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Por Ilka Oliva Corado
Que la poeta guatemalteca Isabel de los Ángeles
Ruano vive en la miseria y necesita ayuda, ¡bah!, ya se sabía desde hace
décadas. Pero en Guatemala nos encantan las llamaradas de tusa. Nos encanta
también aparentar, vivimos de las apariencias y del qué dirán y regimos
nuestras vidas alrededor de lo que puedan decir los demás de nosotros. Entonces
por eso vamos con la corriente, de ahí que se formen las grandes revoluciones
de redes sociales: bocanadas nada más.
Por eso es que hoy el nombre de la poeta más
grande que ha tenido Guatemala resuena en las redes sociales, no porque nos
importe ni como poeta ni como adulto mayor, mucho menos sus circunstancias de
vida. Porque la gran Isabel lleva décadas caminando ida, como idos caminan los
que se suben a los buses al pedalazo a ofrecer sus productos, productos que
nadie quiere comprar, personas a las que no quieren escuchar, porque en la
modorra del cansancio, del desvelo o de la madrugada también está la angustia
del día a día propia del obrero sin pisto. Como idos caminan los que
tienen hambre y llevan días sin comer. Como idos se atreven a soñar los
vendedores de chicles con poner una abarrotería y no tener que andar llevando
agua, sol y frío para vender diez quetzales en un día. Como idas van las
mujeres junto a sus hijas y hermanas a vender atoles a las plazas anhelando un
día con tener un comedor. Pero, bah, a quién le importa lo que pueda soñar una
mujer de tercera edad que se suba a un autobús a vender lapiceros y un folleto
con poemas de su autoría.
¿Qué de hermoso puede escribir un patojo de
canillas cenizas y charraludo que ofrece sus dibujos en papel bond en un
autobús, en docenas de autobuses durante el día? ¿El payaso que cuenta sus
chistes y ríe por no llorar porque en casa lo esperan sus hijos, con hambre? El
mismo payaso que implora que lo dejen subir al bus, solo un momento para ver si
puede ganarse por lo menos lo de la cena de sus hijos, que ya mañana será otro
día, otra ruta, otros buses, otras humilladas, otra desgalillada.
Hoy ¿duele? Isabel de los Ángeles Ruano, solo
hoy, solo unas horas mientras dura la llamarada en las redes sociales, mañana
será otra la goma, otro el lomo donde se suban los que se cuelgan de todo,
porque solos no pueden sostenerse en pie. Y los comentarios van y vienen con
las conjeturas de que si es enferma mental, que si por eso es así.
Ese ser así de humana, de pueblo, de mujer de a pie, de lomo curtido, de
tobillos inflamados de tanto caminar. De mujer obrera, con hambre, sin dinero
más que para el bocado de comida de vez en cuando. De necesidades como
todos. Todo se reduce a que si es enferma mental, la gran poeta, la poeta
más grande que ha parido Guatemala, porque no hubo, no hay ni habrá nadie más
grande que Isabel. Pero pues, hablar de una poeta que camina calle tras calle,
sin ínfulas, sin buscar codeos ni aplausos, ni exigir reconocimientos, que
camina vendiendo sus lapiceros y sus libros con sus poemas, una obrera, una
vendedora ambulante. Como el vendedor de calcetines, como los que venden
dulces, como los que venden tijeras y ofertas de lápiz labial y
desodorantes.
Una vendedora ambulante como los señores que
cargan a mecapal sus escobas y los trapeadores que van ofreciendo de casa en
casa, que tocan puertas que no se abren ni para ofrecerles un vaso de agua
mucho menos para darles un plato de comida y no digamos comprarles una, una
simple escoba y no porque la necesiten, pero para ayudar. Ayudar a la pobre
economía de ese vendedor, a que descanse su espalda por el peso. Pero la
solidaridad de muchos solo existe en las bocanadas de las redes
sociales, donde galantean con las fotos y los aplausos de los que igual que
ellos van y vienen con la corriente. La solidaridad del pueblo, ésa está
bajando la ladera.
Hay mucho que decir, por la situación de vida de
la poeta más grande del país, por el Estado ausente en todos los
sentidos, por la sociedad inhumana que somos. Porque Isabel de los Ángeles
Ruano refleja la situación de miles de adultos mayores en Guatemala que se
tienen que ver obligados a exponerse de tal manera para lograr un bocado de
comida. Ella es poeta, pero hay campesinos, obreros, jornaleros, aquellos
que se pudren cortando caña, olvidados, los que sucumben en las fincas de café,
los que se muelen la espalda cortando hortalizas, sembrando frutas para los
finqueros adinerados. Los que se ampollan las manos ordeñando vacas para que
otros se atraganten y se emboten el bucul de tanto, de la gula, del
desperdicio.
Porque la poeta con sus pasos cansados lleva el
caminar de las familias a donde no llega el agua, allá en el oriente de niños
desnutridos, de abuelos muriendo de hambre. De milpas enteleridas que no llegan
ni al metro de estatura ni no logran ni dar jilotes. Duele como una herida
viva, el olvido, el descaro, el abuso y la indolencia de una sociedad incapaz
de salir de su burbuja de comodidad para poner los pies en el suelo y caminar
junto a los que han caminado siempre, descalzos.
Isabel se sube a los buses y se para enfrente y
anuncia su producto, como anunciados son los migrantes deportados, que quién
por ellos. Ella ante un público muerto en vida, los deportados ante una
sociedad podrida. No merecen a una Isabel de los Ángeles Ruano, ni a los
millones de campesinos, jornaleros, obreros y migrantes que luchan día con
día, cargando en sus lomos, lomos curtidos a una sociedad
canalla.
Isabel, Isabel, qué desdicha haber nacido en
Guatemala.
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