Por covid,
2,271 muertos en total; por violencia, 3,000 por mes
Es ese virus
de la ambición y el odio que mata sin publicidad
Por Francisco
Gómez Maza
¿Hay una
desgracia más grave que la enfermedad del Covid-19, que acaba con la vida en
unos cuantos días, en medio de dolores intensos y temperaturas abrasantes,
entre la ausencia del amor familiar y la soledad de la muerte? Creo que sí,
aunque usted no lo crea.
Algo más
terrible resultaría que estando usted, con su familia, dormidos en casa,
alguien abra la puerta con una llave maestra; entre y al martilleo de un rifle
de alto poder acabe con todos, su mujer, sus hijos, su cachorro y usted mismo y
cargue con todos los objetos de valor monetario.
En el primer
caso, usted está en el hospital, atendido por médicos y enfermeras que en
realidad son la única familia que tiene porque a la otra la ha perdido, pero la
ha perdido por un bien que es no infectarla de la terrible enfermedad. La
familia que lo atiende lo hace con mucho amor, también con el riesgo de
contagiarse, pero sabe, está especializada en atenderlo. Le llega el momento de
partir porque sus pulmones no dan para seguir aspirando el aire oxigenado que
necesita su corazón y muere y todo se acabó. Pero no fue una bala ni el odio de
un loco los autores materiales de su fallecimiento. Usted murió en paz.
En la
serenidad del encuentro con la oscuridad de la muerte. Se acabó el dolor, se
acabó la ansiedad, terminó la enorme dificultad de respirar.Sin embargo,
imagine en su cuerpo una bala, o cientos de ellas, lanzadas por la locura, el
miedo y el odio de un sicario que se coló en su casa y que no sólo se lo llevó
a usted sino también a su esposa y a sus hijos pequeños y no hubo nadie que lo
auxiliara. Como bien lo dice María Verza, reportera de la Prensa Asociada, una
enfermedad puede causar miedo o no. Una bala siempre es una bala. Pero la
enfermedad le permite pensar, hacer recuentos, pedir perdón a quienes uno ha
ofendido, vivir los últimos momentos de la vida en paz interior. Partir con la
conciencia tranquila, con la satisfacción y la serenidad que da la iluminación
de un buda.
Pero vivir
bajo el terror y el pánico de que, el cualquier momento, aparecerán los
traficantes de la muerte, en medio de la violencia más despiadada de sicarios
del horror y de la sangre derramada, sobre todo en aquellas zonas del mundo, de
México especialmente, que son reinado de las bandas del crimen y de los
negociantes de los peores narcóticos, es verdaderamente inquietante. No saber a
qué hora ni cuándo, una bala atravesará el corazón o el cerebro y quedar ahí
sin el cuidado de una esposa, de los hijos, de la familia, de una enfermera, de
un médico, es lo peor que le puede ocurrir a un anciano principalmente. Y en
México esto ocurre todos los días. No dan para más las fuerzas de seguridad
para parar el crimen, sobre todo en los rincones más aislados y violentos del
país, donde narcotraficantes, criminales y grupos armados tienen más presencia
que el Estado, como lo asegura Verza. En esos sitios, el nuevo coronavirus
puede ser la última de las preocupaciones.
Y no hay que
olvidar que, en este país, la muerte ha tenido permiso para matar desde hace
muchos años. Han muerto miles con un tiro en el corazón o en la cabeza, que
víctimas del Covid-19. Hasta este martes se contabilizaban 2,271 fallecimientos
en medio del ahogo y de terribles sufrimientos. Hasta el año de 2019, había en
México un promedio de cien asesinatos diarios y 3,000 por mes. Increíble que
nos admiremos más de los 2,271 muertos que ha producido el virus, cuando el
virus de la violencia criminal mata a 3,000 en un mes.
Y las
autoridades es poco lo que pueden lograr para abatir la violencia criminal. Ni
las policías, ni los soldados de las fuerzas armadas, ni toda la marina, ni la
guardia nacional son suficientes para acabar con esta terrible enfermedad
producida por el virus de la ambición y el odio. Y no hay que culpar a nadie.
Quizá si queremos buscar culpables los culpables seríamos nosotros mismos que
no tenemos ningún interés en construir una sociedad armónica y justa porque
desde el seno familiar estamos modelando monstruos para el crimen,
inculcándoles antivalores
La pandemia
del coronavirus pasará más pronto de lo que imaginamos. En unos meses todo
habrá concluido y todo el mundo podrá salir de su encierro y abrazar y besar a
sus seres queridos. Habrá fiestas de alegría.
Pero… pero la
pandemia del horror del crimen perpetrado por criminales vestidos de soldados o
criminales de cuello blanco no habrá sido detenida. Las muertes, más abundantes
de las causadas por el Covid seguirán al alza. Pero desgraciadamente no causan
extrañeza ni dolor ni compasión en la sociedad. Estamos tan acostumbrados a ver
en la televisión como un grupo de desalmados mata sin piedad a una familia
integrada por papá, mamá y dos hijos pequeños. Y la escena no nos conmueve.
Los
ciudadanos conscientes tendrán que exigirle al gobierno a redoblar las acciones
policiaco militares para acabar con la violencia de las bandas criminales,
tanto d las bandas que andan en las calles o en las montañas, como las que
andan en los bancos, en los sistemas financieros, en las oficinas
gubernamentales, en las iglesias y en todo este sistema diabólico, tanático de
la sociedad de consumo-desperdicio.
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