· Convertir el miedo en prudencia
· Enamorar de otras maneras
Por Francisco Gómez Maza
Aseguran los expertos en cuidado
de la salud que tendremos que convivir, quién sabe por cuánto tiempo, con el
llamado nuevo coronavirus (SARS-Cov-2), que produce la enfermedad de Covid-19.
Hasta ahora no hay cura, y aunque son más los que se salvan que los que mueren,
los dolores son insoportables, de acuerdo con testimonios de sobrevivientes.
Hasta ahora, se han contagiado
unos 17 millones de personas en el mundo, y han muerto unas 650 mil, según los
registros oficiales. En México han muerto alrededor de 43 mil entre los meses
de febrero y julio y el número de contagios, muchos de los cuales ya están
curados, asciende a casi 400 mil personas.
Los contagios podrían cesar en el
momento en que toda la humanidad sea vacunada, lo que podría ocurrir hacia
finales del año. Mientras tanto sigue reinando el mal fario del coronavirus. Y
lo grave es que las mayorías humanas están ya cansadas del confinamiento y
tienen hambre. Por esto, se ven obligadas a salir a la calle a buscarse los
recursos para seguir viviendo.
Hay lamentables rebrotes de la
enfermedad porque no se respetan los protocolos de sana distancia. Por el
momento, hay regiones que están ya en semáforo naranja, lo que indica que la
pandemia está cediendo. Sin embargo, de un momento a otro aumentan los nuevos
casos de contagios, y las autoridades han advertido que se podría regresar al
semáforo rojo. Esto implicaría el cierre de muchos comercios e industrias que
están ya abiertos y operando.
Esta condenación pandémica
significa que tendremos que ir, cada uno, por nuestro pequeño mundo, como
bandidos de las películas del oeste o como zapatistas, en nuestro caso de
mexicanos, con la cara cubierta si no guardamos la llamada sana distancia.
Podemos no usar el cubre bocas, si guardamos la sana distancia protocolaria de
unos dos metros, para no intercambiar la lluvia de saliva cuando platicamos con
alguien. Pero para mayor tranquilidad de los timoratos mejor cubrirse boca,
nariz y ojos.
Éste será nuestro nuevo modo de
vida, lo que los encargados de la sanidad llaman la “nueva normalidad”. Hoy
vino a visitarme uno de mis hijos. Lo vi en la puerta de casa. No le di ni me
dio la mano. Y eso que estoy seguro de que ninguno de los dos está contagiado.
Sin embargo, el protocolo dice que todo el mundo tiene que guardar la sana
distancia.
Traer cubierta la cara, observar
los protocolos de autoprotección, enjabonarse las manos, desnudarse y bañarse
cada vez que se retorna a casa, después de una salida obligada, podría ser lo
de menos.
Lo más desagradable es hablar
únicamente por teléfono o por una video llamada con nuestros seres más
queridos: los hijos, los nietos, los hermanos, los padres, las madres. No poder
abrazarlos. Menos besarlos. Y enamorarnos, muchos, de la soledad que se
convierte en nuestra fiel y agradable compañía. Estar conscientes de que en
casa no hay nadie más que uno. Mi amiga Lupita está ciega de no ver nada, y
vive sola. Para muchos es un grave problema. No tienen a nadie que los ayude.
Pero tendremos que cambiarle de
nombre al miedo y llamarle prudencia. No podemos contagiarnos. Para quienes
tienen más de 60 años y padecen de diabetes, hipertensión, epoc, la Covid-19 es
el cumplimiento de una sentencia de muerte.
En el caso de México, 43 mil
muertos en cuatro meses es una cantidad preocupante. Y tales muertes pudieron
evitarse con sólo cumplir el protocolo de protección.
Así que la nueva normalidad
implica alejamiento entre los seres humanos. Me preguntaba un joven. Cómo voy a
enamorar a mi novia con el cubre bocas. Es un problema aparentemente insalvable
y es tan importante enamorar a alguien. Es vital. La propaganda no es baladí:
autoprotegerse no sólo por uno, sino por los demás.
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