Por Antonio Pippo P.La Agencia Mundial de Prensa
Fue llamado misógino y, a su pesar, se hizo fama
de tal. Algunos hacían bromas acerca de lo que creían era una tendencia exagerada
al aislamiento.
Sin embargo, Agustín Bardi (Las Flores, Buenos
Aires, 13 de agosto de 1884 – 21 de abril de 1941), pianista, violinista y
compositor, uno de los más grandes melodistas del tango y pilar, junto a
Eduardo Arolas y a Juan Carlos Cobián, de la primera evolución de la música
ciudadana luego de la Guardia Vieja –componiendo en 4 x 8 en lugar del 2 x 4
tradicional-, fue un hombre honesto, sensible, responsable, que supo cultivar
amistades, aunque sí es cierto que la vida le impuso una temprana, constante y
dura lucha por sobrevivir que lo hizo muy serio y retraído, con propensión, en
los diálogos, al laconismo.
Cursó sólo hasta tercer año de escuela. Debió
trabajar desde niño en “La cargadora”, una modesta empresa de intermediación
que jamás dejó y en la que llegó a gerente. Pero unos pocos años antes, se
vinculó, accidentalmente, con el mundo del espectáculo popular: la murga Los
artesanos de Barracas, de su barrio de entonces, necesitaba una mascota; Bardi,
a los cuatro años, fue el elegido. De esa experiencia nació el apodo que le
quedó hasta su muerte, Mascotita.
Al año siguiente un tío, contra la opinión del
padre del chiquilín, también músico amateur, al que le parecía una locura en
tiempos de “vacas flacas”, le enseñó rudimentariamente el uso de la guitarra,
que, a decir verdad, a Agustín no le atraía; cosas de la vida: fue su base para
el arranque y el éxito .
Cuando aún era “orejero” –o sea tocaba de oído-,
debutó con un violín que le compró su padre, persuadido al fin de la vocación
de su hijo, en cafetines de La Boca. Más tarde integró un trío con Genaro
Spósito (bandoneón) y José Camarano (guitarra). En esa época, 1922, –después de
la cual inició estudios de composición y solfeo y aprendió lo que le faltaba-,
compuso su primer tango, Vicentito, en homenaje al que fue uno de sus
grandes amigos, Vicente Greco, el autor de Ojos negros. Ya mejor formado
pasó por las orquestas de Arolas, Greco y –un dato que la mayoría ha olvidado o
desconoce- Francisco Canaro. Se vinculó, además, con Samuel Castriota, el autor
de Lita, que con letra de Pascual Contursi se convirtió en Mi noche
triste, hito fundacional del tango canción; con él actuó en el Centro de
Almaceneros, que organizaba frecuentes espectáculos nocturnos, y en el
legendario Armenonville.
Curiosamente, Bardi nunca tuvo orquesta propia
-no le interesaba- y su única grabación fueron unos solos de piano, en rollo,
para los sellos Pampa y Olimpia.
En cambio, repasando sólo parcialmente su obra,
se tiene una incontrastable idea de su enorme capacidad creativa, muchas veces
acompañada por los mejores letristas del momento: Nunca tuvo novio, Cabecitas
negras, Independiente Club, Lorenzo, La última cita (versión
excepcional de Raúl Garello), ¡Qué noche! (en recordación de una
inusual nevada caída en Buenos Aires), El cuatrero, El abrojo, Se
han sentado las carretas (canción criolla), Tierrita (delicadísima
versión de Mariano Mores con su Sexteto Rítmico Moderno), El taura, Chuzas, Pico
blanco, El buey solo, Misterio, No me escribas (conmovedora
versión de Alberto Morán con Osvaldo Pugliese), Madre hay una sola (grabado
por Gardel), En su ley, Confidencia, Nocturno, Oiga
compadre y el mítico Gallo ciego (siempre presente en el
repertorio de Pugliese).
El historiador Luis Alberto Sierra dijo: “Si
bien no todos sus tangos son magníficos, alcanzaron la misma suerte
interpretativa y su consecuente difusión y es necesario reconocer que todas,
absolutamente todas sus páginas, revisten la misma calidad musical y el
desbordante atractivo de inspirada concepción melódica y siempre renovada
originalidad en el desarrollo temático, de profunda sugestión tanguera. Es
posible escuchar los tangos de Bardi, una y otra vez, ofreciendo siempre
renovados motivos de interés estético”.
El gran melodista murió de un paro cardíaco, mientras
caminaba serenamente a pocos pasos de su casa. Había iniciado otro tango que,
con autorización familiar, culminó Julio De Caro y al que un hijo de Bardi
tituló Sus últimas notas.
Ese hijo, Carlos, también músico y profesor de
piano, dejó en un reportaje, años después, esta imagen:
–Muchas veces escuché a mi padre ejecutar al
piano un tango que aún no había llevado a la partitura. Y él me decía: “Son
cosas que surgen, en un rapto de inspiración, de lo más profundo del corazón”.
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