Por Ilka Oliva Corado
Blog
de la autora: https://cronicasdeunainquilina.com
Cuando
cumplí 15 años fui a conocer Comapa, el pueblo donde nací. Me enamoré a primera
vista, de los niños de panzas cundidas de amebas saltando descalzos en los
charcos de agua, ¡la felicidad de los inocentes! De las sombras de
los encinos rojos que daban vida a los barrancos. Y en los senderos la compañía
de los guayabos silvestres, los palos de jiote, los nances, las manzanas rosas,
los chaparrones y los palos de jocote de corona.
Las
milpas que se atrevían a dar flor en aquella tierra árida de pedrerío por
doquier, porque así es Comapa, allá hay más piedras que tierra y el agua
potable llega a cuentagotas a las cercanías del pueblo, pero nada más. Las
aldeas siguen saciando su sed con el agua de los escasos nacimientos, eso en invierno,
pero ¿y en verano?
VIII
Caritas de lozanía
manitas de barro fresco
las niñas de Las Crucitas
son robles,
encinos en la floresta.
Y
yo me enamoré perdidamente del color chiltoto de las tejas quebradas que
tapaban los techos de las casas de adobe, del bajareque y de los toles de morro
para beber atol. De los polletones de barro embadurnado con las manos de las
abuelas, de los comalones de barro donde se echaban los pishtones, los tazcales
y se freían los huevos con manteca de coche o con lo que quedaba de la medida
de mantequilla o el aceite que se compraban si se lograba vender una carga de
leña, unos pollos o de perdida una medida de maíz o frijol de la
cosecha.
Y
de la misma forma los aldeanos compraban su ropa, si vendían por pocos lo que
iban produciendo. Así los vi llegar al pueblo con sus panas de jocotes de
corona para el tiempo de cosecha, costales de ayotes, de frijol camagua, frijol
nuevo, maíz nuevo, maicillo, sus cargas de leña; los vendían o los hacían
trueque en el día de mercado. Al atardecer iban de regreso con sus pedazos de
tela, sus botas de hule nuevas o de segunda mano, como de segunda mano los
zapatos también, sus medias de gas para los candiles. Candelas,
fósforos, baterías para los radios que colgaban en las vigas de los corredores
de las casas para sintonizar alguna radio de El Salvador, las de Guatemala no
se escuchaban. El azúcar, la sal y la cal siempre artículos de primera
necesidad en aquel pueblito perdido entre los cerros y piedras.
Me
enamoré, sí, perdidamente del chipilín fresco con arroz y crema, del caldo de
hojas de guías en los que iban quilete o hierba mora, guías de ayotes, de
güisquil, hojas de chile chiltepe y las que fueran para darle sustancia y
sustento al caldo. Los tomates y las cebollas siempre fueron lujos, caros de
caros. Pero la rapadura canche y oscura abundaban junto con el jabón de
aceituna, la chicha de piña y de mí, el ayote y el atol shuco. La tortilla con
leche fue mi desayuno preferido desde entonces. Y lujo era ver
aquellos tamales de viaje, los ticucos y los tamales de elote.
Enamorarse
duele, claro que sí y a mí me dolió tanto ver a niñas de mi edad ya con dos o
tres hijos, casadas o en convivencia con hombres que les doblaban la edad o
hasta tres veces mayores que ellas. Ellas con la responsabilidad de todo en la
casa, los hombres trabajando la tierra que rentaban para lograr una cosecha de maíz,
frijol o maicillo para octubre y así ayudarse con lo básico de la
sobrevivencia. Y los niños que se casaron niños, parejas de adolescentes que no
pasaban de los 14 años y ya con hijos. La cantidad de niñas que tenían hijos de
sus familiares, porque fueron abusadas por estos, que era la forma de
apartarlas para decirles a los otros hombres que esas niñas nunca se casarían,
que no las iban a dejar casarse, que les pertenecían. Porque el machismo es crudo,
pero en oriente además es cruel.
El
bar del pueblo, lleno de patojas de otros municipios y salvadoreñas, que para
el día de pago no se daban abasto con tanto aldeano que llegaba a dejar allá el
salario para quedarse borrachos durmiendo en las banquetas. A deshoras subían
las esposas de las aldeas a traerlos y se los llevaban montados en las bestias
que con los cascos de sus patas hacían sonar los adoquines de las calles del
pueblo.
III
Trinar de aves
galantes las libélulas
el eco guarda el murmullo
de la quebrada
que en agosto rebosa
con la felicidad de los campesinos:
primera cosecha.
Maíz y frijol nuevo.
Así
fui conociendo que la yegua tal que hace tal ruido al caminar es de fulano, que
ahí va mengano de la zutana porque su bestia renquea de una manita, que el
caballo de perencejo hace tal ruido al caminar, todo esto a oscuras porque en
aquellos tiempos la gente se acostaba a la hora de la oración y los candiles se
apagaban cuando comenzaban a aparecer las primeras luciérnagas. Y conocí pues
los horarios de cada quién, que fulano sube a tales horas al pueblo y baja a la
aldea de regreso a tales, que mengana va con la masa al molino a tales horas y
regresa a tales y lleva de regreso quesadillas y semitas de donde doña Adelona.
En las aldeas era común comer marquesote pero las semitas, panes de arroz y quesadillas
eran famosas las que hacía doña Adelona. Y también por supuesto, no podía ser
de otra manera, caí rendida a los pies de las semitas, los panes de arroz y las
quesadillas de doña Adelona, hasta la fecha las añoro.
Ver
a los niños desgranando maíz con las manos ampolladas y las niñas moliéndolo en
piedras y el güiralito acarreando agua de La Pilona en el centro del pueblo.
Era otra vida tan distinta a la del arrabal, mucho más rústica pero tan llena
de placeres simples, donde las horas pasaban sin prisa y se sentaban a
descansar bajo la sombra de los morros y los amates. Las vi beber agua de la
quebrada al medio día, escuchando el canto de las chicharras. Conversaban a veces
de las pepescas del río Paz.
Aquel
viaje a Comapa me nutrió la raíz y la identidad, me dio ese sentido de
pertenencia que también siento por Ciudad Peronia. En mi escritura desde el
primer día han estado ambos, decir Ilka es decir Comapa y Ciudad
Peronia, yo no soy sin estos dos lugares, no podría ser, me haría
falta algo, lo vital, lo esencial. Es por eso por lo que hoy publico este
poemario que escribí el año pasado, como un saludo y una reverencia a ese
pueblo maravilloso que me dio tanto y al que le debo mi fascinación por las
flores de chacté, las chiliguas y las chilipucas.
Comapa
es mi libro número 16, publicado por Ilka Editorial. Está disponible en
Amazon.com y en IlkaEditorial.com
20
de octubre de 2020, Estados Unidos.
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