Aníbal Troilo
Por
ANTONIO PIPPO PEDRAGOSA
En
abril de 1943 Aníbal Troilo actuaba en el cabaré Tibidabo, en Corrientes entre
Libertad y Talcahuano –“Talca”, como decía Pichuco-, siempre acompañado, entre
el público, por sus más íntimos amigos: Enrique Cadícamo, Cátulo Castillo, José
María Contursi y Homero Manzi, entre otros.
Enrique Cadícamo, Cátulo Castillo, José María Contursi y Homero Manzi,
Cierta
noche se le veía como ensoñado. En su interior, una melodía lo iba cautivando;
en un descanso llamó a Cadícamo: -Vení, vamos a la rebotica que quiero una
letra.
Los
cabarés de cierto prestigio tenían una pequeña farmacia en un rincón, a la que
en la época llamaban botica, a fin de ofrecer elementales primeros auxilios al
público, fuese a alguna dama indispuesta, a un bebedor excedido o por las
consecuencias de peleas que, pese a todas las prevenciones, ocurrían. Detrás de
esa farmacia había una pequeña pieza, usada como depósito, a la que denominaban
“rebotica” y que los artistas usaban para ajustes antes de continuar, o
simplemente descansar.
-Escuchá
–dijo Pichuco, y del bandoneón surgieron unas hermosas notas desconocidas por
Cadícamo.
Conmovido,
el poeta sacó una libretita, lápiz en mano, y comenzó a garabatear en el papel.
-Mirá
que la quiero ya… -Troiló sonó imperativo, mientras la melodía seguía.
La
breve historia terminó con felicidad: Cadícamo no se detuvo hasta que el sueño
lo venció, ya al amanecer. Pero al mediodía tenía la letra. Fue una inusual
conjunción de calidad musical y poética a una velocidad sorprendente. Dos días
después, con un solo ensayo y la voz de Fiorentino, Pichuco estrenó Garúa con
su orquesta en el propio Tibidabo y lo grabó el 14 de agosto de ese año.
Lo
que no imaginaron los creadores fue la polémica que entre lingüistas se
despertó por el título.
Si
bien hace años la Real Academia Española incorporó el vocablo “garúa” con la
única acepción de “llovizna”, añadiendo el verbo “garuar”, a mediados del siglo
XX surgieron teorías: la palabra derivaba del portugués dialectal, en el cual
significa “niebla”; en el Diccionario de Americanismos de Alfredo Neves
provenía de una voz quechua, que, al expandirse, quería decir “llovizna” en el
Río de la Plata, Cuba y Puerto Rico, “niebla” en otros países hispano parlantes
y hasta “alboroto, tumulto” en determinados sitios del interior argentino; y,
finalmente, uno de tantos argentinismos originados en el lenguaje gauchesco que
luego derivó al lunfardo.
Desgastado
el debate, se pasó a registrar como “llovizna” en varios diccionarios lunfardos,
como los de José Gobello, y en los libros “El habla del boliche”, del uruguayo
Juan Carlos Guarnieri, y “Sociología del habla popular”, del argentino
Guillermo Alfredo Terra.
Quizás
quien dio en la tecla, como tantas veces, para cerrar la cuestión, haya sido el
mismo Gobello: “Nadie se había preocupado de este vocablo. ¿Qué causó el
encendido y enredado debate? ¡El tremendo éxito del tango de Troilo y Cadícamo,
que difundió el término de modo multitudinario con una convincente acepción!”.
-¡Qué
noche llena de hastío y de frío!/ El viento trae un extraño lamento./ Parece un
pozo de sombras la noche,/ y yo en las sombras camino muy lento./ Mientras
tanto la garúa/ se acentúa con sus púas/ en mi corazón…/ Garúa…,/ solo y
triste por la acera/ va este corazón transido/ con tristezas de tapera…/
sintiendo tu hielo,/ porque aquella con su olvido/ hoy le ha abierto una
gotera…
Pero
la historia de Garúa reserva otras curiosidades.
Nada
menos que Andrés Calamaro, hace poco, escribiendo para La Nación, eligió sus
cinco tangos preferidos. Al referirse a éste, sentencia, enfático: -Es,
sencillamente, perfecto. Creo que Enrique y Pichuco se complotaron para llegar
a la perfección: el misterio de las armonías, la delicada textura de la música
y los versos reuniéndose en esta fotografía del alma. Es de una belleza
arrebatadora. Un himno hermoso a la tristeza impresa en una noche húmeda de
Buenos Aires. Es el tango en otra dimensión, una canción de diamantes.
Y,
luego, Gardel. Infaltable.
Aunque
por razones obvias no conoció este tango, también hubo discusiones sobre si
alguna vez –en canciones o diálogos- había pronunciado la palabra “garúa”.
César Tiempo, en su obra “El último romance de Gardel”, refiere una anécdota en
la cual el guitarrista Riverol le reprocha a El Mago su metejón con una joven
paisanita que había conocido en un pueblo de provincia, donde quería quedarse y
postergar otros compromisos. Gardel, según el escritor, habría respondido:
-Chau,
viejo, me tenés podrido… ¡andá que te garúe finito!
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