Por Ilka Oliva Corado. https://cronicasdeunainquilina.com
Estamos
viendo la calamidad y el descaro como lo hemos visto otras tantas veces. ¿Qué
nos ha enseñado este tiempo de pandemia? Nada. De las tantas lecciones por
aprender no hemos querido aprender ninguna. ¿Que cambiará el mundo después de
esto? Puros cuentos. ¿Qué más humanos no sé qué? Tampoco. Somos la especie
depredadora. Nos comemos los unos a los otros, sin remilgos, sin respiro, la
ley del más poderoso, del más ruin, del más canalla. Es decir, como siempre,
como el día a día. No se nos crispa un nervio ante el dolor del otro
y solapamos el desdén de estas cuadrillas de criminales que escogimos como
gobernantes.
¿De
qué nos sirven las lecturas, las perchas de libros en las bibliotecas de
nuestras casas, las perchas de títulos universitarios, si los que hacen siempre
son los que menos han tenido oportunidades de desarrollo? Con y sin pandemia
son los que siguen poniendo el pecho. Son los que se quitan el bocado de la
boca y se lo dan a otro. Son los que donan sus cosechas. Si pues, los
campesinos. Porque afamamos a los letrados y los ensalzamos, vaya que qué
intelectual, que qué buena lectora, cineasta, artista, cantante, gran oradora,
gran pensador, ¡mi sobrero! Los campesinos poniendo el pecho mientras el arte y
los grandes pensadores van y vienen con su palabrería de alfombra enflorada.
Nomás. Para el mismo mundillo de los que viven de codearse y tirarse
flores. Será porque el que lleva sol y lleva agua en la intemperie
sabe lo que vale un pedazo de pan y el hambre en la necesidad.
Pero
eso sí, son especialistas en aprovecharse de la miseria ajena para sacar
ventaja personal, de ahí que anden dando conferencias con temas de humanidades,
que canciones, poemas, esculturas, libros, películas o documentales a costillas
de los que clamaron por ayuda y ellos no quisieron ver. Incapaces de
levantar la voz como un ciudadano cualquiera, indignado del maltrato de un
gobierno ruin.
Para
ejemplo las innumerables imágenes de policías a lo largo y ancho de
Latinoamérica violentando ciudadanos que se han visto obligados a romper la
cuarentena para salir a buscarse un pedazo de pan. Las miles de personas
saliendo a las calles con banderas rojas y blancas clamando por ayuda
alimentaria y médica, gente obrera, la clase trabajadora que dado a la explotación
que ha sufrido desde siempre vive al día a día y sin ahorro alguno como quien
desde la comodidad de su casa dice: quédate en casa. ¿En dónde están
los grandes pensadores, los graduados de universidad y los artistas exigiendo a
los gobiernos que respondan como corresponde ante esta necesidad colectiva de
los más desamparados? Pero eso sí, nomás pase la bulla de la pandemia vendrán
las películas, los recitales, las conferencias, los documentales, donde hablen
de cifras, donde presenten imágenes desgarradoras de los tiempos del virus…
Como el azadón: ¡solo pa’ dentro!
Pero
ahora, ahora que las papas queman, los que están socorriendo son los rechazados
de siempre, los explotados, los señalados de iletrados, de apestosos, de
ignorantes, de acarreados. Las crisis siempre muestran lo mejor y lo
peor de la humanidad, y si tenemos la humildad de observar detenidamente
veremos que quienes dan, calladita la boca y bajita la mano, sin aspavientos y
sin buscar reconocimiento alguno son los que saben qué hora es con solo ver el
sol o por el ruido de los animales nocturnos.
Deberíamos
de tener más humildad y más agallas para reconocer a quienes han llevado este
mundo en el lomo desde siempre. Y dejar la bullaranga de los títulos y los
libros leídos y los motes de artistas e intelectualidad, que la verdad en
emergencias de vida o muerte no sirven para nada. Son los imprescindibles de
siempre los que han mantenido a este planeta respirando aún.
¿Qué
cambiará el mundo después de esto? Bah, pero patadas en el culo, diría mi
abuelo tío Lilo: campesino.
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