lunes, 2 de marzo de 2020

Análisis a Fondo: Del silencio de la Trapa




Ernesto Cardenal, el poeta de la liberación

Entre Thomas Merton y la Marilyn Monroe

Por Francisco Gómez Maza

Ernesto Cardenal, el ser humano, el monje silencioso de la Trapa, el sacerdote, el hermano, el amigo, el poeta, el acaudalado que renuncia a las riquezas materiales y se hace pobre con los pobres, el que pone en práctica la teología de la liberación, la teología del pueblo, el rebelde, el revolucionario, el suspendido a divinis por el papa Juan Pablo II, el rehabilitado con profundo amor por el Papa Francisco, ha muerto un primero de marzo de 2020.
Los creyentes dirán: ha partido hacia el Padre. Ha celebrado su Pascua. Sea lo que fuere. Después de vivir viviendo esta vida durante 95 años, dando y dando generosidad y revolución, inspirando a los guerrilleros de Cesar Augusto Sandino, celebrando la misa de campaña, organizando las manifestaciones culturales de Nicaragua, siendo perseguido por los gobernantes que renunciaron a la justicia, Cardenal no está ya más con nosotros, los monjes laicos de Solentiname, los pobres de Nicaragua y los que vivimos aún, enamorados de su poesía. Ya no está más con los cristianos que viven y rezan en esa maravillosa isla en donde el Espíritu sopla con soltura: Solentiname.
Ya estaba listo el amigo y maestro. El hombre grande. El generoso sacerdote y profeta del cielo en la Tierra, de la revolución de los pobres, a veces, casi siempre, traicionada por quienes se comprometen a defenderla. Imagen divina cual poeta de los grandes. Poesía divinamente humana, humanamente divina, que envuelve, que eleva a las alturas del espíritu y que se plasma en Vida en el Amor, El Evangelio en Solentiname, Los Salmos, Telescopio en la Noche Oscura, libros eternos para vivir la belleza, la bondad, la ternura, todo lo bueno y bello que tiene la vida de los humanos, de los animales, de las plantas de la tierra; fascinantes historias reflejo de la Belleza Increada.


De Cardenal, incluso sin quererlo, sólo leyéndolo en voz alta, se aprende lo que es el amor más allá del sexo, que generalmente confunden los humanos con el amor y que no es más que un ejercicio instintivo del animal que somos los humanos. Fascina y es una revelación, como todo lo que escribió otro grande, Erich Fromm, su libro acerca del amor (el amor no es una cosa esplendorosa, ni es un sentimiento. El amor es entrega hasta la muerte; es aceptación; es vivir para servir), así como sus oraciones a Marilyn Monroe, la rubia que se convirtió en un símbolo sexual para muchos y en un avatar del ser humano en su miseria, que lucha sin sentido, que busca donde no hay, que sueña sólo fantasías irrealizables, que es esclavo de sus enemistades íntimas; que se suicida para romper las cadenas de la esclavitud del espíritu del egoísmo y la injusticia, víctima del macho.
Es un poco de lo que inspira la vida y la muerte de Ernesto Cardenal, un crucificado que clava su propia lanza en la tierra, para sembrar la semilla de la liberación, de lo bello y lo bueno del ser humano, de lo justo, de lo igual, de ese principio que mandata exigir de cada uno según su capacidad y dar a cada quien, según su necesidad, principio con el cual nadie, ni el más recalcitrante avaro, puede estar en desacuerdo. Habrá ahora muchos revolucionarios que estarán en oración en Solentiname, en el gran lago de hermosura sin igual. Y llorarán en la Trapa de Getsemaní, en Kentucky, los fantasmas de los monjes silenciosos y la figura enorme de su maestro Thomas Merton. Lamentarán la ida de Cardenal, trapense, que encontró al hombre sufriente en el silencio de la Trapa.
Como lo recuerda Christopher Domínguez Michael, Cardenal abunda en aciertos y riesgos. Y entre sus estrictos Epigramas (1961) y el megalomaniaco Cántico cósmico (1989), infunde a la poesía latinoamericana algunas de las virtudes del imaginismo estadounidense y, para hablar sólo de poetas mexicanos, su influencia es visible en Jaime Sabines, Gabriel Zaid y José Emilio Pacheco. Su paso por la UNAM. 
Cardenal es fuente de inspiración. Recuerdo que un día, estando en San José, Costa Rica, me contó que en un manicomio de la Cuba revolucionaria había un loco de remate que era especialista en su obra, en su poética y era capaz de dictar conferencias magistrales sobre el nicaragüense Ernesto Cardenal. Tanto inspiraba que hasta los locos enloquecían con la Trapa, con Solentiname, con la Revolución sandinista. Y ahora este escribidor le canta al monje-poeta-revolucionario:
Esa canción que cantas
vende chicles
cómo me duele
me lastima los tímpanos
pues brota
como el agua dolida
de tu panza vacía
ardorosa de hambre
casi muerta de sed
ven pequeño a mis brazos
aún no te vayas
a otro infierno (FGM)


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