Recopilación de Francisco Javier, Muñoz,
Muñoz y Abraham Vidales
49 años del "halconazo": ¿qué pasó el 10 de junio de 1971?
Nancy Cázares
Casi tres años habían pasado de la masacre
de Tlatelolco. Un valeroso grupo de estudiantes, principalmente del Instituto
Politécnico Nacional y de la Universidad Nacional Autónoma de México, salió a
manifestarse en solidaridad con los alumnos de la Universidad Autónoma de Nuevo
León. La respuesta del presidente Luis Echeverría sería igual de sangrienta que
la de su antecesor Gustavo Díaz Ordaz, en octubre de 1968.
A principios de 1971, la Universidad
Autónoma de Nuevo León (UANL) vivía un grave conflicto. El gobierno estatal
había reducido el presupuesto de la Universidad como “escarmiento” por la
decisión de profesores y estudiantes de imponer un gobierno paritario a finales
de 1970. Ante el ataque, la comunidad universitaria dio inicio a una huelga y
emitieron un llamado de solidaridad al resto de universidades del país.
Estudiantes del Instituto Politécnico
Nacional (IPN) y de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)
respondieron al llamado y convocaron a una concentración, la primera después de
que el 2 de octubre de hacía poco más de dos años, en 1968, el Ejército
masacrara a cientos de jóvenes en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco,
bajo el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz.
El entonces presidente de México, Luis
Echeverría Álvarez, había anunciado intenciones de apertura democrática de
parte de su gobierno, permitiendo el regreso al país de jóvenes dirigentes
estudiantiles del movimiento de 1968 que habían sido orillados al exilio para
proteger sus vidas. Así mismo, se liberó a algunos presos políticos y
resurgieron personajes como José Revueltas.
A pesar de que la huelga de la UANL derivó
en un programa de conciliación que hizo entrar en vigor una nueva Ley Orgánica
para la Universidad el 5 de junio, la convocatoria en la Ciudad de México no
retrocedió. El movimiento de 1968 había calado hondo y los atropellos se
acumulaban. El movimiento estudiantil tenía sus propias demandas, relacionadas
con la educación pública y la vida universitaria.
Aunque hay quienes sugieren que la
organización de la marcha estaba dividida entre quienes lo consideraban
arriesgado y quienes confiaban en las intenciones “democráticas” de Echeverría,
todos los testimonios coinciden en que había un profundo deseo de salir a las
calles.
Entre las demandas que convocaban esta
movilización destacaban:
Democratización de la enseñanza, respeto a
la diversidad cultural nacional.
Presupuesto a la educación equivalente al
12% del Producto Interno Bruto y que el presupuesto destinado a las universidades
se pusiera bajo control de estudiantes y docentes
Desaparición de todas las juntas de
gobierno de las Universidades del país.
Representación paritaria de maestros y
alumnos en los consejos técnicos de la UNAM.
Derogación del reglamento general del IPN.
Disolución de los grupos porriles en la
UNAM.
Libertad de todos los presos por motivos
políticos.
La masacre
La tarde del 10 de junio la movilización
avanzaba por la calle Instituto Técnico Industrial y la calzada México-Tacuba
cuando fue atacada por jóvenes armados con varas de bambú y otate. Eran Los
halcones, grupo paramilitar reclutado y entrenado por los gobiernos de México y
Estados Unidos desde finales de los años 60. Habían bajado de camiones grises
apostados en las inmediaciones de San Cosme y rodearon a la movilización,
mientras golpeaban salvajemente a todo estudiante que se pusiera a su paso. Al
grito de “¡Viva el Che Guevara!” el grupo paramilitar descargó balas calibre 45
y carabinas 30 M-2 sobre los manifestantes, quienes intentaron inútilmente
refugiarse en las escuelas aledañas.
