La nueva experiencia de un encierro
obligado comienza a hacerse sentir
APROVECHEMOS ESTA VEZ LA OPORTUNIDAD PARA
REINVENTARNOS
Por elquintopatio@gmail.com
http://www.carolinavasquezaraya.com
En el principio, todo fue alarma sin
mayores perspectivas. Hoy, después de tantas semanas de confinamiento, se
comienza a sentir la diferencia hasta en los huesos. Todo aquello que dábamos
por sentado: las infinitas posibilidades de hacer cosas, de movernos por el
mundo –aunque no lo hiciéramos, pero ahí estaba, en potencia- de salir de casa,
de pronto nos fueron cercenadas por un bicho microscópico y por una cúpula de
autoridades cuyo poder no ha sido suficiente como para reunir el conocimiento y
la sabiduría necesarias para enfrentarlo.
La frustración y las carencias para las
mayorías están socavando la moral ciudadana. No bastan las medidas
aparentemente humanitarias de algunos de los países más desarrollados para
enfrentar el empobrecimiento repentino de sus trabajadores. Sólo son paliativos
que no llegan a las raíces del problema y no cambian en nada la situación de
millones de familias sin perspectivas de empleo y con deudas impagas,
esperanzadas en una cura milagrosa o en salir indemnes de esta pesadilla.
Hoy tenemos la obligación de destruir los
estereotipos con los cuales hemos vivido en un ámbito íntimo de falsa
seguridad, para construir todo un nuevo sistema de valores, empezando por la
erradicación de ese clasismo inveterado, inyectado a la fuerza en nuestro
subconsciente y disfrazado de “buenas costumbres”. Es algo así como regresar
con el pensamiento a la escuela primaria y aprender todo de nuevo con un
silabario en donde no existen categorías.
Este artículo lo escribí ayer: el Día de
la Madre. Mientras navegaba por las redes y leía los mensajitos de WhatsApp
llenos de buenas intenciones, no podía menos que pensar en el nuevo escenario
que nos plantea esta pandemia. Millones de mujeres alrededor del mundo
expuestas a la violencia machista y a embarazos no deseados porque, en estas
condiciones, los pocos avances en derechos sexuales y reproductivos quedan
prácticamente anulados. El romanticismo alrededor de un día más destacado por
su valor comercial que por su naturaleza intrínseca resulta, por lo tanto,
destrozado por una realidad cruel y concreta.
Una de las sensaciones más potentes en
esta experiencia desconocida es una progresiva pérdida de la realidad y una
peligrosa caída en un estado depresivo solapado y oscuro, algo así como si
tuviéramos una pesada capa que no podemos sacudirnos de encima. Si esto se
produce en personas razonablemente saludables y con recursos de supervivencia,
imaginemos a una madre soltera con un número inmanejable de hijos, desprovista
de un ingreso fijo y enfrentada a una situación tan injusta. Es en esa
situación de vulnerabilidad extrema en donde vemos el retrato de nuestra nueva
condición.
No importa cómo salgamos de esto. Nunca
seremos los mismos porque el virus nos enseñó por las malas a entender la
relación tan precaria con nuestra naturaleza, con nuestros semejantes y con
nosotros mismos. Echamos una mirada a través de la ventana y observamos a
nuestros vecinos por primera vez con un sentimiento de solidaridad porque, no
importando quiénes sean ni cuánto posean, estamos emparentados frente al
misterio de un futuro desconocido, manejado desde las alturas por unos seres
también desconocidos.
Aprovechemos el tiempo para reconstruirnos
–de adentro hacia fuera y sin compasión- con los elementos residuales del feroz
ataque contra nuestra cotidianidad; al final del día, contamos con la capacidad
siempre poderosa para reinventarnos y hacer frente a las carencias. Quizás sea
esta la oportunidad para salir fortalecidos y triunfantes.
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