LA AMENAZA POR VIOLENCIA DOMÉSTICA ES PEOR QUE LA CONTAMINACIÓN POR VIRUS.
Por elquintopatio@gmail.comhttp://www.carolinavasquezaraya.com
La violencia doméstica, esa amenaza adicional
contra miles de niños, niñas y mujeres.
Un solo golpe en la puerta tiene el poder de
transformar una sensación de paz y seguridad en un ataque de pánico. Así ha de
haber sucedido en Quilmes, Argentina, en donde de acuerdo con las revelaciones
de una jueza de ejecución penal se conoció la liberación de 176 violadores en
una cárcel de esa localidad. Ante esta aberración judicial es casi imposible
imaginar los sentimientos de las víctimas al enterarse de la liberación de
quienes las agredieron, pero además la impotencia de la población al enterarse
de tan absurdo hecho y constatar cómo, quienes están supuestos a garantizarles
un entorno seguro en medio de la pandemia, han ignorado con tal desprecio la
necesidad urgente de protección de niños, niñas y mujeres en situación de
extrema vulnerabilidad y, por lo tanto, abandonadas a su suerte.
En plena cuarentena, con estrictas restricciones
de movilidad y con las instituciones del Estado enfocadas en controlar los
efectos de la pandemia, se han disparado alrededor del mundo los indicadores de
violencia doméstica, en cuyo rápido incremente desde el inicio de la cuarentena
se demuestra la persistencia de la desigualdad de género en el goce de
derechos, pero también la escasa capacidad de los organismos de seguridad para
brindar protección a las potenciales víctimas. De hecho, este fenómeno revela
de manera indiscutible la falta de solidaridad y conciencia humanitaria de los
entes políticos, judiciales y policíacos cuyas decisiones dejan a niñas, niños
y mujeres a merced de sus agresores mientras a estos les ofrecen garantías de
impunidad.
La violencia doméstica es una práctica nefasta que
permea a la sociedad de punta a punta. Gracias al aura de permisibilidad
auspiciada por las doctrinas religiosas y por el sistema patriarcal instaurado
desde los centros de poder económico, social y político, se ha condenado a las
mujeres de manera tan injusta como perversa a tolerar un esquema de sumisión y
marginación solapado y lleno de trampas morales, erigiendo en torno a ellas y a
sus hijos todo un entarimado de obstáculos para impedirles –usando para ello
violencia extrema- el goce de sus derechos.
El resultado ha sido un muro de obstáculos
establecido por el sistema, contra el cual luchan de manera sostenida
movimientos feministas y de derechos humanos cuya labor ha quedado grabada en
la historia de la Humanidad. En el interior de los hogares, sin embargo, las
posibilidades de defensa y protección contra las violaciones sexuales, el
maltrato físico, psicológico e incluso económico, se topan con los estereotipos
de género grabados a fuego en la mente de las víctimas, cuya formación las
condiciona muchas veces a aceptar sin discutir la preeminencia de la autoridad
masculina y la sumisión absoluta ante sus dictados.
A ello, contribuye de manera implícita la actitud
de los entes institucionales ante las denuncias por violación y agresiones, la
cual muestra de modo tajante la discriminación y revictimización en los
procesos durante los cuales niños, niñas y mujeres agredidos son sujeto de
nuevos y más severos interrogatorios que sus agresores. Esta actitud, patente
en los entes policíacos y judiciales, es una de las peores lacras del sistema
patriarcal, hoy en absoluta evidencia con la liberación de reclusos condenados
por violación y agresiones dentro del seno familiar, con el supuesto propósito
de protegerlos de la pandemia y reducir la saturación carcelaria. Una vez más,
el destino de niños, niñas y mujeres no preocupa a autoridades, convencidas de
que el feminicidio y la violencia de género no son más que daños colaterales.
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