Nadie puede decirse engañado AMLO sólo cumple lo prometido
Por Francisco Gómez Maza
No
cabe duda que la economía, pero no sólo la nacional, sino la planetaria – salvo
dos que tres raras aves orientales -, podría declararse en bancarrota, hecha
polvo por la pandemia del Covid-19
El
coronavirus ha obligado a parar los procesos de producción de bienes y
servicios, en todo el mundo, expulsando a millones de trabajadores sin
retribución salarial y prestaciones sociales.
En
México, sin embargo, la mayoría de los trabajadores, desde antes del virus de
moda fatal, estaban en crisis, subsistiendo en la economía subterránea, o
informal, y su situación se ha hecho más penosa por la epidemia. Los grandes
magnates ni sudan ni se acongoja más que por su seguridad personal y familiar.
Los
grandes no se ocupan del bienestar o malestar de sus trabajadores, a no ser que
los obliguen. Con que no besen ni abracen y se queden en su residencia o en su
rancho, pueden salvarse. Pero los que tienen que estar, a fuerzas, en la calle,
para subsistir porque, desempleados, tienen que emplearse en atender un puesto
de tacos… Esos no pasarán.
Y
aquí, en esta tierra de volcanes, nadie puede llamarse a engaño. Nadie. López
Obrador sólo está cumpliendo lo que toda su vida pregonó. Qué esperaban. Él
siempre se declaró parcial. Este escribidor lo conoce desde aquellos años, cuando
era dirigente en su natal Tabasco y se la pasaba haciendo locuras de chamaco
izquierdoso.
No
me escandaliza que proclame axiomas como “primero los pobres”. Eso ha pensado
toda su vida de activista político, en el PRI, en la llamada izquierda, en el
cardenismo… Los empresarios que lo conocen no se asustan; ya imagino que lo
único que hacen es reír, como generalmente lo hace el más rico de ellos, Carlos
Slim Helú.
No
es ninguna novedad que López Obrador diga que, en esta crisis, los programas de
rescate sólo serán para las pequeñas empresas y para “el pueblo”. Sólo está
cumpliendo lo que él cree: “primero los pobres”.
Ya
podremos decir misa quienes no estamos de acuerdo con la forma de gobernar de
este tabasqueño porfiado que, después de tanto bailar y bailar la manzanilla,
por fin logró que la inmensa mayoría lo votara como presidente de la nación.
Así
que quienes acumularon grandes riquezas ahora tienen que pensar en su
redistribución. Tan sólo por su propio bien. En eso están pensando muchos
millonarios en el mundo, de Wall Street. Y lo están pensando porque creen que
sus explotados se los van a cobrar, aunque ya pasaron esos tiempos de la ley
del ojo por ojo. Acabó la Unión Soviética, acabó la Alemania comunista. Está
transformándose a pasos agigantados el imperio del Dragón que, curiosamente,
salió de la curva ascendente de la epidemia en menos tiempo de lo esperado
(ojalá que no repunte). Y ahora se prepara para ocupar el lugar que tenía el
Tío Sam en la correlación de fuerzas del mundo. Qué cosas, ¿verdad?
No
estoy de acuerdo con que el gobierno regale dinero a los pobres, ni menos a los
ricos (antes se lo regalaba a millonadas a los ricos muy ricos). No les hace
ningún beneficio.
El
dinero corre como el agua de un arroyo. Nadie no se lo va llevar en al otro
mundo. Es más justo, más equitativo, y más productivo, crear empresas,
crear empleos permanentes y no transitorios en obras públicas. Pero los
gobiernos, de los que la mayoría de los mexicanos estaba ya cansada, ni a eso
llegaban.
En
esos tiempos, todo era para el ganador, como dicen los mexicanos en lenguaje
vernáculo. Entonces, lo que hacía la mano hacia la’atrás. Y la gente, los
trabajadores, no podían ni levantar las migajas que caían de la mesa del
patrón.
Sin
embargo, al fin de cuentas, con dádivas no va a acabarse la pobreza. Hay que
mantener las fuentes de trabajo. No estoy seguro de que estos programas,
llamados de bienestar, funcionen para cambiar las relaciones de producción. Son
métodos de una mala educación. Son parte del capitalismo salvaje, además. O sea
que el altruismo, las llamadas obras de caridad, son sucedáneos del
capitalismo.
Pero
como dijo el poeta, en este mundo matraca, nada es verdad ni es mentira. Todo
es según el cristal con que se mira…
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