LA AMENAZA SANITARIA QUE NOS RODEA, TAMBIÉN NOS DISCRIMINA.
Mirar hacia la calle desde la ventana, una parte de esta rutina recién adquirida.
Por
elquintopatio@gmail.com
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de la mañana: Me despiertan la Pelusa y la Mimi algo impacientes y mirándome
directo a los ojos, en espera de una señal de vida para comenzar a mover la
cola y saltar de la cama. Sé muy bien que podría quedarme entre las sábanas
porque no hay planes para hoy. De hecho, hace más de 6 semanas que no hay
planes para el día; pero igual, con una persistencia encomiable, he insistido
en darle un sentido positivo al encierro creando pequeños desafíos domésticos.
Aunque agradecida por el privilegio de tener un techo y comida suficiente
-mucho más que millones de personas cuyo día se inicia con el estómago vacío,
en la incertidumbre y la necesidad- no puedo dejar de mirar con desconfianza al
futuro inmediato.
Después
de la invasión inicial de noticias y de sentirnos catapultados hacia una
vorágine de información contradictoria cuyo efecto inmediato ha sido una
profunda desconfianza hacia los medios y las fuentes oficiales, hemos pasado a
la etapa del cedazo, en donde intentamos sin mucho éxito separar la paja del
grano y darnos pequeños espacios de silencio mediático para no sentir, no saber
y no ser absorbidos por la tensión y el temor natural al caos y a la
desinformación. De todos modos, no siempre se puede ser tan racional cuando se
trata de conservar la vida y el sentido común.
He
pasado mi vida entera luchando por creer en conceptos tan elusivos como la
justicia y el bien común y también he trabajado duro para tener la libertad de
expresar mi pensamiento. A pesar de haber transitado por entornos de enorme
incertidumbre política y de grandes fosos de inequidad social, todavía intento
convencerme de la capacidad humana para experimentar algo parecido a la
solidaridad, pese a las evidencias constantes de que en el fondo nuestra
naturaleza nos hace egoístas y persistentemente impermeables al dolor ajeno.
Por
esa necesidad de búsqueda de los motivos de tanta desigualdad, he llegado a
conocer de cerca la miseria de quienes son considerados por las élites como un
recurso indeseable pero necesario para acrecentar su riqueza. En el otro
extremo del espectro, he tenido la oportunidad de constatar cuánto desprecio
destilan esos núcleos privilegiados, por quienes nunca han tenido las oportunidades
ni los medios para superar su condición de pobreza, pero también cómo manipulan
los conceptos para convencerse y convencer a otros de la inevitabilidad de las
distancias sociales; como si estas nunca hubieran sido diseñadas y construidas
a propósito.
Hace
apenas unas semanas, creía que la pandemia nos equiparaba. Profundo error. Las
nuevas condiciones comienzan a revelar hasta qué punto estamos distanciados
frente a un enemigo común y cómo esta amenaza, supuestamente universal, se
transforma en otro sistema de selección en donde los más pobres y los más
vulnerables serán siempre los más castigados. Poco a poco, el mapa se define y
las clases dominantes muestran la esencia de su codicia al aferrarse al poder y
concentrar la toma de decisiones, afectando a millones de seres humanos
alrededor del planeta. Ante ese poder prácticamente ilimitado, somos apenas un
murmullo distante, una masa anónima con la impotencia y la rebeldía a flor de
piel.
6
de la tarde: Termino el día con la sensación de no haber realizado ninguna
tarea esencial. Me he empeñado en refugiarme en el no saber, como si esa
barrera contra la especulación, la desinformación y la manipulación mediática
pudiera, de algún modo, protegerme contra un enemigo ubicado al otro lado de la
puerta de mi casa. Y vuelvo a mirar por la ventana, esperando que no llegue.
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