jueves, 26 de marzo de 2020

Elecciones en EE.UU: ¿en el umbral de la tragedia?



Por Andrés Mora Ramírez
Investigador, analista y docente de la Universidad de Costa Rica.

“El principio democrático -enunciado en las palabras de la Declaración de Independencia-, precisaba que el gobierno era secundario, que el pueblo que lo había establecido era lo primero. Por consiguiente, el futuro de la democracia depende del pueblo y de su conciencia creciente acerca de cuál es la manera más decente de relacionarse con los seres humanos de todo el mundo”.
Con estas palabras, escritas hace  ya casi dos décadas, el intelectual estadounidense Howard Zinn ponía punto final a su libro La otra historia de los Estados Unidos, una obra de consulta necesaria para comprender el entretejido profundo de movimientos sociales, resistencias y  utopías liberadoras que también han conformado a la sociedad norteamericana, y que subyace como una fuerza de cambio latente, acaso soterrada, pero hábilmente contenida por el aparataje ideológico y cultural que sostiene el edificio del poder de la potencia del Norte.
El curso de las elecciones primarias del Partido Demócrata, en las que se decide al candidato que enfrentará a Donald Trump en los comicios presidenciales del próximo mes de noviembre, se inscribe también en esa disyuntiva que planteara Zinn: la de abrir o cancelar definitivamente las posibilidades de aspirar a una convivencia democrática, civilizada,  ya no sólo en los Estados Unidos sino también en el resto del mundo,  dada la naturaleza de las fuerzas políticas conservadoras, racistas, negacionistas y, en definitiva, imperialistas, que hoy dominan la Casa Blanca (con paralelismos en todo el planeta) y que pretenden quedarse allí cuatro años más.
De momento, los resultados parciales no invitan al optimismo: para detener el avance del senador de Vermont, Bernie Sanders, el establishment ha cerrado filas en torno a la candidatura del moderado y confiable Joe Biden, exvicepresidente de Barack Obama, cuyas pretensiones se han visto favorecidas por el retiro de varios otros aspirantes.
Los núcleos del poder político y económico vinculados al Partido Demócrata ven en Sanders, quien se declara socialista democrático, la encarnación del peligro rojo, el fantasma que recorre América. Su movimiento y sus principales propuestas -en campos como la salud, la educación y la redistribución de la riqueza-, que podrían ser consideradas reformistas incluso en algunos contextos latinoamericanos, siembran temor entre la élite estadounidense. Por eso han decidido impedir su nominación como candidato presidencial, aunque ello implique poner en riesgo el triunfo en la elección presidencial.
Nada de esto debe sorprendernos. Hace poco más de tres meses, en una entrevista concedida al sitio de análisis periodístico Truthout, Noam Chomsky ya advertía que “el centrismo del Partido Demócrata” podría entregar en bandeja la reelección a Trump, al nominar como contendiente a un representante de la clase política tradicional, incapaz de derrotar al magnate neoyorquino. Cuatro años más de Trump, explicaba Chomsky, “pueden significar el final de gran parte de la vida en la Tierra, incluida la sociedad humana organizada en cualquier forma reconocible”.
En ese sentido, la nominación de un centrista al estilo de Biden podría sumir en la desilusión a las fuerzas progresistas que hoy acompañan a Sanders, necesarias para “hacer el trabajo sobre el terreno” que evite “la tragedia, repetición, tragedia, de cuatro años más de trumpismo”. Al mismo tiempo, “si un candidato progresista gana la nominación, el poder centrista y la riqueza pueden retroceder, abriendo nuevamente el camino a la tragedia”, decía Chomsky.
Esa es la dimensión de la encrucijada que hoy envuelve al Partido Demócrata, y la responsabilidad -local y global- de la decisión que deberán tomar en los próximos meses, hasta la celebración de su convención. Asistimos a un momento crucial en el que se decidirá, o bien la pervivencia del imperio cuya vorágine de decadencia nos arrastrará a todos, con Trump o Biden a la cabeza.
O bien, la oportunidad de que una eventual candidatura progresista, con todas las limitaciones que se le puedan señalar, cierre el umbral de la tragedia y le dé una última oportunidad al pueblo estadounidense consciente, y a la humanidad toda, para revertir el destino de fatalidad hacia el que nos dirigimos ahora.


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