Por Armando García
Editor y Fundador de Nuestra América Magazine
En un momento de turbulencia social, los críticos
acusaron a Trump de seguir a líderes mundiales de tendencia autoritaria de los
siglos XX y el actual, usando a la religión para reforzar su poderío sobre su población.
Ante los acontecimientos actuales, el presidente usó la Biblia como si fuera un
accesorio o una extensión de su posición militar y autoritaria.
Carlos Marx está en lo correcto al decir que la religión
es el opio del pueblo. Y Trump refleja muy en claro esa aseveración. Utiliza la
religión para apaciguar al pueblo alzado en las calles protestando contra el
racismo y la brutalidad policiaca.
Hay que recordar como en Bolivia en noviembre
pasado, un crucifijo y una biblia sirvieron como escenografía para justificar
un golpe de estado. Nuestra historia está llena de políticas colonialistas amparadas
bajo una cruz, una biblia y un arma de fuego como en forma de enajenación, intimidación,
represión, aniquilación y exterminio racial.
Cuando mandatarios perciben, de que los elementos
tradicionales del tejido social están en riesgo, la religión mediante el uso de
símbolos e imágenes puede ayudar a los posibles autoritarios a consolidar su
poder. Se presentan como protectores de la fe y los enemigos de cualquier
extraño que amenace su gobierno.
Trump ha tropezado en sus intentos de retractarse
a sí mismo como una persona devota, al negarse a nombrar su pasaje favorito de
la Biblia y declarar si ha buscado el perdón de Dios por sus pecados, aun a
pesar de que el mismo Trump ante evangélicos ha dicho que el es el “escogido”,
y provocando que muchos le creen que está ungido por Dios.
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