Una historia de suspicaces complicidades
Un día la tendrá que justificar Andrés Manuel
Por Francisco Gómez Maza
Zoe Robledo Aburto es un cachorro de la revolución interrumpida
y traicionada por el neoliberalismo inaugurado por Miguel de la Madrid y
fortalecido por el otrora innombrable Carlos Salinas de Gortari.
Es un cachorrito tricolor de Édgar Robledo Rincón, furibundo
priista que alcanzó a ser gobernador de Chiapas por obra y gracia de las
circunstancias, por lo menos durante un año, en los momentos más álgidos del
levantamiento indígena de 1994 y de la entrada en vigencia del proteccionismo
comercial globalizado, arropado por el Tratado de Libre Comercio entre Estados
Unidos, Canadá y México.
Robledo Rincón no fue de la gracia de los politicastros
chiapanecos y su jefe lo mandó a despachar como su embajador a la Gran Buenos
Aires.
Zoe Robledo, pues, es un pequeño dinosaurio tricolor, revestido
del color granate o marrón del movimiento de regeneración nacional que, con
registro de partido, llevó al poder a su nuevo patrón, el porfiado tabasqueño
Andrés Manuel López Obrador, exaltado por las multitudes como el mejor
prospecto para sacar de La Silla a lo que quedaba del PRI, personificado en la
figura de Enrique Peña, con fama de haber sido el presidente más corrupto y
ladrón que haya desgobernado y deshecho este país.
El triunfo del tabasqueño fue el punto de ebullición de la
carrera política de Zoé Robledo Aburto, miembro prominente del equipo de
campaña del tabasqueño, tanto que, ante la renuncia forzada del ex presidente
del PAN, Germán Martínez Cázares, otro enamorado de López Obrador, el priista
vestido de marrón ocupó, por órdenes de AMLO, la dirección del IMSS.
Ahí, desde el escritorio que calienta en el viejo edificio de
las oficinas del IMSS en Paseo de la Reforma, Robledo Aburto comenzó a ser de
las suyas, presentándose como un gran promotor de la seguridad social para los
trabajadores, hacia afuera de la institución, pero desentendiéndose de las
carencias y necesidades de los empleados que quedaron a su cargo. Ni médicos,
ni enfermeras, ni trabajadores pueden verlo, porque además el chiapaneco no
tiene la costumbre de hacerse simpático con nadie, más que con su gran jefe. Es
cae mal, suelen decir los chiapanecos que lo conocen. Pero el pequeño
dinosaurio trae por dentro a un priista mañoso y no es porque no sea leído y
escribido. Tiene una licenciatura en Ciencia Política, una maestría en Derecho,
diversas especialidades y estudios en institutos de enorme prestigio como la
Escuela de Gobierno John F. Kennedy, de la Universidad de Harvard. Ha sido
colaborador en medios nacionales y hasta ganó el Premio Nacional de Periodismo
en 2008 por la cobertura y análisis de la elección presidencial de Estados
Unidos. No es cualquier baba de perico. Bueno. La verdad es que no tengo
noticias de que haya estudiado periodismo, pero es abusado para tundirle al
teclado de la compu.
Joven, tiene una carrera importante en la “res publica”:
Diputado en el Congreso del Estado (2010-2012); senador por Chiapas
(2012-2018); donde adquirió fama por manifestarse a favor de la eliminación del
fuero, por hacer obligatoria la declaración 3 de 3 de los servidores públicos y
por impulsar una campaña para que una mujer obtuviera la Medalla Belisario
Domínguez que año con año otorga el senado en memoria del mártir chiapaneco,
medalla que le fue colgada en el pecho, en 2017, a la bióloga Julia Carabias.
Pero Robledo se ha metido en camisa de once varas. Primero con
la transacción que hizo con el hijo de Manuel Bartlett Díaz en la adquisición
de 20 ventiladores respiratorios con un sobreprecio de 670 mil pesos cada uno.
Por otra parte, qué intereses o negocios turbios unen a Robledo
con el mediquete Nemesio Ponce Sánchez, quien siempre fue ¿empleado o patrón?
del hoy cónsul en Orlando, Florida, Juan Sabines Guerrero, confirmado por López
Obrador. Nemesio, el actual coordinador de Política de Salud del Seguro Social,
de quien despotricamos ayer, competía con Tomás Sánchez, luego secretario de la
Función Pública local, y Martha Vital, que de asistente llegó a ser directora
del Instituto Chiapas Solidario.
Obviamente que la compra de los ventiladores tenía que ser
supervisada por otro chiapaneco, Humberto Pedrero Moreno, director de
Administración y Finanzas, y de quien dependen los recursos humanos, materiales
y financieros. Esa sola designación pone en entredicho, por segunda
ocasión, la gestión del director general Robledo Aburto.
Pedrero Moreno fue, primero, Tesorero y, después, secretario de
Hacienda del desgobernador, Manuel Velasco Coello, hijo putativo de AMLO. Como
que ya se va deshilando la madeja de los atracos al Erario chiapaneco.
¿Recuerdan que Pedrero Moreno fue uno de los verdes que se postuló como falso
indígena para lograr ser votado por una diputación federal con la venia de La
Quija?
Una verdadera historia negra, de la cual, quien tiene que dar
cuentas es el presidente López Obrador, por cobijar a una pandilla de rufianes,
dispuestos a continuar atracando a los mexicanos.
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