Por: Luis A. Montero Cabrera
Todo parece indicar que el dinero se
inventó antes de que el ser humano creara la escritura. Hasta en sociedades muy
primitivas, el que tenía la mejor capacidad de cazar, puede que no la tuviera
para confeccionar las buenas lanzas imprescindibles. Probablemente por
decenas de miles de años se recurrió al intercambio. El que hacía lanzas las
proporcionaba a cambio de una cantidad acordada de carne cazada. Pero en algún
momento apareció el tan humano espíritu innovador. ¿No era mejor ponerse de
acuerdo y usar algo que pocos pudieran fabricar, que fuera difícil de obtener
fraudulentamente y que todos aceptaran como instrumento de cambio? Así el que
cazaba podía cambiar la carne que le sobrara por ese instrumento y
administrárselo mejor, pudiendo usarlo lo mismo comprando las lanzas que le
hacían falta que los vegetales que tanto le agradaban y que un vecino cultivaba.
Ese instrumento como mercancía de
cambio universal devino en el dinero moderno, pasando por muchas formas
más o menos decentes: vacas, pepitas de oro, seres humanos como esclavos,
monedas y billetes sin nombre, cheques y tarjetas magnéticas. Ahora se hace aún
más evidente la naturaleza del valor intrínseco del dinero al poderse expresar
solo con unos cuantos dígitos en la memoria de un sistema de cómputo. Lo
que nunca ha perdido es una condición indispensable: la capacidad de cambio
universal e irrestricta, aceptada por todos. Se trata de una herramienta
sin ideología, como puede ser un serrucho, que lo mismo sirve para fabricar un
cómodo sillón que un sarcófago.
La historia también nos enseña cómo esa
capacidad de cambio universal ha convertido a esta noble mercancía en instrumento
para realizar atrocidades, como es el robo sistemático de plusvalía, o valor de
trabajo realizado, a las mayorías. Y también ha permitido evaluar las fortunas
de unos pocos que han obtenido cantidades muy grandes, lo mismo si lo han
logrado lícita que ilícitamente. Eso llevó a revolucionarios de buena fe en
varios momentos de la historia a intentar renunciar al dinero. Incluso, en
muchas definiciones de sociedades perfectas futuras, con las que muchos
soñamos, algunos creen que el dinero no tiene lugar. Esas son consideraciones
que es mejor realizar cuando se avizoren tales condiciones entre los seres
humanos. Lo que si resulta muy evidente es que, si se desea el bienestar de
todos en una sociedad contemporánea lo más justa posible, eso no puede
alcanzarse repartiendo cantidades equivalentes de arroz para todas las
personas, por la sencilla razón de que no todos comen arroz, ni lo hacen en las
mismas cantidades. Hace falta el dinero, y con todas sus propiedades, para la
conducción verdaderamente justa de una sociedad.
Lamentablemente, el dinero de cambio
universal irrestricto no se usa en nuestro país desde hace bastante tiempo como
producto nacional. A muchos les ha llegado a parecer que eso es así y tiene que
ser así, y que se debe funcionar con un plan parecido a una libreta de
abastecimientos. Sin embargo, en los momentos de crisis de los años 90 la
Revolución de Fidel usó al dólar de los EE. UU. como instrumento para salir de
ella. Era dinero que cumplía sus funciones perfectamente, por no poderse
reproducir en Cuba de otra forma que usándolo. Además, su capacidad de cambio
resulta irrestricta en la mayor parte del mundo. El dinero en forma de dólar
tuvo una alta responsabilidad para ayudarnos a salir de aquella crisis en la que
todas las organizaciones sociales cubanas fueron autorizadas y bastante
aprendieron a usarlo.
Por alguna razón, en lugar de una
moneda neutral usamos la de un país que nos suele agredir más o menos en
dependencia de los vientos que soplen para espurios intereses electorales de un
estado cercano. Y no tardaron en hacerlo gracias a su sector de poder que
es intrínsecamente un enemigo ideológico y está además muy temeroso del ejemplo
de una Revolución Cubana exitosa.
Respondimos entonces con regulaciones que
limitaron al dólar en su función de dinero interno. También se volvió a
monopolizar el comercio exterior por solo un puñado de empresas autorizadas, de
predecible ineficiencia. La subsiguiente crisis de 2008 le dio una
estocada mortal a la capacidad liberatoria oficial del CUC que lo había
sustituido dentro de Cuba con muy buenas intenciones. Quedó relegado a un
segundo plano con respecto a los “certificados de liquidez”, que es otro dinero
virtual para controlar la gestión económica legal. Así quedamos de nuevo en un
diverso escenario donde no hay posibilidad de aprovechar socialmente las
ventajas de los instrumentos monetarios para los fines por los que se
inventaron porque los tenemos coartados legalmente. Irónicamente y como es de
esperar, es justamente el mercado ilegal el que ha sacado buenas ventajas de
estas restricciones.
La sabiduría de todo el pueblo bien
coordinada con sus dirigentes condujo a acuerdos en el
VI Congreso del PCC que nos indicaban que debíamos revertir esa
situación y lograr una unificación monetaria que permitiera que el dinero
jugara el papel importantísimo que le corresponde para la construcción de un
socialismo robusto. Ahora se anuncian medidas de transformación económica que
implican el cumplimiento de estos acuerdos tan bien diseñados.
Tener la herramienta del dinero verdadero
cambia muchos escenarios. Por ejemplo, hoy el estado cubano hace un gran
esfuerzo por mantener el transporte a la Isla de la Juventud mediante un
sistema marítimo y aéreo. Las restricciones están en las inversiones para
barcos y aviones, así como los costos en dinero, que llamamos divisas, de su
manutención y combustible. Si el dinero de todos fuera real, y el pago de esos
servicios por los que los necesitan, sean personas u organizaciones, fuera con
ese dinero, es probable que lo que ocurriría sería todo lo contrario. Las
empresas operadoras incentivarían a las personas para que vayan a la Isla, lo
mismo por mar, con sus encantos, que por aire, con sus paisajes y rapidez, para
captar esos ingresos. Financiarían así sus costos con los pagos y
fomentarían el mejoramiento constante de ese servicio y el bienestar de sus
operarios con los excedentes, además de contribuir tributariamente al bien de
toda la sociedad cubana.
No sería una fuente de gasto, sino de
creación de valor, gracias al trabajo de los operarios y gestores de esa
actividad empresarial. La única fuente que puede sostener las ventajas del
socialismo es justamente el trabajo y su justa retribución, tanto en lo social
como en lo individual. Y mientras más servicios se den y más se produzca,
más se trabaja y se crea más riqueza.
En el momento en que se enderece la
economía socialista cubana y pueda tener dinero de verdad, esa valiosa
herramienta sin valor intrínseco y capacidad liberatoria ilimitada, sin
las ataduras de planes administrativos, tendremos que aprender a hacer política
y economía de otra manera. Tendrá que ser bastante diferente. En
dependencia de nuestra ética y nuestro talento político puede ser mucho más
efectiva para los ideales de justicia social y bienestar colectivo igualitario
y libre de una sociedad exenta de cualquier tipo de explotación, como la que
deseamos.
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