Por
Ollantay Itzamná
Nací,
y crecí en la amordenidad hasta los 8 años de edad, aprendiendo de mis padres a
amar y cultivar la Tierra. Como a muchos de mis vecinos, la edad escolar me
obligó a la migrar hacia el pueblecito más próximo, a un día y medio de camino,
arreando acémilas cargados de café, junto a mi padre, en busca de la escuela.
Fue
cuando me encontró el idioma castellano, la rueda, el motor, la escritura… Así,
la escuela, las urbes, luego la academia, me fueron alejando sutilmente de la
ética y estética Tierra.
¿Por
qué salir del asfalto con destino a la Tierra?
En
la medida que fui releyendo, con “herramientas antropológicas”, las enseñanzas
“cosmoteándricas” que nos narraban mis padres, fui haciendo el camino hacia
adentro en el proceso de reencamiento con la Tierra. Redescubriendo mi
identidad Tierra. Sospechando de mis ilusiones modernas instalados por años de
academia.
Tenía
argumentos teóricos para retornar a la Tierra, pero, creo que me faltaba una
razón trascendental. Entonces, nació mi segunda hija. Fue, cuando dije: “Es
tiempo de criarla saludable, e intentar vivir como pienso”. Junté los poquitos
ahorros, identifiqué un pequeño sitio de tierra fértil y agua suficiente… y a
materializar las ideas transmodernas.
Aquí
es donde intentamos hacer de nuestra vida cotidiana un ritual permanente. Mis
hijas se dejan cultivar por la Tierra. Intentan distribuir sus tiempos entre el
huerto, la internet y la granjita de animales menores, cuando no van a sus
clases oficiales.
En
mi etapa académica urbana, amanecía y anochecía con textos/libros. En esta
etapa, al inicio, amanecía y anochecía en el huerto. Hasta que la idea tomó
forma material, entonces, intento equilibrar entre texto-huerto-crianza,
comunidad y acompañamiento a movimientos sociales indocampesinos.
¿Por
qué volver al huerto?
En
nuestro caso, en el huerto sembramos fruta estacional, algunas verduras y
tubérculos, en equilibrio con las aves (gallinas, patos, pavos) y algunos
conejos y cuyes. Éstos, junto a las aves, abonan los suelos para las plantas.
Éstas (en especial los plátanos), producen y alimentan con sus hojas a las aves
y conejos. Juntando agua fluvial del techo, logramos criar peces… Siempre
dejamos fruta en los árboles para los pájaros…
El
huerto nos cultiva en la espiritualidad e identidad Tierra. Cotidianamente nos
muestra quiénes somos, de dónde venimos, y hacia dónde vamos. Personalmente, la
“muerte” la asumo como un fecundo momento trascendental para abonar, dar vida,
y continuar coexistiendo en el pluriverso…El huerto me ayudó a superar el miedo
a la muerte como fracaso.
El
huerto es el lugar del encuentro y conversación constante, no sólo con mis
ideas, sino también mis familiares y otras personas que gastaron sus vidas
defendiendo derechos. Al tocar la Tierra, o ver crecer a las plantas, siento la
presencia de las personas que ya retornaron al vientre fresco de la Madre
Tierra. Es un lugar místico para el reencuentro.
El
huerto, la granja de patio, es una de las terapias más eficientes contra el
estrés de la modernidad urbana. El deshierbar, quitar hojas, sembrar o
simplemente contemplar comer a los conejos bajo la luz de la luna, le renueva a
uno en las ganas de seguir gastando la vida.
En
cinco años no hemos comprado agua embotellada. Mucho menos compramos huevos o
pollo del supermercado. El huerto y las ave de patio no nos dan todo lo que
necesitamos para vivir, pero nos educan en un estilo de vida sobrio y más
saludable, en equilibrio con la comunidad cósmica.
El
huerto necesariamente fortalece la convivencia familiar, es un sitio ideal para
la pedagogía para la sobrevivencia, especialmente si tienes hijos. Pero, el
huerto, sobre todo, nos mueve hacia la convivencia comunitaria bajo el
principio rector de la reciprocidad. Si tu huerto produce bananos, compartes
los frutos con el vecino que produce elotes sabiendo que en cualquier momento
recibirás elotes.
Ahora,
en tiempos de COVID19, nuestra vida no ha cambiado mucho. Entre huerto, cocina,
textos, aves… disfrutamos instantes significativos con mis dos cómplices
cósmicos. Las circunstancias planetarias adversas me confirman que el huerto es
el “campo” predilecto para la “revolución contra hegemónica” frente a la
civilización de la modernidad en crisis.
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