· Morena, humillado en tierras de caciques
· Pero sus estrategas no hicieron su trabajo
Por
Francisco Gómez Maza
Aseguran
quienes practican el análisis y conocen la idiosincrasia del mexicano que los
resultados de las elecciones, en Hidalgo y en Coahuila de Zaragoza, son una
llamada de alerta para los estrategas políticos del Movimiento de Regeneración
Nacional.
Dicen,
seguros de su saber, que el triunfo de los candidatos priistas en ambos estados
federados indica que el Ogro no estaba muerto; sólo estaba agazapado, al
acecho, a la espera de que coahuilenses e hidalguenses reconocieran que su
corazón es tricolor.
Afirman
que la mente de los ciudadanos hidalguenses y coahuilenses siempre ha sido
dominada por la ideología, entendida ésta en el sentido goebeliano. Y que
Morena no echó raíces en ambas entidades por su coqueteo con la izquierda. (Eso
dicen ellos; aquí no lo creemos)
Pero
la alerta, la alarma, debe de preocupar a los estrategas del partido que
defendió el triunfo de López Obrador en 2018. Los morenistas tienen que poner,
pero ya, sus barbas a remojar y aprender a comportarse como adultos y no como
chiquillos malcriados.
Otros
analistas, aunque no independientes sino comprometidos con el oficialismo, como
Porfirio Muñoz Ledo, quien le pelea al líder de los diputados, Mario Delgado,
la presidencia del Comité Ejecutivo Nacional del partido, tienen otra opinión:
El resultado de las elecciones locales en Coahuila e Hidalgo constituye un “serio”
revés para Morena, dice Muñoz Ledo. La
derrota es producto del conflicto interno. Los resultados revelan que Morena no
puede más que actuar de la mano de Andrés Manuel, porque el nombre, la marca,
es lo que se impone en cualquier elección, a raíz del derrumbe del sistema,
ocurrido hace poco más de dos años. AMLO es el motor, la carrocería, las ruedas
de ese tren que arrastra a ex perredistas, ex priistas, ex panistas, ex
echeverristas, ex oportunistas, ex de todo. Si López Obrador se hubiera
organizado y dirigido las campañas en Hidalgo y Coahuila, ahora los morenistas
no estarían llorando esos dos contratiempos.
Sin
embargo, siendo fríos en el análisis, los resultados electorales indican que
las sociedades hidalguense y coahuilense, muy pequeñas en número y en
territorio, son extremadamente conservadoras, tradicionalistas y hasta
integristas; siempre han sido priistas, y de corazón; responden a cacicazgos
económicos y políticos muy arraigados en la mente de sus coterráneos.
El
estado de Hidalgo, pequeño (apenas suma unos tres millones de habitantes),
nunca ha dejado de ser tierra de caciques, que imponen a los gobernantes,
siempre bajo los mañosos tres colores patrios del PRI. Hidalgo siempre ha sido
priista de corazón.
Otro
tanto ocurre en Coahuila de Zaragoza, estado también pequeño, de
aproximadamente también de tres millones de habitantes, muy conservadores, en
donde causó escándalo, cuando llegó, a hacerse cargo de la diócesis, el obispo
progresista – algunos decían que era “rojo”- Raúl Vera López, alumno del muy
recordado obispo Samuel Ruiz García (jTatic), quien también bregó con una
sociedad ultraconservadora en San Cristóbal de Las Casas. Y también imperan en
Coahuila los cuadros caciquiles de los Moreira.
Tomando
en cuenta éstas y otras variables, el resultado de la jornada electoral en
ambos estados era el esperado por varios analistas, aunque no el querido por
los activistas y simpatizantes de Morena. Estos, para soslayar su
responsabilidad, denuncian vetustas prácticas de fraude electoral, puestas en
práctica el día de la elección por los albañiles priistas. Dice el presidente
López Obrador que en las recientes elecciones legislativas en Hidalgo y
Coahuila “triunfó la democracia”. Es casi seguro que no. Lo probable es que los
ingenieros electorales de Morena no hicieran su trabajo.
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