La guerra
que nos está matando no tiene tanques, ni misiles, ni trincheras. Mientras que
el mundo gasta 1.800.000.000.000 de dólares anuales en armamento, un bicho
microscópico no respeta ni favelas ni palacios, manda a cuidados intensivos a
primeros ministros y príncipes y mata a campesinos y taxistas.
Lo grave
es que ya se sabía que esto iba a suceder. Bill Gates dijo en 2014:
"Si algo va a matar a más de diez millones de personas en las próximas
décadas será un virus muy infeccioso, mucho más que una guerra".
Las
advertencias vinieron desde los más reputados epidemiólogos y científicos. En
2017, Jonathan D. Quick, profesor de medicina en Harvard y jefe del Consejo
Mundial de la Salud, publicó su libro El fin de las epidemias: la amenaza
que pende sobre la humanidad y cómo detenerla.
"En
algún lado allá afuera hay un peligroso virus hirviendo en la sangre de un
pájaro, murciélago, mono o cerdo, preparándose para saltar a un ser humano. Es
difícil entender la magnitud de esa amenaza, porque tiene el potencial de
borrar a millones de nosotros, incluyendo a mi familia y a la suya, en semanas
o meses".
Quick describió la
situación como si estuviera mirando los noticieros de televisión de hoy. La
pandemia "podría ser una variación de la gripe española de 2018, uno de
los cientos de otras amenazas de microbios, o algo completamente nuevo como el
virus SARS de 2003 que surgió en China. Una vez transmitido a un humano, un
virus transportado por el aire podría pasar de un individuo infectado a 25.000
más en una semana, y a más de 700.000 en el primer mes. En tres meses podría
llegar a todos los principales centros urbanos del mundo y en seis meses podría
infectar más de 300 millones de personas y matar más de 30 millones. Esto no es
ciencia ficción alarmista ni amarillismo".
¿Por qué
no se hizo nada para impedirlo?
A pesar
de estas claras advertencias, el virus agarró a la humanidad por sorpresa y
asoló los centros industriales y financieros más ricos e importantes del mundo.
La
pandemia se expandió a la velocidad del avión porque las grandes
transnacionales y del mundo financiero no quisieron interrumpir sus negocios a
tiempo. Donald Trump y Boris Johnson subestimaron la enfermedad, hasta que el
primer ministro británico terminó en cuidados intensivos.
Las
grandes fábricas de Bérgamo, en Italia, se negaron a dejar de producir. Confindustria,
la patronal industrial italiana, lanzó el 28 de febrero una campaña con
el hashtag #YesWeWork", "Bergamo non si ferma", y
continuaron la actividad hasta el 23 de marzo, cuando el brote ya hacía
estragos, forzando a los trabajadores a realizar paros y huelgas para obligar a
cerrar las fábricas, a pesar de lo cual numerosas actividades fueron exentas.
En el
corazón financiero del mundo, Nueva York, con 20 millones de habitantes, la
cuarentena solo se hizo efectiva el 22 de marzo, cuando ya iban más de 7.000
contagios.
"Disculpen
nuestra arrogancia como neoyorquinos —dijo el gobernador Mario Cuomo el 2 de
marzo—, creemos que tenemos el mejor servicio médico del mundo justo aquí en
Nueva York. Cuando se compara lo que pasó en otros países con lo que pasa aquí,
no creemos que vaya a ser tan malo", dijo.
¿Por qué
el mundo no estaba preparado?
La
pandemia avanza con su estela de muerte por la crisis de los sistemas de salud del mundo,
no solo de los países pobres, sino de los países más ricos del planeta. EEUU es
el ejemplo: en 2013 tenía 2,9 camas de hospital por cada 1.000 habitantes,
cuando los países del área euro tenían 6,2; en 2016 tenía 2,6 médicos cada
1.000 habitantes, contra 3,8 de la zona euro (2015) y 8,2 de Cuba (2017), en un país donde 78 millones no tienen un seguro de
salud adecuado.
Se
desperdició la oportunidad de hacer una vacuna a tiempo, porque las mayores farmacéuticas del mundo —conocidas
como Big Pharma— que controlan el 45 % de la producción mundial con un mercado
de 1,3 billones de dólares, no tienen ningún
interés en preparar vacunas porque no les dejan suficientes ganancias.
Después
de las epidemias del SARS y del MERS a
comienzos de siglo, no se desarrollaron vacunas porque las firmas privadas
hacen poca investigación sobre inmunización como enfermedades tropicales que
afectan a países pobres y prefieren hacer medicamentos para países ricos.
Como
todo, la pandemia de coronavirus puede ser una
nueva oportunidad de fabulosos negocios. El Congreso de EEUU aprobó 8.300
millones de dólares para vacunas y medicamentos contra el COVID-19, pero en la
resolución final no existe ninguna provisión para
limitar los derechos de propiedad intelectual de las grandes empresas, lo que
equivale a otorgar licencias sin condiciones.
Según
denuncia la ONG Pacientes por Medicamentos Accesibles, uno
de cada tres dólares gastado por las grandes farmacéuticas para desarrollar un
nuevo remedio es puesto por los contribuyentes.
Sin
embargo existe un ejemplo de que sí se puede: la viruela, que en el último
siglo mató de 300 a 500 millones de personas, más que todas las guerras
mundiales, fue erradicada en 1979, demostrando que es posible inmunizar a la
población masivamente y prevenir nuevas pestes.
