sábado, 18 de julio de 2020

Nuestra Música: LA AVENTURA DEL TANGO: Que Te Garúe Finito


Aníbal Troilo


Por ANTONIO PIPPO PEDRAGOSA

En abril de 1943 Aníbal Troilo actuaba en el cabaré Tibidabo, en Corrientes entre Libertad y Talcahuano –“Talca”, como decía Pichuco-, siempre acompañado, entre el público, por sus más íntimos amigos: Enrique Cadícamo, Cátulo Castillo, José María Contursi y Homero Manzi, entre otros.


Enrique Cadícamo, Cátulo Castillo, José María Contursi y Homero Manzi,

Cierta noche se le veía como ensoñado. En su interior, una melodía lo iba cautivando; en un descanso llamó a Cadícamo: -Vení, vamos a la rebotica que quiero una letra.
Los cabarés de cierto prestigio tenían una pequeña farmacia en un rincón, a la que en la época llamaban botica, a fin de ofrecer elementales primeros auxilios al público, fuese a alguna dama indispuesta, a un bebedor excedido o por las consecuencias de peleas que, pese a todas las prevenciones, ocurrían. Detrás de esa farmacia había una pequeña pieza, usada como depósito, a la que denominaban “rebotica” y que los artistas usaban para ajustes antes de continuar, o simplemente descansar.
-Escuchá –dijo Pichuco, y del bandoneón surgieron unas hermosas notas desconocidas por Cadícamo.
Conmovido, el poeta sacó una libretita, lápiz en mano, y comenzó a garabatear en el papel.
-Mirá que la quiero ya… -Troiló sonó imperativo, mientras la melodía seguía.
La breve historia terminó con felicidad: Cadícamo no se detuvo hasta que el sueño lo venció, ya al amanecer. Pero al mediodía tenía la letra. Fue una inusual conjunción de calidad musical y poética a una velocidad sorprendente. Dos días después, con un solo ensayo y la voz de Fiorentino, Pichuco estrenó Garúa con su orquesta en el propio Tibidabo y lo grabó el 14 de agosto de ese año.
Lo que no imaginaron los creadores fue la polémica que entre lingüistas se despertó por el título.
Si bien hace años la Real Academia Española incorporó el vocablo “garúa” con la única acepción de “llovizna”, añadiendo el verbo “garuar”, a mediados del siglo XX surgieron teorías: la palabra derivaba del portugués dialectal, en el cual significa “niebla”; en el Diccionario de Americanismos de Alfredo Neves provenía de una voz quechua, que, al expandirse, quería decir “llovizna” en el Río de la Plata, Cuba y Puerto Rico, “niebla” en otros países hispano parlantes y hasta “alboroto, tumulto” en determinados sitios del interior argentino; y, finalmente, uno de tantos argentinismos originados en el lenguaje gauchesco que luego derivó al lunfardo.
Desgastado el debate, se pasó a registrar como “llovizna” en varios diccionarios lunfardos, como los de José Gobello, y en los libros “El habla del boliche”, del uruguayo Juan Carlos Guarnieri, y “Sociología del habla popular”, del argentino Guillermo Alfredo Terra.
Quizás quien dio en la tecla, como tantas veces, para cerrar la cuestión, haya sido el mismo Gobello: “Nadie se había preocupado de este vocablo. ¿Qué causó el encendido y enredado debate? ¡El tremendo éxito del tango de Troilo y Cadícamo, que difundió el término de modo multitudinario con una convincente acepción!”.
-¡Qué noche llena de hastío y de frío!/ El viento trae un extraño lamento./ Parece un pozo de sombras la noche,/ y yo en las sombras camino muy lento./ Mientras tanto la garúa/ se acentúa con sus púas/ en mi corazón…/ Garúa…,/ solo y triste por la acera/ va este corazón transido/ con tristezas de tapera…/ sintiendo tu hielo,/ porque aquella con su olvido/ hoy le ha abierto una gotera…
Pero la historia de Garúa reserva otras curiosidades.
Nada menos que Andrés Calamaro, hace poco, escribiendo para La Nación, eligió sus cinco tangos preferidos. Al referirse a éste, sentencia, enfático: -Es, sencillamente, perfecto. Creo que Enrique y Pichuco se complotaron para llegar a la perfección: el misterio de las armonías, la delicada textura de la música y los versos reuniéndose en esta fotografía del alma. Es de una belleza arrebatadora. Un himno hermoso a la tristeza impresa en una noche húmeda de Buenos Aires. Es el tango en otra dimensión, una canción de diamantes.
Y, luego, Gardel. Infaltable.
Aunque por razones obvias no conoció este tango, también hubo discusiones sobre si alguna vez –en canciones o diálogos- había pronunciado la palabra “garúa”. César Tiempo, en su obra “El último romance de Gardel”, refiere una anécdota en la cual el guitarrista Riverol le reprocha a El Mago su metejón con una joven paisanita que había conocido en un pueblo de provincia, donde quería quedarse y postergar otros compromisos. Gardel, según el escritor, habría respondido:
-Chau, viejo, me tenés podrido… ¡andá que te garúe finito!


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