidas y los recursos para
resolverlo existen, pero lo que no existe es la voluntad política de los
Estados y de las agencias internacionales que los Estados hegemónicos dominan
para eliminar las causas de tales crisis, lo cual lleva a la discusión de
quiénes controlan dichos Estados y dichas agencias y organismos internacionales.
El tema político es, por lo tanto, clave. Hay que preguntarse: ¿qué
fuerzas económicas y financieras dominan los Estados? Y lo que hemos
estado viendo es que las políticas económicas y sociales promovidas por la gran
mayoría de tales Estados han sido aquellas políticas que representaban los
intereses minoritarios de grupos económicos y financieros que antepusieron sus
beneficios particulares al bien común. La evidencia empírica que apoya esta
tesis es abrumadora.
Y
un punto central de esta ideología neoliberal ha sido disminuir las
intervenciones del Estado que favorezcan el bien común, hecho responsable del
enorme descenso de la calidad de vida y bienestar de las poblaciones,
contribuyendo con ello a crear la enorme crisis climática, por un lado, y a la
pandemia, por el otro. De ahí la necesidad que han tenido las fuerzas políticas
que secundan dicha ideología de negar e incluso ocultar la existencia de esas
crisis. La administración Trump y sus aliados a nivel internacional son la
versión más extrema de esta sensibilidad política (bastante extendida entre las
derechas españolas, incluyendo las catalanas, sean estas secesionistas o no). A
los dos lados del Atlántico Norte ha habido una gran derechización de la
cultura e instituciones políticas, causa y consecuencia a la vez de la enorme
desigualdad y del deterioro de las instituciones democráticas, lo que explica
que nuestros países estén hoy en una situación muy vulnerable frente a la
pandemia. Repito que Italia y España, en Europa, y EEUU en América del Norte,
están en una situación que les ha hecho muy vulnerables a la propagación
de la enfermedad el Covid-19 (ver mi artículo "Las consecuencias del
neoliberalismo en la pandemia actual", Público, 17.03.20). De nuevo,
hay una relación directa en esta parte del mundo entre desigualdad, calidad
democrática, protección social y crisis sociales. En aquellos países del
capitalismo desarrollado donde hay mayores desigualdades de clase, hay menor
protección social (y mayores desigualdades de género), así como una menor
atención a los problemas medioambientales y, ahora, una mayor dimensión de los
efectos negativos de la pandemia.
El
bien común sobre el beneficio privado: la importancia del Estado
Ni
que decir tiene que la pandemia es un fenómeno mundial que requiere una
respuesta también mundial. Otra observación de los expertos fue que se
requería una colaboración entre los Estados, de manera que estos compartieran
recursos y conocimientos para, en base a un proyecto común, desarrollar
organismos internacionales que prioricen el bienestar de las poblaciones sobre
cualquier otro objetivo. Continuar utilizando instituciones internacionales que
priorizan exclusivamente intereses específicos, financieros o comerciales es
desaconsejable, pues han jugado un papel clave en la configuración de la
situación actual. Hay que desarrollar organizaciones alternativas o realizar
cambios profundos en las actuales. Ahora bien, los expertos subrayaron que
la importancia de la internacionalización de la respuesta no significaba
debilitar el rol de los Estados en la resolución del problema creado por la
pandemia. El grupo de expertos fue muy crítico con una percepción muy
generalizada hoy en centros académicos y mediáticos influyentes de que los
Estados están perdiendo poder y no pueden atender a problemas como las
pandemias, actitud también presente en círculos progresistas tal y como
muestran autores como Negri y compañía, que gozan de tener grandes cajas de
resonancia en los medios.
El
error de este posicionamiento queda reflejado en el hecho de que los países
(sean grandes o pequeños) que han podido controlar la epidemia han sido
aquellos donde el Estado ha ofrecido un liderazgo, priorizando las
intervenciones públicas sobre las privadas (y supeditando las segundas a las
primeras), enfrentándose, en caso de que fuese necesario, con grandes lobbies
económicos y financieros que anteponían intereses particulares a los generales.
