Si
no tienes necesidad de salir, quédate en casa
Pero
protégete a tí, a tus amistades y a tu familia
Por
Francisco Gómez Maza
Los
llamados, ahora desesperados, del subsecretario de salud, doctor Hugo
López-Gatell, para que todo el mundo que no tenga absolutamente nada que hacer
en la calle se quede en casa, ante el altísimo riesgo de más contagios masivos
de Covid-19, son como las campanadas llamando a misa. Y a misa van muy pocos.
Mucha
gente ya está cansada del encierro y de taparse la boca: Unos necesitan ya
reabrir sus pequeños negocios, porque materialmente ya se acabaron los ahorros
y no tienen dinero para comprar los alimentos de la familia; otros porque
necesitan urgentemente evitar la bancarrota; deben renta, luz, teléfono,
impuestos y ni el casero, ni la empresa eléctrica, ni la telefónica y menos el
SAT les perdonan las deudas.
Muchos
andan ya sin ninguna protección, ni cubrebocas, ni cubre ojos, porque están
seguros de que la pandemia ya fue controlada y, como ven que las altas
autoridades andan por todas partes como pedro por su casa, pues siguen el
ejemplo.
Otros,
los más pudientes, quieren ya ir a visitar a la parentela a la ciudad o al
pueblo vecino, o a otra colonia o barrio de la población donde viven. E incluso
planean irse de vacaciones a algún balneario de agua dulce o una playa. Y a la
mayoría le tiene sin cuidado que la pandemia siga haciendo estragos.
Inclusive
se dan conflictos emocionales en las familias, en las cuales un miembro de
ellas está consciente de que aún no ha terminado el peligro de contagio y de
muerte y otro que está desesperado, ansioso, angustiado por el encierro que
lleva ya casi tres meses. Cuando comenzó este drama, la mayoría no imaginaba
que las cosas eran tan graves. Creyeron que el asunto era un buen pretexto para
toma unas deliciosas vacaciones, pues no había trabajo en la oficina ni clases
en las escuelas. Pensaban que unos días en Acapulco no les hubieran caído tan
mal.
La
noche del domingo a este escribidor se le ocurrió ver la repetición de la
conferencia de prensa de salud y vio a un López-Gatell angustiado, por primera
vez, clamando porque quienes lo oían y veían se quedaran en casa, si no tenían
nada que hacer en la calle. Casi dijo que, por piedad, se quedaran en casa,
aclarando que aún estábamos – estamos – frente a un alto riesgo de contagios
masivos.
Tú
sales, te descuidas, agarras el virus, regresas a casa y, sin saber, se lo pasas
a uno de tu familia y éste, también sin conciencia, se lo trasmite a otro o
contagia al abuelo que ya tiene 80 años de edad… y así se va haciendo la cadena
de contagios y de riesgos de más defunciones, sobre todo en aquellas personas
cuyo sistema inmunológico es muy débil, y las personas mayores de 60 años.
En
momentos en que empiezan a activarse algunas ramas de la economía especialmente
de la industria, bajo protocolos muy estrictos de seguridad, las cifras de
la Covid-19 crecen de manera alarmante y preocupante: La noche del domingo 7,
durante la conferencia de prensa de salud, las autoridades habían reportado que
los contagios confirmados ya sumaban 117 mil 103 (acumulados desde que llegó el
coronavirus a México), de los cuales 19 mil 629 eran (son) activos y ya iban 13
mil 699 fallecimientos acumulados. Y estas cifras aumentaron el lunes.
Además, seguramente son mayores, porque no todos los casos, sobre todo de
fallecimientos, son reportados e integrados a los reportes oficiales. Sería
imposible hacerlo.
El
llamado a quedarse en casa es, además de beneficio propio, en favor de los
demás, de los más allegados, de quienes comparten el confinamiento en casa, de
los hijos, de las esposas, de los esposos, de los abuelos. Lo pueden avalar
quienes hay sufrido ya la experiencia de una fatalidad en el seno familiar. Es
doloroso saber que el viejo murió sin una despedida, sin una mirada a los ojos
de los seres queridos, sin una última caricia.
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