Por Antonio Carvallo
Los relatos mitológicos están colmados de
narraciones referidas a graves faltas de los pueblos que merecieron el castigo
de los dioses. Diluvios, plagas, hambrunas, fuegos cósmicos…
A veces los crímenes fueron contra el plan
o mandato de los dioses en cuanto al orden de la naturaleza o la sociedad,
otras por desafiar su voluntad o más aún por intentar apoderarse de sus
atributos divinos.
Independiente de creencias religiosas
particulares, tiendo a ver en estos relatos una alusión a fenómenos externos al
ámbito humano, provenientes de un sistema mayor, y con la habilidad de producir
un shock de tal magnitud, que tiene el efecto de corregir desvíos y rectificar
conductas. En muchos de estos relatos los pueblos arrepentidos rectificaron
conductas, o cumplieron penosos castigos hasta ser rehabilitados.
Siguiendo la doctrina de Silo, me fui
formando en una visión estructural y procesal del mundo social, de la
naturaleza y de la propia conciencia. Mirando el fenómeno sin precedente en el
que estamos inmersos no puedo dejar de advertir analogías con estas narraciones
que se remontan a la memoria antigua de la humanidad.
Desde este punto de vista entiendo la
acción de los virus, externos al plano de la vida biológica, pero con la
capacidad de modificarla y destruirla, como un shock corrector de la índole de
los que narran las leyendas, solo que de una magnitud sin precedente.
COVID-19 no solo ha causado sufrimiento y
muerte a decenas de miles de seres humanos, sino que ha destruido empleo para
millones de familias, ha afectado industrias completas como hostelería y
restauración, base productiva, cadenas de suministro, servicios de toda índole…
un mazazo sin parangón en la historia humana. Se ha expandido como un incendio,
por todo el mundo en cuestión de semanas, obligando a la parálisis y reclusión
de mas de la mitad de la población del planeta.
No parece entonces riguroso comparar esta
pandemia con otras anteriores en la historia moderna como la influenza en 1918
y otras más recientes. Establecer esa similitud con episodios bien diferentes y
poco documentados en el pasado, pretendiendo que se trata del mismo fenómeno,
no ayuda a asumir la magnitud de lo que vivimos hoy, ni a prepararse
adecuadamente para lo que se avecina.
Un mundo como el de hoy no existió nunca
antes en la historia humana. Es un fenómeno nuevo. Quiérase o no ya
constituimos una incipiente Nación Humana Universal. Cuando el cuerpo
social está afectado simultáneamente, con los mismos síntomas y las mismas
estrategias de asistencia y curación. Cuando el virus se desplaza desde todas
las latitudes en direcciones y a velocidades impredecibles. Cuando adelantamos
y comparamos en tiempo real las estadísticas de progreso, detenimiento y
retroceso de la plaga. Cuando desde los distintos centros de producción de
medicamentos, equipos de protección personal, y equipos de asistencia y control
del virus se envían productos y equipos de médicos expertos en cuestión de
horas a los lugares de mayor urgencia. Cuando se buscan antídotos y vacunas
aceleradamente en los mejores laboratorios del planeta, es evidente que estamos
en presencia de un fenómeno nuevo, que toma precedente sobre todas las demás
prioridades del mundo actual. Es indicativo que en ese parto doloroso nace y
toma conciencia como experiencia social por vez primera esa Nación Humana
Universal.
Los individuos humanos en todas las
latitudes realizamos por vía de experiencia que somos protagonistas en un
fenómeno nuevo y asumimos nuestras responsabilidades sin coacciones ni amenazas
para prevenir de ese modo daños innecesarios a otros seres humanos.
Los gobiernos de turno en distintos
estados y regiones asumen posturas diferentes y exhiben éticas de conducta
correspondientes a sus ideologías particulares, en muchos casos tratando de
capitalizar políticamente el fenómeno, pero a poco de intentarlo corrigen sus
decisiones frente al clamor avasallador de los pueblos del mundo,
constituyentes de esa nueva nación.
