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APRECIO LA
BOCA DEL HOMBRE…
Autora: América
Santiago.
Todos los
derechos reservados.
Aprecio la
boca del hombre
que habla
con verdades contundentes,
no le teme
al déspota ni al villano decadente
y calla
emocionado ante la humildad sorprendente.
.
Aprecio la
boca del hombre
ferviente
en la expresión de sus sentires
que eleva
tajante su voz contra las injusticias y aberraciones
y susurra
con ternura al niño que entre sus brazos mece.
.
Aprecio la
boca del hombre
que no
disimula la mueca cuando algo lo entristece
ni esquiva
la furia en su alma si algo lo embravece
y en la paz
de la oración en silencio pleno se guarece.
.
Aprecio la
boca del hombre
que entre
suspiros y gemidos en amor seduce
aviva los
instintos del placer y sin apuro, enardece,
desata la
frágil carne en gozosas sensaciones que estremece.
.
Aprecio la
boca del hombre
que revela,
calla, desata, enardece
y el amor
en toda su expresión
vive,
disfruta y agradece.
UN NIÑO
Un niño
dormido sueña pedazos de pan bajo su almohada. Almohada que no es almohada; son
puñales de miedo que rompen sus ojos.
Desde la
esquina oscura infestada de escarabajos ennegrecidos suben las horas
hambrientas, peldaño a peldaño, con butacas patirrencas sobre sus hombros.
El niño
dormido siente arañas que muerden su vientre y una sonaja de crujidos
intestinales amenizan la palidez desnutrida de su sonrisa.
¿Mami por
qué las arañas muerden mi pancita?
No, mi
niño, las arañas no te muerden. Es un feo sueño que tragaste cuando bostezabas
por hambre.
¿Mami,
quien me quitó el pan estaba bajo la almohada?
Diles que
me lo devuelvan. Sin mi pan no puedo soñar.
Mi niño, tu
pan solo era un sueño bonito. No lo sueñes más porque te hiere.
¿Mami, tú
has tú has sentido hambre?
Si, mi
niño, he tenido hambre, he tenido sed.
Tuve amor, te amo ti.
Seré el pan
que sueñas.
Elí Omar
Carranza Chaves
San Ramón,
Costa Rica
Escribo los
poemas de mi libro SOLFEA MIS CURVAS.
María José
CASTEJON TRIGO
POEMA
Te llevo en
mi pensamiento
Y sufro mi
condena
Tal vez
resucite
Si apareces
Pero para
no comprometer
Tal
instante
Dejaré en
este poema
Que vuele
por el aire
Tu
melodía
Para
compartir el sufrimiento
De que la
creación
Es
cómplice.
Y en una
ilusión
Nuestra
imagen
Se diluya
En el mar
de las vanidades
ESPEJO MÁGICO
Con sus dedos, ritualmente peinaba sus
recuerdos revueltos, tres veces diariamente frente a la mirada inmutable del
espejo de sus ayeres. Como un tercer ojo
colgado en mitad de la pared discontinua de su vida, vivida sin vivirla. La cara reluciente del espejo se desgastó,
más que por el tiempo, por ejercicio continuado de devolverle a ella durante
cinco décadas, todos los días, tres veces diariamente la figura juvenil de su
rostro veinteañero. El cabello sedoso, la sonrisa radiante, la voluptuosidad de
su cuerpo enfundado en el vestido de novia, exquisito como fruta madura. Esa
era la única imagen, el único recuerdo de sí misma con que ella comulgaba. Ahora su cabello sedoso era un manchón blanquecino,
su rostro un mar de olas de piel, la luz de sus ojos un sendero oscuro, la
exquisitez de su cuerpo virginal sumido en abandono. El espejo fiel nunca quiso
alterar las estatuas de sus recuerdos. Recuerdos que ella revivía solamente
cuando el espejo le devolvía su figura de novia virginal. De la profundidad
inacabada del espejo afloraba el barullo tumultuoso de voces, risas, congratulaciones,
el tintineo cristalino de copas de champan, el colorido semblante de ramilletes
de flores, el ritmo acompasado y danzante de la música amenizando el alegre
ambiente de una boda. El chasquido suntuoso de un beso nupcial. Son el tropel
de imágenes desordenadas que día a día el espejo mágico revive en sus ojos
oscuros, donde ni el llanto vive. El
tiempo, sus vivencias, su conciencia se congelaron en el preciso instante que
los labios de su amado se posaron en los suyos para sellar sus destinos promisorios.
Para ella esa es su única verdad, su único recuerdo. Todo se petrificó cuando
el bullicio febril del festejo fue quebrado por el alarido quemante y
ensordecedor como un trueno perdido en mitad de la oscuridad de un escupitajo
arrojado al rostro de su amado por una escopeta celosa. El día se hizo
oscuridad y la vida muerte. Su alma y sus ansias viajaron son su amado. Ella se
quedó viviendo sin vivir, alimentando su fuerza con cristales rotos, soñando a
través de las rendijas sin saber que soñar, sin saber para que vivir. Pero
siempre su espejo fiel le devuelve sus recuerdos intactos: la dulce novia de
luminosa sonrisa, cabello sedoso, esplendorosamente radiante en su vestido
blanco. Es siempre lo que ella ve y siente.
El cansado espejo opacado, ahora de luz ambarina, de reflejo empañado
por el dolor y el tiempo no logra más sostener la fantasía que es su pan de
vida. El ruido quebradizo del espejo fue el tañido que atravesó el espectro de
su inconciencia. En serena pasividad reconoce su cuerpo desgastado, sin un
gesto de amargura abraza las astillas filosas del antiguo espejo. Siente sus
manos húmedas y tibias, descubre que su nuevo vestido es de color rojo carmesí.
El caudal que fluye de sus manos le arrastra con pasividad a través de un túnel
de miel y paz. No le importó descubrir
que había envejecido, ni tampoco saber que la vida que no vivió le impidió ser
feliz. Al final una luz le abría el deseo de continuar el beso que su amado
interrumpió al partir.
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