Está obligado
AMLO a guardar el protocolo
¿Dos años más
bajo la amenaza del virus?
Por Francisco Gómez Maza
Quienes
accionaron las armas en contra del secretario de seguridad ciudadana de la
Ciudad de México, Omar García Harfuch, le mandaron un mensaje al presidente de
la república, con una precelebración a sangre y fuego del segundo aniversario
de la elección del primero de julio.
Sin embargo,
el mandatario se resiste a escuchar el mensaje. “Tenemos miedo, pero no somos
cobardes”, dijo el mandatario, a pesar de que el miedo sea un sentimiento
natural, pero la no cobardía, en estos momentos, es temeridad. Los delincuentes
no cesarán en su intento por desplazar a López Obrador. Éste es un gran estorbo
para sus negocios.
Siendo el
presidente constitucional, López Obrador no se debe más que a quienes sirve y,
por tanto, tiene que guardar el protocolo de seguridad personal. Según su
propia afirmación, López Obrador no es cobarde. ¡Es temerario! Y está obligado,
obligadísimo, a ser prudente. a respetar, a proteger su propia vida.
El objetivo
de los autores del atentado fue un personaje simbólico. Representante del
gobierno en una “plaza” que “los malosos” aspiran a controlar: la Ciudad. Es
fundamental para ellos controlar la cabeza de la nación, inclusive buscan estar
en palacio nacional, aunque esto le suene descabellado. Mejor eche a volar su
imaginación.
A pesar de
los sentimientos dia-bólicos de los enemigos políticos del mandatario, quienes
lamentan que ni sola de las balas que hirieron el cuerpo el jefe de la policía
capitalina haya sido mortal, los hechos revelan que la estrategia a favor de la
seguridad no está funcionando y que es indispensable que sea puesta en duda,
analizada, discutida y cambiada de raíz. No es posible que quienes reaccionen
ante la violencia sean las fuerzas de seguridad, cuando las primeras tendrían
que adelantarse a las segundas.
El gobierno
está obligado a proteger, defender, cueste lo que costare, la seguridad
ciudadana, y castigar a los prevaricadores, no obstante que la ciudadanía esté
confrontada por razones de intereses. La ideología contra la conciencia. Por lo
tanto, está obligado a protegerse ante cualquier eventual atentado contra su
símbolo, que es el mismo presidente de la república.
La ocasión de
la celebración presidencial de su triunfo de hace dos años tiene que ser un
momento de reflexión; tiempo de hacer un auto examen de conciencia.
El asunto de
la violencia, los secuestros, los asesinatos, aprovechando la oportunidad del
intento de asesinato del secretario de Seguridad Ciudadana, tiene que ser
ocasión para decidirse por un cambio de estrategia y de tácticas: la violencia
provocada por poderosos grupos del crimen organizado, que antes afectaba a los
mexicanos de a pie, supone ahora un claro desafío al Estado, que toca
directamente la puerta de palacio nacional. ¡Imagine que, como pedro por su
casa, una banda de sicarios penetre, a cualquier hora, por la Puerta Mariana!
No es, pues,
cobardía poner en práctica los protocolos de seguridad. No sólo eso. Es una
obligación que el presidente tiene. Escuchar lo que dice el “pueblo bueno”.
Para qué les sirve a los mexicanos un presidente muerto, aunque los más
reaccionarios de sus enemigos quisieran no verlo más en las tan aburridas y
odiadas mañaneras.
Pero hay otro
asunto muy importante en nuestra agenda diaria: la pandemia. Desalentadora, la
expectativa de la Organización Mundial de la Salud de que hay que prepararse
para vivir, cuando menos, otros dos años más bajo la amenaza de contagio o de
muerte del coronavirus, aunada a la inconciencia o la necesidad de muchos seres
humanos de salir del confinamiento, explicables porque el encierro prolongado
sólo les cae bien a pocos, principalmente a los monjes.
Mientras los
contagios y los fallecimientos por el Covid-19 continúan como maldición, muchos
hombres y mujeres ya caminan en las calles como si no hubiera ningún peligro
para su vida. Pero esto es muy explicable y comprensible: Tienen que
aventurarse pues, si no trabajan, no comen, ni ellos ni su familia, aunque la
otra posibilidad sea el contagio. La alternativa es morir de inanición o morir
de pulmonía atípica, que en la práctica esto es la enfermedad que nos amenaza.
Muy pocos
pensantes están conscientes de que la enfermedad inoculada por el SARS-COV-2 no
ha desaparecido; que continúa infectando y matando a muchos en el mundo.
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