Mexicanos, al cuidado de san Juditas
Más contagios, por patas de chuchos
Por Francisco Gómez Maza
El SARS-Cov-2, el sicario que ha
matado ya a mucho más de 30,000 mexicanos desde el 28 de febrero, es un
terrible problema que no tiene para cuando ser resuelto por los más eminentes
especialistas en virología y otros.
Hay quienes aún aseguran que es una
gran impostura. Pero quienes lo han padecido y han tenido la buena ventura de
sobrevivir, están seguros de que es una terrible maldición, nunca vista desde
los tiempos del Cólera.
Puede atestiguarlo otro de los altos
barones del gobierno, Francisco Cabeza de Vaca, gobernador del estado
nororiental de Tamaulipas, que en la víspera se sumó a un amplio grupo de
funcionarios estatales y federales que han sido tocados por la desgracia y los
terribles dolores del Covid-19.
El tamaulipeco
se suma a otros gobernadores víctimas de la pandemia: el de Tabasco, el de
Hidalgo y el de Querétaro, así como los secretarios de Hacienda y de la Función
Pública y el director del Seguro Social.
Pero muchos
mexicanos, quizá millones, andan desde el lunes de la semana que está
terminando como si la pandemia hubiese acabado y muchísimos caminan sin
protección material alguna, al amparo de San Juditas o de la virgencita de
Guadalupe, confiados en el muy mexicano “lo que Dios diga”, como si Dios no
tuviera otras cosas más importantes, y estuviera muy preocupado por lo que
ocurre en el mundo material.
No saben que
Dios (y estoy inventando porque de Dios sé nada) habría creado el universo y
puesto seres humanos, presuntos animales racionales, en algunos planetas, entre
ellos la Tierra, y los dejó debatirse y pecar a su antojo y a sus anchas, como
ustedes ven que ocurre, como la explotación del hombre por el hombre y de la
mujer por la mujer (para que no nos hagamos bolas).
A más o menos
cuatro meses de vida monacal, la pandemia nos ha convertido en filósofos de
medio pelo, en poetas del ridículo, en epidemiólogos de pie de banco, que
“analizamos” y pronosticamos como Moni Vidente el futuro de la humanidad bajo
el yugo del nuevo coronavirus.
Con todo, por lo que se ve en México
y en el mundo, la desgracia durará más tiemplo de lo que desearían las personas
que no soportan el confinamiento y las que tienen pulgas en los pies, por
aquello de tienes patas de perro. En mi tierra, las motearían con eres un o una
pata de chucho.
Pero me distraje y lo que planeaba
comentarles es que los mexicanos no aprendemos. O no nos dan las neuronas. Nos
están explotando y pareciera que eso nos gusta. Nos violenta la policía, y parece
que eso nos agrada. Nos amenaza la delincuencia organizada y no aprendemos.
Ni los miles de contagios ni los
fallecimientos indicarían que vamos de salida y que ya podemos abrazarnos y
besarnos, sentarnos codo con codo a una mesa cantina, o un restaurante, o ir a
un estadio repleto de eventuales trasmisores del virus, como les ha ocurrido,
para no ir tan lejos, a los estadounidenses, que levantaron restricciones, pero
que han tenido que dar marcha atrás porque los contagios masivos y los
fallecimientos han arreciado.
Sin embargo, tenemos que recuperar la
cordura y aprender de los demás porque no aprendemos en cabeza propia. Cierto,
en la economía del otrora imperio, la alta tasa de desempleo ya se ha reducido
a sólo 11,1%, mostrando una mejoría del mercado laboral por segundo mes
consecutivo, aunque continúa muy lejos de recuperarse de las pérdidas colosales
que sufrió en la primavera debido a la pandemia.
Pero al mismo tiempo ha habido más
sustos fatales porque la recuperación del empleo y las actividades sociales y
económicas no dan para guardar la sana distancia y el resto de las medidas
sanitarias para no contagiarse o contagiar.
El gobierno de California ha vuelto a
cerrar bares, cines y restaurantes en espacios cerrados, prácticamente en la
mayor parte de estado. Florida ha tomado la misma medida para bares y playas.
Texas ha dado marcha atrás a parte de sus esfuerzos para reactivar la economía.
Nueva York ha suspendido sus planes de autorizar la apertura de restaurantes en
espacios cerrados.
Caramba. Por qué los mexicanos somos
tan taimados y no experimentamos en cabeza ajena. Ojalá tengamos oportunidad de arrepentirnos.
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