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· Nunca se abatirá el feminicidio con la cárcel
· Por qué no imaginar una revolución cultural
Por Francisco
Gómez Maza
Los mexicanos enfrentan gravísimos problemas que
pareciera no tienen solución, como la violencia contra las mujeres y, en ésta,
el feminicidio, que lacera el corazón.
No ha habido en toda la historia, ni habrá en el
futuro poder judicial que acabe con la agresividad de género, porque su
naturaleza es estructural.
Desde la infancia se va formando al macho engañador,
violador y asesino.
Es fruto de la mala educación a la que contribuyen
varios “educadores”, desde la madre, el padre (cuando hay padre), los abuelos
(cuando hay abuelos), los ministros religiosos, los profesores, los medios
masivos, la televisión y las TIC (Tecnologías de la Información y la
Comunicación), entre otros.
No sirven de nada los procesos judiciales. El criminal
puede ser sentenciado a cumplir una pena, pero no sólo no es reeducado para
reinsertarse en la comunidad, sino que es especializado en la actividad
criminal por grandes maestros dentro de cualquier penal.
Sale peor el remedio que la enfermedad.
Gobiernos van, gobiernos van, gobiernos vienen –
entendiendo gobierno como ejecutivo, legislativo y judicial -, y la maldición
del maltrato a las mujeres continúa, a pesar de que las cárceles puedan estar
repletas de feminicidas, si es que hubiera una dedicación continua de las
autoridades para perseguir y castigar a los feminicidas. La inmensa mayoría de
estos siguen su cotidianeidad de asesinos impunes.
Representantes de la sociedad que no forman parte del
gobierno, como organizaciones intermedias, iglesias de todas las confesiones,
instituciones de asistencia privada, empresarios, organizaciones de defensa de
trabajadores, entre muchas, no tienen como prioridad la defensa de la igualdad
entre varones y mujeres.
El machismo no sólo no desaparece, sino que es
alimentado por la familia, por los medios masivos, en los que las mujeres son
símbolos de uso de los machos; a la mujer se le desnuda en las pantallas de los
medios televisivos tradicionales y en las aplicaciones que pululan en la Web.
Y el feminicidio no sólo no se para, sino que se
incrementa.
Este lunes 5 de octubres, la presidenta de la Comisión Especial (senatorial),
que da seguimiento a los casos de feminicidios de niñas y adolescentes, Martha
Guerrero Sánchez, informó que se reunirá con autoridades de 10 estados
federados, que registran los más altos índices de feminicidios, para ver qué
está fallando, cómo fortalecer la legislación reglamentaria; revisar los
protocolos preventivos y las debilidades jurídicas, entre otros aspectos.
Un buen
avance. Pero no suficiente de ninguna manera, si no va acompañado por
estrategias culturales y de reeducación desde la familia.
El
gravísimo rompecabezas del feminicidio es, a todas luces, no un problema legal,
sin solución a pesar de la persecución; no es protocolar, jurídico, judicial.
No.
Es un
asunto de mala educación.
Y hasta
ahora ningún cuerpo partidario, ni ningún agente político, ni cultural, ni
educativo, ni eclesiástico, lo plantea más que como un asunto judicial.
Pero está
comprobado que la solución no está en las cárceles. No. En las cárceles se
multiplica a la enésima potencia.
La solución
podría estar en la familia, en la escuela, en la iglesia, en cualquier punto de
encuentro de los miembros de la sociedad.
Y no pasará
nada. Sigue, como una actividad normal, apareciendo el feminicidio en las
estadísticas. En Baja California, Chihuahua, Nuevo León, Veracruz, Jalisco,
Ciudad de México, Estado de México, Morelos, Puebla, Oaxaca, donde se registran
más feminicidios.
Y habrá que
preguntarles a las autoridades educativas, encabezadas por Esteban Moctezuma
Barragán; a las autoridades de Salud, encabezadas por Jorge Alcocer; a las
mismas autoridades de Gobierno, como las cámaras legislativas, a los ministros
de la Suprema Corte, al jefe del llamado poder ejecutivo, qué van a hacer que
no sea sólo la persecución judicial para disminuir al máximo el feminicidio.
Parece que
no hubiera salidas. Parece que el futuro fuera más nebuloso que el presente.
Es urgente,
por tanto, abandonar los paliativos, las aspirinas, frente a una realidad
lacerante. Y por qué no inventar, imaginar, una verdadera revolución cultural
que comience a la hora de la concepción del ser humano.
La 4T
debería de dar una respuesta contundente para “transformar” esta mala educación
que conlleva el luto, el duelo, de muchas familias.
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