Los que privilegian el dinero por encima
de la vida, los que anteponen el Estado al ser humano, los oligarcas,
especuladores y opresores de toda índole, ahora inermes, tiemblan en la
incertidumbre frente a los cambios que se avecinan.
La absoluta mayoría de los seres humanos
reflexionamos hoy en cuarentena, en reclusión y vacío de las actividades
repetitivas que pueblan cada día de nuestras existencias. ¿Cómo será lo que
viene?
Con el advenimiento del tiempo real, y de
las comunicaciones simultáneas en todas las latitudes, realizando que, al
detenerse nuestra actividad febril, se paraliza el sistema, se caen las bolsas
de valores (centros ficticios de especulación) se detiene la producción y el
consumo de bienes y servicios.
Reflexionamos en que todos y cada uno
somos los creadores de la riqueza en el mundo y cuando nos detenemos, esta
cesa. Somos la energía que da vida al sistema, que sin nosotros muere. Son las
enfermeras, médicos, paramédicos y personal asistencial quienes desprotegidos y
exponiendo sus vidas más allá de todo calculo, luchan hasta el agotamiento por
salvar otras vidas humanas.
Ellos son “la gente”, “los pueblos de la
tierra”
Comprendemos la inter dependencia como
organismo donde un fenómeno que afecta un órgano o un punto del mismo tiene
consecuencias inmediatas en todos los otros puntos. Somos una estructura, la
vida humana, los pueblos y las naciones particulares. Sentimos del mismo modo,
nacemos y morimos del mismo modo. Nuestras aspiraciones son similares, nuestros
sueños, angustias y sufrimientos los mismos.
El mundo viejo del que provenimos,
experimenta su decrepitud y contradicción. Hemos destruido nuestro medio
social, empobreciendo a las grandes mayorías de seres humanos como nosotros
mismos. Hemos destruido el medio ambiente que nos nutre cada día. Envenenado la
atmósfera que respiramos, destruido los ecosistemas. Provocado la desaparición
de miles de especies vivas esenciales para la vida.
Todos estos desequilibrios han mutado a un
pequeño virus que sin distinción destruye nuestro sistema
respiratorio. Nada anticipa que no podrá seguir mutando, ese mismo u otros,
hasta diezmar una especie que ha perdido la dirección y sentido de su
existencia.
La vida tiene un plan y una intención,
evolutiva, de conciencia, de luz. Aquello que se aparta de esa dirección es
malo, se opone al plan de la creación. Todo lo que va en esa dirección es
bueno, contribuye a la dirección de la vida y su evolución.
No obstante compartir el sufrimiento que
padecemos todos en nuestro plano de existencia, no puedo dejar también de
compartir la Ira de los dioses por el daño causado al plan de la vida. Tal vez
por eso que cuentan las leyendas de que somos una raza de semi dioses.
Mientras continuamos nuestra reclusión y
reflexión, debemos tener en cuenta que:
El sistema financiero mundial y el sistema
de distribución de riqueza deben ser cambiados radicalmente. No es viable la
apropiación del todo social, del todo económico, del todo político por minorías
absurdas que niegan de ese modo al resto del cuerpo social produciendo su
asfixia y destrucción.
Entonces, hay que cambiarlo.
La protección de nuestro medio ecológico,
así como de cada una de las especies vivientes, es vital y urgente si queremos
preservarnos como nación humana.
El sistema social debe ser sanado por
medio de la cuidadosa aplicación de los derechos humanos universales como ya se
definieron hace más de 70 años.
Debemos poner fin a las guerras y los
conflictos deben ser resueltos en el ámbito de las Naciones Unidas que a estos
efectos debe ser reformada.
Como individuos humanos debemos asumir la
responsabilidad de nuestra evolución y desarrollo hacia niveles de conciencia
más avanzados. Adoptando como precepto del mas alto valor moral “Trata a los
demás como quieres que te traten a ti”.
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