El triunfo de la muerte. Pieter Bruegel.
Pintura
Lo que buscan los gobernantes con sus
invocaciones a Dios es afianzar el sentimiento de culpa colectiva en sus
súbditos creyentes por la “desgracia del COVID-19”. Legitimar el poder estatal
en el poder divino (ya que carecen de legitimidad social)
Los bicentenarios estados latinoamericanos
fueron creados como estados laicos. Estado laico, jurídicamente significa que
las cuestiones religiosas deben ser practicadas en el ámbito privado. Ningún
gobernante debe utilizar su cargo para propagar su fe religiosa, no sólo porque
contraviene la libertad religiosa de los otros, sino porque el poder que ejerce
proviene del pueblo, no del designio divino.
La laicidad estatal, constitutivo de los
estados modernos, se legisló para prevenir a la humanidad de repetir el
sangriento oscurantismo medieval que en nombre de Dios se degollaron y
saquearon pueblos enteros. Por ello, a partir del siglo XVIII y XIX, se
prohibió constitucionalmente el uso y abuso del “recurso” Dios para fines
políticos.
Pandemia de COVID-19 y Dios
La actual pandemia del COVID-19, que sacude
las certezas socioculturales modernas de Europa, activa las incertidumbres y
creencias religiosas latentes en sociedades latinoamericanas y de sus gobernantes.
El Presidente de Guatemala, convoca y declara
“sábado de ayuno y oración nacional” para clamar a Dios que libere a Guatemala
del COVID-19. Gobernantes de Brasil, Bolivia, Honduras… proclaman “milagros de
sanidad” en nombre de Dios… Pero, se resisten aceptar la “solidaridad
chino-cubano” para controlar la pandemia de COVID-19.
¿Cómo puede un gobernante pedir más ayuno a
su pueblo que ya vive los 365 del año en ayuno forzado? ¡En Guatemala cerca de
7 de cada 10 personas pasa hambre todos los días! Aquí hay más iglesias que
centros de salud. Más pastores que médicos o profesores…
Lo que buscan los gobernantes con sus
invocaciones a Dios es afianzar el sentimiento de culpa colectiva en sus
súbditos creyentes por la “desgracia del COVID-19”. Legitimar el poder estatal
en el poder divino (ya que carecen de legitimidad social). De este modo, anular
cualquier probabilidad de rebeldía popular ante el Estado de Sitio planetario.
La invasión y el saqueo de los pueblos por
parte las huestes europeas, a partir del siglo XVI, no hubiese sido posible sin
el recurso del Dios cristiano. Lo que no podían los milicianos, lo hacían los
curas doctrineros. Pero estos doctrineros cristianos lograron someter a los
aborígenes rebeldes sembrando el pánico mediante las pandemias como la viruela,
la sífilis, etc.
El mensaje de los doctrineros de la invasión
fue: “Por vuestra desobediencia Dios envía la viruela como castigo”. Incluso
durante los primero años de la República, la viruela siempre fue un aliado para
que los conservadores derrotasen a los liberales. En Centro América, a
Francisco Morazán no derrotó Rafael Carrera, lo hizo el impacto social de la
retórica de: “por culpa de los liberales Dios castiga a Guatemala con la
viruela”.
No fue la idea de progreso/democracia la que
derrotó a la insurgencia socialista en la región durante la segunda mitad del
pasado siglo. Fue el mensaje de: “América Latina para Cristo” propagado por los
neopentecostales enviados desde los EEUU. Tampoco es el discurso neoliberal el
que viene derrotando a las democracias en América Latina, es la prédica de la
teología de la prosperidad que desactiva la responsabilidad ciudadana de los
latinoamericanos para convertirlos en consumópatas, muy a pesar de sus
limitaciones económicas.
El COVID-19, pasará. No viene para quedarse.
Lo que sí quedará, empeorará, son las condiciones de miseria, y de anulación
humana, en la que sobremorirán las y los millones de creyentes, bautizados o
no, titulados o no, en América Latina y el mundo. Mientras, pastores,
gobernantes y empresarios cristianos, seguirán en su banquete neoliberal. Y
¿Dios?.
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