lunes, 15 de junio de 2020

NUESTRA HISTORIA: Ernesto Guevara, más conocido como el Che




Por Fernán Medrano

Es posible que muchos terminen creyendo que el Che fue un ser sagrado. No estoy hablando solamente de los vecinos de La Higuera y Valle Grande, quienes lo adoran [2] como a un santo más, sino también de los habitantes de otros lugares de nuestra América Latina.
No tiene nada de extraño que al Che se lo llegue a juzgar como a un individuo bendito, un internacionalista y libertador de la gente pisoteada, porque fue hombre transparente, un caballero por excelencia, cuyas cualidades eran cristalinas.
Un maestro de escuela me explicaba que el Che era muy espiritual, un místico, a quien le fue revelado su destino. Fue asimismo un purificador de su pensamiento y de la plenitud de su vida. No se marginó con la verdad revelada; no se la metió al bolsillo; no la monetizó, ni tampoco fue a venderla y a venderse al mejor postor burgués, sino que fue a exponerla, probarla y cocinarla al calor de las miles de batallas de las ideas que libró.
De todas las batallas, salió eternamente victorioso, sonriente y feliz.
Tampoco tiene nada de raro que se llegue a tener la fe de que el Che es el ícono divino que fundó al hombre nuevo. Él mismo era un hombre nuevo, un hombre muy evolucionado para su tiempo.
Leyó todos los signos de su tiempo. Los interpretó como el que más. A continuación, asumió el deber que le imponía la historia conforme a su inteligencia, que era una inteligencia fuera de serie.
El Che era en sí mismo una revolución. El ritmo de sus pasos de hombre gigante era prácticamente difícil de igualar. Su comportamiento desborda la imaginación. La magnitud de su vida merece ser analizada a fondo. El Che es una institución viva.
El Che fue un soldado de las ideas. Su pensamiento estuvo perfectamente acorde con su actuar. Cuando decía que iba a hacer algo o a emprender una acción, era porque ya estaba a punto de terminar el proyecto o la empresa a la que se consagraba su esfuerzo.
El suyo fue y ha sido un ejemplo difícil de emular y probablemente imposible de superar, como dijo Fidel tras conocer su caída en combaten [3]. El Che fue un intelectual de tremendo calibre. No se marginó. La capacidad de su reflexión honda la probó en la práctica.


Demostró en carne propia la armonía y la interrelación de su tesis liberadora con la verdad de los hechos. No utilizó a nadie como conejillo de indias.
El rigor de su proceder, la exactitud de su actuar y de su método sirvieron para que la propia realidad demostrara la objetividad y la verdad de su grado de conciencia social, incluso la belleza de su existencia, porque vivió su vida como una obra de arte.
El Che entendió que la única manera de resolver los problemas de su época era haciendo lo que hizo: realizó el ejercicio de comprobar en primera persona la veracidad de su análisis, planteamientos y soluciones. Esa era su estatura moral e intelectual; un intelectual honrado, de verdad.
Se hizo médico de profesión. Su amor por la humanidad servía como medicina, como cura para sanar a los leprosos, los envilecidos, despreciados y enfermos que encontraba a su paso por este mundo; por eso gusto de pensar que ejerció su carrera hasta el último día de su existencia.
Del mismo modo, consiguió el nivel máximo del conocimiento, de acuerdo con el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española; fue un sabio por excelencia y por experiencia.
Vivió. Un ser prudente hasta donde era dable. Usó la prudencia, pero no abusó de ella. Tuvo coherencia y cohesión en su método de proceder. Concibió la caridad burguesa como hipocresía y mecanismo para engañar al pueblo: sirven para humillarlo aún más.
Supo que la falta de conciencia social y la cobardía no permiten la evolución de la humanidad ni de la sociedad.
El Che dominó su mente, su cuerpo y su sentir hasta suavizar su propio dolor y volverse indiferente con respecto a su estado de salud. Nunca padeció de autocompasión ni de autolástima. No pedía nada a cambio para él. No pedía nada para él, porque el Che es un hombre que vino del futuro.

[1] Frei Betto. 1985. Fidel y la religión.


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