¿El siglo
de las pandemias?
Según
Quick, hemos entrado en "el siglo de las pandemias". Desde 1971 los
científicos han descubierto por lo menos 25 nuevos patógenos para los que no
hay vacunas ni tratamientos. "El número de nuevas infecciones ha ido
aumentando cada década, más que triplicándose entre 1940 y 2000. En 2014,
la Organización Mundial de la Salud registró más de 100 enfermedades con
nombres exóticos", explica en su libro.
Los
mosquitos, "las criaturas más peligrosas para los humanos", cada año
infectan más de 700 millones de personas y matan más de un millón, la mitad de
ellos, niños en África, entre ellos el anófeles que causa malaria y el Aedes
aegypti culpable del zika, el dengue, la fiebre amarilla y el chikunguña,
asevera Quick.
Casi 40
millones de personas vivían con SIDA en 2015 y desde el comienzo de la epidemia
78 millones han sido infectados y 35 millones han muerto.
Uno de
los más peligrosos enemigos es la gripe, que mata medio millón de personas por
año. La gripe H1N1 causó la gripe española de 1918 que dejó 50
millones de muertos y la gripe de los cerdos en 2009 que mató a 575.000
personas. La H2N2 causó la gripe asiática de 1957 que dejó dos millones de
muertos. La H3N2 causó la gripe de Hong Kong en 1968 que dejó un millón de
muertos y es una de las más comunes. La H5N1, también conocida como gripe aviar altamente patógena
(HPAI), causó cientos de muertes entre 2003 y 2016, pero a pesar del
número bajo de víctimas, mata al 50% de las personas que infecta.
Estos
virus encuentran un terreno fértil en las granjas de animales y feedlots donde
se crían industrialmente aves, ganado vacuno y cerdos, que
"presentan el mayor potencial animal para enfermedades catastróficas
porque son la fuente de gripe, la enfermedad más asesina, difícil de controlar
y que se expande más rápido", advierte Quick.
Peor aún,
para frenar las infecciones en los animales, el 80% de todos los antibióticos
vendidos en EEUU en 2010 se usaban para vacas, pollos y cerdos, generando
otro problema mayor, como es la resistencia humana a los antibióticos.
Los ricos
viajan, los pobres mueren
La
pandemia fue repartida por el mundo en aviones y cruceros con hombres de
negocios y turistas, pero los que mueren mayoritariamente son los pobres. Sin
que todavía el coronavirus se haya extendido por las zonas más desfavorecidas
del planeta, el ejemplo de EEUU demuestra que se ensaña en las condiciones de
pobreza, falta de seguros de salud y hacinamiento.
El 30% de
las víctimas del coronavirus en Nueva York son
latinos. En Chicago los afroamericanos son más de la mitad de los
infectados y 72% de las muertes, aunque son solo un tercio de la
población. En Illinois, el 43% de los muertos y el 28% de los contagiados
son afroamericanos, cuando solo representan el 15% de la población. En
Michigan son un tercio de los positivos y el 40% de los muertos, cuando son
un 14% de los habitantes del estado; y en Luisiana, el 70% de los muertos
son negros aunque solo representan a un tercio de la población.
Guayaquil es la imagen dantesca de lo
que pasará cuando el virus se expanda exponencialmente entre los 1.000 millones
de personas que viven en tugurios o villas miseria en el mundo, con 1.500
cadáveres sin retirar en las casas.
Se
puede… se quiere
Para
superar esta pandemia es necesario adoptar medidas drásticas en todos los
órdenes.
Los
Gobiernos deben establecer la obligatoriedad de que las grandes farmacéuticas
compartan los datos en un solo pool mundial para crear las vacunas y
medicamentos para el COVID-19, eliminando las patentes sobre estos para
que puedan ser producidos genéricamente en todos los países. Los medicamentos
no pueden ser un negocio, deben ser gratuitos y entregados por los sistemas de
salud estatales.
La salud
debe ser un servicio estatal y gratuito en todo el mundo. No puede ser un
negocio donde se salven los ricos en clínicas privadas y los pobres se mueran.
En la actual crisis, los Estados deberían colocar bajo control nacional a todo
el sistema de salud privado y público para garantizar igual atención a todos
más allá de sus recursos, como hizo Irlanda.
Colocar
todos los hoteles de las grandes cadenas a disposición de los sistemas de salud
para atender a los enfermos y a los sin techo.
Garantizar
el pago de un salario universal a cargo de los Estados mientras dure la
parálisis de la economía por las medidas de aislamiento social, prohibir los
despidos y eximir de impuestos a las pymes y empleados independientes,
otorgándoles créditos a tasa de interés cero y amplios plazos.
Suspender
del pago de la deuda externa de todos los países afectados por la pandemia.
Estas son
solo algunas de las propuestas que vienen haciendo partidos y
organizaciones sociales a falta de medidas más radicales todavía, que ataquen
la globalización que concentra las fábricas del mundo en los lugares de peores
salarios y condiciones laborales, que eliminen los monopolios de la industria
farmacéutica, que transformen de manera racional la producción de alimentos,
que erradiquen las condiciones de pobreza donde se alimentan los mosquitos y
proliferan los virus, si queremos evitar nuevas y más letales pandemias.
Sin
embargo, el mundo sigue gastando 1,8 billones de dólares en armas.
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