Por
Arnold August
El
contexto de lo que puede parecer una súbita inversión en la política venezolana
de Trump está consignado en las recientemente publicadas memorias de John
Bolton sobre la vida bajo Trump, cuyo título es “The Room Where It Happened”
(La habitación donde sucedió: Una memoria de la Casa Blanca). Según Bolton (tal
como se cita en Axios), a pesar de que ha cargado a cuestas todo el peso
diplomático que el Gobierno estadounidense le echó encima, los sentimientos
personales de Trump respecto a su protegido eran ambivalentes:
“A
su parecer Guaidó luce ‘débil’ en contraste con Maduro, cuya figura es ‘fuerte’”.
“Ya
en la primavera [de 2019], Trump empezó a calificar a Guaidó como el ‘Beto
O'Rourke de Venezuela’, [refiriéndose al candidato del Partido Demócrata a las
elecciones presidenciales de 2016 que Hillary Clinton venció] —difícilmente el
tipo de cumplido el cual un aliado de los Estados Unidos podría esperarse.”
En
el vocabulario de Trump, el calificativo honorífico aplicado a O’Rourke
equivale a “perdedor”; vocablo que emplea cuando critica a opositores
políticos. Es posible que la tentativa de comunicar con Maduro, contrariamente
al hecho de aferrarse a una causa perdida, como incluso Trump lo consideraba,
tenga sus raíces en deliberaciones anteriores sostenidas por miembros del
gabinete de Trump.
Todo
contacto eventual entre Trump y Maduro es una discusión controvertida aún no
concluida que deriva de los medios corporativos estadounidenses, la Casa Blanca
y tal vez de Bolton. De hecho, al día siguiente de que Trump parecía mostrarse
abierto a discutir con Maduro, el 22 de junio, tuiteó.
“Solo
me reuniría con Maduro para discutir una cosa: ¡su salida pacífica del poder!”
No
obstante, “reunión” y “discutir” son términos que resuenan todavía en las
noticias. Por ejemplo, el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, aseguró el
22 de junio que sostendría una reunión con su homólogo de Estados Unidos
(EE.UU.), Donald Trump, teniendo como premisa el respeto mutuo.
Por
otra parte, el hecho es que, tras las revelaciones antes citadas, Trump evalúa
su “discusión” en posición de debilidad. Tal como Trump lo admite, su
consagrado “presidente” es hasta la fecha un fracaso rotundo.
La
situación en Canadá difiere. De momento es posible tomar medidas, ya que no hay
nada que esperar. El gobierno de Trudeau desempeña un papel preponderante en la
implementación de la política de cambio de régimen, impulsada por Trump, a
través del derechista Grupo de Lima con la manifiesta ambición de derrocar a
Maduro e instalar a Guaidó.
Es
un momento oportuno porque el 17 de junio, el gobierno de Trudeau sufrió una
humillante derrota en su notoria candidatura para obtener un mandato en el
Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Una de las puntas de lanza que
captaron la atención en las semanas que precedieron a la votación fue la
estrecha relación de Trudeau con Trump. De hecho, muchos canadienses han
calificado esto de “servilismo”. Esta consideración incluso se ha reflejado en
editoriales de medios corporativos que abordaban la derrota. También bajo
escrutinio en la debacle del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas se ha
mencionado el “incumplimiento del derecho internacional y las resoluciones de
Naciones Unidas” por parte del gobierno de Trudeau.
En
resumen, desde el 17 de junio, Trudeau no tiene ni mandato internacional ni
nacional para desarrollar una política exterior como lo ha hecho desde su
llegada al poder. De concierto con otras organizaciones populares y
personalidades, el Instituto Canadiense de Política Exterior (Canadian Foreign
Policy Institute) contribuyó presionando el voto contra la candidatura de
Canadá y creando apoyos internos para respaldar los llamamientos
internacionales.
Si
Trudeau quisiera compensar sus errores pasados y mostrarle al mundo que realmente
existe una diferencia entre los EE. UU. y Canadá, y que quizás no respaldamos
cada movimiento de Trump, ¿qué mejor oportunidad para sacar provecho de la
breve apertura de Trump hacia Maduro? ¿Por qué Trudeau no declara que, a
diferencia de Trump, le gustaría tener discusiones justas y abiertas con
Maduro, como debería hacerlo cualquiera que cree en la “adhesión universal a la
primacía del derecho”? Desde luego, se requiere valor para hacerlo. Pero esto
se acerca mucho más a los “valores canadienses” que lo que Trudeau ha estado
repitiendo en las últimas semanas. Una postura de esta valentía también
constituiría una refutación de los métodos pertinaces y dictatoriales de Trump.
Desde
la votación del 17, el Instituto Canadiense de Política Exterior, alentado por
sus triunfos y el de otros en romper la barrera habitual de los principales
medios informativos, está siguiendo lo que muchos ven como un mandato de la
ciudadanía. Por consiguiente, hace un llamado para llevar a cabo un debate
popular y consultas sobre política exterior en estos términos:
“Excelentísimo
primer ministro Trudeau:
Es
hora de reevaluar fundamentalmente la política extranjera de Canadá”
La
siguiente es una de las 10 preguntas que se le hacen.
“¿Por
qué se implica Canadá en los esfuerzos para derrocar al Gobierno de Venezuela
reconocido por Naciones Unidas cuando esto implica una violación manifiesta del
principio de no intervención en los asuntos internos de otros países?”
Trudeau
ha admitido que debe realizar una reflexión profunda sobre una política
exterior que atrajo el rechazo categórico de los estados miembros de Naciones
Unidas. Al revisar su política nociva y fallida hacia el pueblo venezolano,
contribuiría a una atmósfera indispensable de discusión y consulta sobre la
política exterior de Canadá impopular y vetusta.
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