Por: Natalia
Plazas
En
1921 Tulsa, la ciudad que Donald Trump escogió para reanudar su campaña a la
Presidencia, fue escenario de una de las más atroces masacres de la historia de
Estados Unidos contra la comunidad negra. A casi cien años de lo ocurrido, los
hechos siguen siendo prácticamente desconocidos para la sociedad.
Donald
Trump puso el dedo en la llaga cuando decidió retomar su campaña para la
reelección en Tulsa, Oklahoma. Allí lo esperan decenas de miles de sus
simpatizantes, pero también un creciente llamado a la memoria y a la Justicia
por parte de grupos de activistas que recuerdan que esa ciudad no ha cerrado
las heridas de la peor masacre de la historia reciente del país contra la
comunidad afroamericana.
En
la noche del 31 de mayo al 1 de junio de 1921 un barrio entero quedó arrasado y
300 ciudadanos negros fueron asesinados. La matanza se inició cuando una
multitud blanca acudió a linchar a un hombre negro acusado de haber agredido
sexualmente a una mujer blanca. Ese, supuestamente, fue el detonante de la
tragedia, pero la historia ha revelado una situación mucho más perversa.
En
la década de los años veinte, el barrio de Greenwood, un enclave negro de la
ciudad de Tulsa, destacaba por su bonanza económica. La repartición de tierras
tras el fin de la guerra civil estadounidense había beneficiado a algunas
comunidades afroamericanas e indígenas y gracias a ello Greenwood se había
fortalecido, a pesar de estar segregado, como cualquier barrio negro de la época.
Tal
era el éxito comercial y económico que se fraguaba en Greenwood, que se le
llamaba comúnmente el 'Wall Street Negro', pero pronto su buena fortuna le
traería la ruina. Miembros de la comunidad blanca comenzaron a ver con recelo
la bonanza de sus vecinos e, interesados en ocupar en ocupar sus tierras
durante la expansión ferroviaria, decidieron atacar el barrio.
La
noche del 31 de mayo una multitud de hombres blancos, apoyados por las
autoridades locales e incluso por policías, llegó a Greenwood y cargó contra la
población afroamericana y sus viviendas. La turba incendió casas y negocios a
tal punto que cuando la situación se calmó horas después, al menos 35 manzanas
completas habían quedado en escombros.
El
golpe arrebató para siempre la buena fortuna del barrio. Tras el suceso, la
recuperación de Greenwood se ha visto frustrada por la creación de leyes que
promueven la zonificación o por restricciones de construcción. En la actualidad
en Tulsa la brecha social entre negros y blancos es notoria. Según un informe
de Human Rights Watch, la pobreza es casi tres veces más alta entre ciudadanos
negros que entre blancos.
Con
la visita de Trump, que originalmente había sido programada en coincidencia con
la celebración del Día de la Independencia Negra el 19 de junio y que fue
pospuesta en medio de las protestas nacionales contra el racismo, el llamado al
reconocimiento histórico de las víctimas y a la reparación económica de sus
descendientes se ha intensificado más que nunca.
A
menos de un año de que se cumpla el primer centenario de lo ocurrido en Tulsa,
aún no se ha establecido justicia, a pesar de que el caso se ha presentado
incluso ante la Corte Suprema de EE. UU., pero tanto instancias menores como el
alto tribunal desestimaron las denuncias. Actualmente, solamente quedan vivos
dos sobrevivientes de la matanza.
Pero
la llegada de Trump no solamente ha puesto los focos sobre un capítulo de la
historia estadounidense sumido en el olvido. Su intento desesperado de
reactivar en Oklahoma una imagen deteriorada en los últimos meses por el
impacto económico de la pandemia, ha evidenciado las diferencias entre sus
simpatizantes y aquellos que exigen cambios en el trato a la comunidad
afroamericana.
"Cualquier
manifestante, anarquista, agitador, saqueador o de poca monta que vaya a
Oklahoma, por favor, comprenda que no será tratado como lo ha sido en Nueva
York, Seattle o Minneapolis. ¡Será una escena muy diferente!”, dijo el
mandatario antes de embarcarse hacia Tulsa.
El
comentario, que sus críticos tildan de conflictivo y divisorio, llega en un
momento en que el rechazo a la violencia racial en Estados Unidos muestra su
mayor descontento en décadas, con semanas de masivas manifestaciones en
múltiples ciudades del país que han llegado también hasta las puertas de la
Casa Blanca.
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