Prensa nacional y extranjera cubría la
movilización y fueron agredidos también de forma brutal. A muchos les fueron
destruidas sus cámaras, mientras que otros fueron gravemente heridos. Sin
embargo, es gracias a múltiples imágenes rescatadas que sabemos hoy de la
participación de francotiradores apostados en las azoteas y de diversos
vehículos que les brindaban a los halcones armas, municiones y apoyo logístico.
La policía, sin órdenes de intervenir, observó
la matanza para después subir por la fuerza a los sobrevivientes a las decenas
de patrullas y camiones que estaban en el lugar. El ejército tenía listos
transportes en las instalaciones del Colegio Militar.
La masacre no terminó cuando por fin se disolvió
la concentración, sino que continuaría hasta horas después, en los hospitales
de la Cruz Verde y el Rubén Leñero a donde habían trasladado a algunos de los
heridos. Intimidando a doctores y enfermeras, hombres armados ingresaron a las
salas de urgencias en donde los jóvenes eran atendidos y los asesinaron.
Los responsables, impunes
La noche del 10 de junio, autoridades
capitalinas salieron a decir que se había tratado de un enfrentamiento entre
estudiantes y que “los halcones” no existían, que se trataba de una leyenda.
Los medios impresos asegurarían que la cifra de muertos no pasaba de los 16,
mientras que había testimonios de 30 cadáveres en el hospital Rubén Leñero.
Posteriormente se publicaría una lista de 27 nombres y 13 más sin identificar. Hasta
hoy, la cifra sigue sin ser exacta, pero no es menor de 120.
En semanas siguientes, mientras Echeverría
negaba cualquier participación en los hechos del 10 de junio, renunciarían a
sus cargos el jefe de la policía Roberto Flores Curiel y el Procurador General
de la República, Julio Sánchez Vargas.
Con el tiempo, diversas investigaciones han
dado luz al caso, confirmando no sólo la existencia de “los halcones”, sino la
participación en su reclutamiento y entrenamiento de la Dirección de Servicios
Generales del Departamento del Distrito Federal, por medio de su subdirector,
el militar Manuel Díaz Escobar Figueroa, ex integrante de la Brigada de
Fusileros Paracaidistas, grupo de donde también surgió el general José
Hernández Toledo, uno de los mandos militares que participó el 2 de octubre en
Tlatelolco.
Una investigación sobre el tema emprendida
por Julio Scherer y Carlos Monsiváis, presentada en su libro “Los Patriotas: de
Tlatelolco a la guerra sucia”, compilaría información sobre las actividades de
“los halcones” previas al 10 de junio, disolviendo mítines en el IPN y
hostigando la Preparatoria Popular. Tras la agresión del Jueves de Corpus (como
se le conoce por haber coincidido con el día de la celebración católica del
Corpus Christi), “los halcones” desmantelarían el campo en donde se entrenaban
en San Juan de Aragón y fueron disueltos, con la consigna de realizar algunas
acciones aisladas como atentados o asaltos como distracción. El Canal 6 de
Julio vincularía a “los halcones” con la masacre de Tlatelolco y señalaría el 2
de octubre de 1969 como la primera participación pública de este grupo.
Otras investigaciones señalan cómo, con
marco en la Guerra Fría, el gobierno mexicano solicitó al gobierno de los
Estados Unidos entrenamiento antimotines para los Halcones.
Díaz Escobar fue enviado en 1973 a Chile y
a su regreso a México, fue nombrado por el gobierno de José López Portillo como
general de brigada diplomado del Estado Mayor. Durante su estancia en Chile,
según señala el Canal 6 de Julio, Díaz Escobar estuvo implicado en el golpe de
estado contra Salvador Allende y colaboró con la policía secreta de Augusto
Pinochet.
Luis Echeverría, por su parte, sería
señalado como responsable de esta masacre, sin embargo, tras casi treinta años,
la Suprema Corte de Justicia de la Nación le exoneró de toda responsabilidad,
terminado así formalmente el 26 de julio de 2005 con el juicio sobre los hechos
del 10 de junio de 1971.
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