Por Andrés Mora Ramírez
Investigador, analista y docente de la
Universidad de Costa Rica.
“El principio democrático -enunciado en las
palabras de la Declaración de Independencia-, precisaba que el gobierno era
secundario, que el pueblo que lo había establecido era lo primero. Por
consiguiente, el futuro de la democracia depende del pueblo y de su conciencia
creciente acerca de cuál es la manera más decente de relacionarse con los seres
humanos de todo el mundo”.
Con estas palabras, escritas hace ya
casi dos décadas, el intelectual estadounidense Howard Zinn ponía punto final a
su libro La otra historia de los Estados Unidos, una obra de consulta
necesaria para comprender el entretejido profundo de movimientos sociales,
resistencias y utopías liberadoras que también han conformado a la
sociedad norteamericana, y que subyace como una fuerza de cambio latente, acaso
soterrada, pero hábilmente contenida por el aparataje ideológico y cultural que
sostiene el edificio del poder de la potencia del Norte.
El curso de las elecciones primarias del
Partido Demócrata, en las que se decide al candidato que enfrentará a Donald
Trump en los comicios presidenciales del próximo mes de noviembre, se inscribe
también en esa disyuntiva que planteara Zinn: la de abrir o cancelar
definitivamente las posibilidades de aspirar a una convivencia democrática,
civilizada, ya no sólo en los Estados Unidos sino también en el resto del
mundo, dada la naturaleza de las fuerzas políticas conservadoras,
racistas, negacionistas y, en definitiva, imperialistas, que hoy dominan la
Casa Blanca (con paralelismos en todo el planeta) y que pretenden quedarse allí
cuatro años más.
De momento, los resultados parciales no
invitan al optimismo: para detener el avance del senador de Vermont, Bernie
Sanders, el establishment ha cerrado filas en torno a la candidatura del moderado
y confiable Joe Biden, exvicepresidente de Barack Obama, cuyas
pretensiones se han visto favorecidas por el retiro de varios otros aspirantes.
Los núcleos del poder político y económico
vinculados al Partido Demócrata ven en Sanders, quien se declara socialista
democrático, la encarnación del peligro rojo, el fantasma que recorre
América. Su movimiento y sus principales propuestas -en campos como la
salud, la educación y la redistribución de la riqueza-, que podrían ser
consideradas reformistas incluso en algunos contextos latinoamericanos,
siembran temor entre la élite estadounidense. Por eso han decidido impedir su
nominación como candidato presidencial, aunque ello implique poner en riesgo el
triunfo en la elección presidencial.
Nada de esto debe sorprendernos. Hace poco
más de tres meses, en una entrevista concedida al sitio de análisis
periodístico Truthout, Noam Chomsky ya advertía que “el centrismo del
Partido Demócrata” podría entregar en bandeja la reelección a Trump, al nominar
como contendiente a un representante de la clase política tradicional, incapaz
de derrotar al magnate neoyorquino. Cuatro años más de Trump, explicaba
Chomsky, “pueden significar el final de gran parte de la vida en la Tierra,
incluida la sociedad humana organizada en cualquier forma reconocible”.
En ese sentido, la nominación de un centrista al
estilo de Biden podría sumir en la desilusión a las fuerzas progresistas que
hoy acompañan a Sanders, necesarias para “hacer el trabajo sobre el terreno”
que evite “la tragedia, repetición, tragedia, de cuatro años más de trumpismo”.
Al mismo tiempo, “si un candidato progresista gana la nominación, el poder
centrista y la riqueza pueden retroceder, abriendo nuevamente el camino a la
tragedia”, decía Chomsky.
Esa es la dimensión de la encrucijada que
hoy envuelve al Partido Demócrata, y la responsabilidad -local y global- de la
decisión que deberán tomar en los próximos meses, hasta la celebración de su
convención. Asistimos a un momento crucial en el que se decidirá, o bien la
pervivencia del imperio cuya vorágine de decadencia nos arrastrará a todos, con
Trump o Biden a la cabeza.
O bien, la oportunidad de que una eventual
candidatura progresista, con todas las limitaciones que se le puedan señalar,
cierre el umbral de la tragedia y le dé una última oportunidad al pueblo
estadounidense consciente, y a la humanidad toda, para revertir el destino de
fatalidad hacia el que nos dirigimos ahora.
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