domingo, 26 de julio de 2020

NUESTRA Economía: El dinero que necesitamos



Por: Luis A. Montero Cabrera

Todo parece indicar que el dinero se inventó antes de que el ser humano creara la escritura. Hasta en sociedades muy primitivas, el que tenía la mejor capacidad de cazar, puede que no la tuviera para confeccionar las buenas lanzas imprescindibles. Probablemente por decenas de miles de años se recurrió al intercambio. El que hacía lanzas las proporcionaba a cambio de una cantidad acordada de carne cazada. Pero en algún momento apareció el tan humano espíritu innovador. ¿No era mejor ponerse de acuerdo y usar algo que pocos pudieran fabricar, que fuera difícil de obtener fraudulentamente y que todos aceptaran como instrumento de cambio? Así el que cazaba podía cambiar la carne que le sobrara por ese instrumento y administrárselo mejor, pudiendo usarlo lo mismo comprando las lanzas que le hacían falta que los vegetales que tanto le agradaban y que un vecino cultivaba.
Ese instrumento como mercancía de cambio universal devino en el dinero moderno, pasando por muchas formas más o menos decentes: vacas, pepitas de oro, seres humanos como esclavos, monedas y billetes sin nombre, cheques y tarjetas magnéticas. Ahora se hace aún más evidente la naturaleza del valor intrínseco del dinero al poderse expresar solo con unos cuantos dígitos en la memoria de un sistema de cómputo. Lo que nunca ha perdido es una condición indispensable: la capacidad de cambio universal e irrestricta, aceptada por todos. Se trata de una herramienta sin ideología, como puede ser un serrucho, que lo mismo sirve para fabricar un cómodo sillón que un sarcófago.
La historia también nos enseña cómo esa capacidad de cambio universal ha convertido a esta noble mercancía en instrumento para realizar atrocidades, como es el robo sistemático de plusvalía, o valor de trabajo realizado, a las mayorías. Y también ha permitido evaluar las fortunas de unos pocos que han obtenido cantidades muy grandes, lo mismo si lo han logrado lícita que ilícitamente. Eso llevó a revolucionarios de buena fe en varios momentos de la historia a intentar renunciar al dinero. Incluso, en muchas definiciones de sociedades perfectas futuras, con las que muchos soñamos, algunos creen que el dinero no tiene lugar. Esas son consideraciones que es mejor realizar cuando se avizoren tales condiciones entre los seres humanos. Lo que si resulta muy evidente es que, si se desea el bienestar de todos en una sociedad contemporánea lo más justa posible, eso no puede alcanzarse repartiendo cantidades equivalentes de arroz para todas las personas, por la sencilla razón de que no todos comen arroz, ni lo hacen en las mismas cantidades. Hace falta el dinero, y con todas sus propiedades, para la conducción verdaderamente justa de una sociedad.
Lamentablemente, el dinero de cambio universal irrestricto no se usa en nuestro país desde hace bastante tiempo como producto nacional. A muchos les ha llegado a parecer que eso es así y tiene que ser así, y que se debe funcionar con un plan parecido a una libreta de abastecimientos. Sin embargo, en los momentos de crisis de los años 90 la Revolución de Fidel usó al dólar de los EE. UU. como instrumento para salir de ella. Era dinero que cumplía sus funciones perfectamente, por no poderse reproducir en Cuba de otra forma que usándolo. Además, su capacidad de cambio resulta irrestricta en la mayor parte del mundo. El dinero en forma de dólar tuvo una alta responsabilidad para ayudarnos a salir de aquella crisis en la que todas las organizaciones sociales cubanas fueron autorizadas y bastante aprendieron a usarlo.
Por alguna razón, en lugar de una moneda neutral usamos la de un país que nos suele agredir más o menos en dependencia de los vientos que soplen para espurios intereses electorales de un estado cercano. Y no tardaron en hacerlo gracias a su sector de poder que es intrínsecamente un enemigo ideológico y está además muy temeroso del ejemplo de una Revolución Cubana exitosa.
Respondimos entonces con regulaciones que limitaron al dólar en su función de dinero interno. También se volvió a monopolizar el comercio exterior por solo un puñado de empresas autorizadas, de predecible ineficiencia. La subsiguiente crisis de 2008 le dio una estocada mortal a la capacidad liberatoria oficial del CUC que lo había sustituido dentro de Cuba con muy buenas intenciones. Quedó relegado a un segundo plano con respecto a los “certificados de liquidez”, que es otro dinero virtual para controlar la gestión económica legal. Así quedamos de nuevo en un diverso escenario donde no hay posibilidad de aprovechar socialmente las ventajas de los instrumentos monetarios para los fines por los que se inventaron porque los tenemos coartados legalmente. Irónicamente y como es de esperar, es justamente el mercado ilegal el que ha sacado buenas ventajas de estas restricciones.
La sabiduría de todo el pueblo bien coordinada con sus dirigentes condujo a acuerdos en el VI Congreso del PCC que nos indicaban que debíamos revertir esa situación y lograr una unificación monetaria que permitiera que el dinero jugara el papel importantísimo que le corresponde para la construcción de un socialismo robusto. Ahora se anuncian medidas de transformación económica que implican el cumplimiento de estos acuerdos tan bien diseñados.
Tener la herramienta del dinero verdadero cambia muchos escenarios. Por ejemplo, hoy el estado cubano hace un gran esfuerzo por mantener el transporte a la Isla de la Juventud mediante un sistema marítimo y aéreo. Las restricciones están en las inversiones para barcos y aviones, así como los costos en dinero, que llamamos divisas, de su manutención y combustible. Si el dinero de todos fuera real, y el pago de esos servicios por los que los necesitan, sean personas u organizaciones, fuera con ese dinero, es probable que lo que ocurriría sería todo lo contrario. Las empresas operadoras incentivarían a las personas para que vayan a la Isla, lo mismo por mar, con sus encantos, que por aire, con sus paisajes y rapidez, para captar esos ingresos. Financiarían así sus costos con los pagos y fomentarían el mejoramiento constante de ese servicio y el bienestar de sus operarios con los excedentes, además de contribuir tributariamente al bien de toda la sociedad cubana.
No sería una fuente de gasto, sino de creación de valor, gracias al trabajo de los operarios y gestores de esa actividad empresarial. La única fuente que puede sostener las ventajas del socialismo es justamente el trabajo y su justa retribución, tanto en lo social como en lo individual. Y mientras más servicios se den y más se produzca, más se trabaja y se crea más riqueza.
En el momento en que se enderece la economía socialista cubana y pueda tener dinero de verdad, esa valiosa herramienta sin valor intrínseco y capacidad liberatoria ilimitada, sin las ataduras de planes administrativos, tendremos que aprender a hacer política y economía de otra manera. Tendrá que ser bastante diferente. En dependencia de nuestra ética y nuestro talento político puede ser mucho más efectiva para los ideales de justicia social y bienestar colectivo igualitario y libre de una sociedad exenta de cualquier tipo de explotación, como la que deseamos.


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