Tal experiencia internacional muestra que aquellos Estados que han tenido un
rol más activo y han liderado contundentemente la respuesta a la pandemia han
sido más exitosos que aquellos (como EEUU) en los que el Estado está teniendo
un rol más pasivo. Y un componente fundamental de este liderazgo ha sido
no solo la adopción de medidas de distanciamiento social (necesarias, pero
insuficientes), sino también su enfrentamiento con intereses particulares
(repito, de lobbies financieros y económicos) que han estado ejerciendo una
gran influencia en la vida política y mediática de tales países a fin de
garantizar el bien común, por encima de los beneficios de unas minorías.
Hay
que intervenir empresas privadas
En
este sentido, es profundamente erróneo intentar resolver la gran escasez
de material de protección para los profesionales del sector sanitario a base
primordialmente y/o exclusivamente de la compra de tales productos en el
mercado nacional o internacional. La realidad es que nos encontramos ante una
escasez internacional de estos productos debido a su gran demanda, escasez que
precisamente beneficia a sus productores, que aumentan los precios,
aprovechándose de una situación excepcional. En una situación de guerra (y
estamos en una de estas situaciones), el Estado hace lo que debe hacer para
conseguir los materiales que necesita para armarse, confiscando y
nacionalizando industrias si ello es necesario. Es digno de aplauso que algunos
empresarios en España hayan ofrecido voluntariamente cubrir tales déficits
cambiando incluso sus líneas de producción, tal y como aplaude Antón
Costas en su artículo La pandemia como oportunidad, publicado en El Periódico el
13 de marzo. Pero tales medidas voluntarias son dramáticamente insuficientes.
España tiene una industria textil muy desarrollada, y no hay falta de material
para hacer mascarillas. Se tiene que obligar a las empresas a que las hagan, y
pronto, solo por poner un ejemplo.
Ni
que decir tiene que habría una gran oposición a esta línea de actuación por
parte de las instituciones financiero-económicas que ejercen un enorme dominio
sobre los Estados. Pero la experiencia muestra que tales medidas
intervencionistas serían enormemente populares, si se mostrara que se realizan
en defensa del bien común, que debe anteponerse al bien particular. En este
sentido, la creciente impopularidad de Trump está basada precisamente en que es
percibido como un mero instrumento de aquellos intereses, sin atreverse o tener
la voluntad de ejercer el liderazgo que el país necesita.
El
futuro que nos espera: la barbarie o el bien común
No
hay duda de que el futuro será distinto: cambiará el mundo. Y la tolerancia
hacia las coordenadas de poder existentes se desvanecerá. Estamos siendo
testigos del fin del neoliberalismo, fruto de la urgencia de cambio. La pandemia
está mostrando la necesidad de cambiar profundamente las correlaciones de
fuerzas dentro los Estados, a fin de eliminar la excesiva influencia de unos
intereses particulares que obstaculizan alcanzar el bien común. Ello requiere
un cambio en cada Estado y también en la manera en cómo estos Estados se
relacionan entre sí; se hace necesario cambiar la orientación de la
globalización actual, basada en el control del llamado "mercado" por
parte de unas pocas manos, reconociendo la interdependencia entre los países y
la necesidad una respuesta colectiva basada en el conocimiento científico, la
voluntad popular y el bien común. De ahí que los adversarios de estos cambios
sean los mismos factores que crearon la crisis climática y la pandemia: el
neoliberalismo, promotor de los intereses de una minoría, y el nacionalismo
populista, que antepone sistemáticamente los intereses particulares a los del
conjunto. La gravedad del problema actual requiere unos cambios más
sustanciales en el ordenamiento económico y político de las sociedades en las
que vivimos de los que ahora se están considerando. La evidencia de ello es
abrumadora. Así de claro.
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