Por Antonio
Pippo Pedragosa
“Muchos
creen que lo más importante son las piernas y los pies. No me parece. Lo
esencial empieza en la cabeza y el corazón. Los pies son la consecuencia de la
emoción que se genera ahí arriba”.
Esto
dijo, septuagenario ya, Juan Carlos Copes, el legendario bailarín porteño que
ha cumplido ochenta y cinco años el 31 de mayo pasado y de quien, al
contratarlo para la película “Tango”, dijo el director de cine español Carlos
Saura: –Es impresionante, tiene alas en los pies.
Copes,
considerado el creador del tango danza con estilo de espectáculo y su impulsor
a nivel internacional, además de uno de los mejores milongueros, nació en
Mataderos, Buenos Aires. Su abuelo, Juan Berti, uno de los pioneros de la
Guardia Vieja, estaba tocando tangos con amigos en el patio de la casa natal
cuando a la madre del bailarín le llegó la hora del parto.
Pronto,
la familia se trasladó a Villa Pueyrredón, donde Copes empezó –a los diecisiete
años y mientras estudiaba electrotécnica- a recorrer las milongas vecinas,
marginales y de mala fama, sólo “para ver y aprender”; como por lo general allí
se armaban unos soberanos líos, más de una vez el jovencito mirón recaló en una
comisaría.
María
y Juan Carlos
Se
largó a bailar a los dieciocho –“lo hacía muy mal”, confiesa hoy sin pudor- en
el club Atlanta, donde conoció a la que por décadas fue su compañera, María
Nieves Rego, con la que se ennovió, se casó y finalmente separó para reincidir
con otra mujer, con la que tuvo dos hijos, aunque siguieron bailando juntos
hasta la traumática ruptura definitiva, en el año 2000. María Nieves lo ha
contado: –A Copes lo conocí en realidad en el Club Estrella, aunque empezamos a
bailar juntos en el Atlanta; era tres años mayor que yo; un día me susurró un
piropo muy lindo y me enamoré como loca. El matrimonio, poco después, fue en
Las Vegas y el divorcio en 1977. Continuamos como pareja de baile, pero al
final se portó muy mal conmigo. El año del lío estábamos haciendo “Tango
Argentino” y, como él iba a hacer otro espectáculo con Piazzolla, me mandó
decir -¡ni siquiera tuvo la valentía de enfrentarme!- que no me necesitaba más. Ah,
pero yo me levanté y mi éxito posterior fue mi revancha.
Pocos
conocen ese hecho y tal faceta de la personalidad de Copes, de lo que nunca ha
querido hablar.
Es un
hombre de cierta soberbia contenida, aunque también un gran profesional: –Los
nervios, la responsabilidad, no tienen edad. Cuanto más grande es uno, más
temor a equivocarse tiene.
En
1951, con María Nieves, se presentaron a un concurso en el Luna Park junto a
otros casi trescientos participantes: ganaron por unanimidad. En noviembre de
1955 Copes dio un paso grande. Organizó un grupo de bailarines aficionados
presentando la primera obra danzada de tango de dos horas de duración; en
diciembre de ese año logró sus primeros contratos jugosos en el Tabarís y el
teatro Nacional, con el espectáculo “Juan Carlos Copes y su ballet de tango”.
De allí en más, sólo éxitos; viajes por América, Europa y Asia y hasta
apariciones continuadas en el cine: “Detrás de un largo muro” (Lucas Demare, 1958),
“Carlos Gardel, historia de un ídolo” (Sully, 1964), “Esta es mi Argentina”
(Leo Fleider, 1974), “Solamente ella” (Demare, 1975), “Tango, baile maestro”
(Jorge Zanada, 1988), “Tango” (del español Carlos Saura, 1998, contratado como
intérprete y coreógrafo, y que obligó al director a repetir aquello de “los
pies más veloces que he visto”) y “Los guardianes del ángel” (Lorenzo y
Martínez, 2004).
Debe
darse por cierto: Copes es un bailarín atípico –quizás no el mejor de la
historia, como audazmente algunos han sentenciado- que bebió influencias
insólitas para un milonguero: sus admiraciones son todavía Fred Astaire, Ginger
Rogers, Liza Minelli, con quien se dio el gusto de bailar, y, sobre todo, Gene
Kelly, al que conoció y quien lo honró con su amistad.
–Los
tangueros no deben vivir con el funyi puesto y el pañuelo de seda anudado al
cuello para refrendar una suerte de condición de malevo. Si yo pensara eso,
bueno, me consideraría una persona muerta.
Copes,
avejentado y más lento y cuidadoso, todavía luce sus dotes, ahora con la
compañía de su hija Johana, siempre con el pelo brilloso, engominado, el ceño
fruncido y el traje impecablemente bien planchado. Las piernas y los pies
siguen respondiendo y la emoción nunca faltó.
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