La vigilancia contra los ciudadanos ha sido una de las grandes amenazas de nuestro tiempo
Por Carolína Vásquez Araya
George Orwell, gran novelista y ensayista
inglés, dio vida a uno de los personajes más perturbadores de la novelística
del siglo pasado en su novela 1984. En ella, el Gran Hermano (The Big Brother)
–presencia ominosa e invisible- representa a los mecanismos de vigilancia
ciudadana creados con el propósito de controlar hasta el más insignificante
brote de rebeldía y, de ese modo, anticiparse con todo el aparataje
institucional a cualquier amenaza contra el centro del poder. En esos años,
finales de la década de los 50 y no muy lejos del fin de la II Guerra Mundial,
la sola idea de un sistema tan sofisticado de espionaje estaba íntimamente
vinculada a las estrategias del Tercer Reich instauradas por el régimen nazi en
Alemania, cuya aplicación dio como resultado la abolición de cualquier forma de
rebeldía contra el gobierno hitleriano y la infiltración de su ideología
fascista.
Con el transcurrir de los años, este
sistema ubicuo y solapado se fue instalando por medio de los más refinados
mecanismos de vigilancia personal en distintos países, y no solamente en
aquellos con regímenes dictatoriales, en donde resultaron de gran utilidad para
medir situaciones relativas a la vida ciudadana, tales como sus intereses
intelectuales, tendencias políticas, hábitos de consumo y muchas otras líneas
de investigación capaces de insuflar información a los aparatos que controlan
la política, el comercio y las finanzas. Sin embargo, la sofisticación de las
nuevas herramientas tecnológicas han llevado al Gran Hermano a territorios
mucho más invasivos. Los gobiernos que poseen y controlan esos recursos tan
avanzados han podido permear nuestros hábitos, actitudes y hasta nuestros más
recónditos pensamientos haciendo uso de procesos de datos y vigilancia estrecha
de nuestro entorno.
Lo que no entraba en sus planes, es que
también la ciudadanía puede contraponer a su propio Gran Hermano y vigilar con
extrema agudeza y cercanía a todos y cada uno de los movimientos originados
desde los centros de poder. Esto demuestra, sin lugar a dudas, la fuerza de una
tecnología convertida en uno de los instrumentos más democratizadores de las
últimas décadas. Teléfonos inteligentes, acceso a la nube, comunicación
instantánea y la capacidad de trastocar el mundo unidireccional de los más
poderosos en uno mucho más accesible, desde donde es posible contrarrestar la
fuerza de esos poderes que hasta no hace mucho gozaban de un fuerte
blindaje.
El mejor ejemplo de la potencia de este
alter ego del Gran Hermano es la capacidad de las sociedades para ejercer una
vigilancia directa y documentada de las acciones y también los abusos de poder
de sus gobernantes y de sus instituciones, tal como se ha observado en las
evidencias videográficas de asesinatos, tortura, detenciones arbitrarias y
delitos contra la ciudadanía cometidos por las fuerzas del orden en distintos
países del mundo. En Estados Unidos, desde hace apenas un par de semanas, la
reacción inmediata de la ciudadanía por el asesinato de un ciudadano
afroamericano ha desatado el nudo del silencio invadiendo las calles de sus
principales ciudades con manifestaciones masivas y la expresión más contundente
del rechazo de sus pobladores a las prácticas racistas en ese país.
Aun cuando este símil imperfecto e
incipiente del Big Brother carece todavía del poder para llegar al extremo de
equilibrar las fuerzas entre los pueblos y sus gobiernos, es un avance
significativo hacia un ambiente político y social capaz de reflejar de mejor
manera las aspiraciones ciudadanas de justicia y transparencia.
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